CAPÍTULO 10

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Después de varias semanas, decidieron que lo mejor era que volviese a mi vida normal, pero con un equipo de guardaespaldas constante.

La idea no me atraía en absoluto, pero insistieron que, a pesar de haber hecho correr la voz de que había abandonado el proyecto, muchas personas no lo terminarían de creer, y que lo más seguro para mí, era contar con vigilancia las 24 horas hasta que las aguas volviesen al cauce.

Ellos correrían con todos los gastos, yo solo tenía que echar una mano con los cálculos de su última misión, un nuevo viaje a la Luna, tendría que ir a la Estación de la Fuerza Espacial de Cabo Cañaveral, una semana de cada tres meses para ajustar cálculos con los ingenieros matemáticos de allí.

Me dieron una casa nueva, y se encargaron de trasladar todas mis cosas, decidí en qué lugar quería vivir del mundo.

Me ubiqué en un pueblo de Asturias, frente al mar, la casita estaba lo suficiente alejada de otras viviendas para poder ser protegida sin ningún tipo de problema, en lo alto de un cerro, tenía unas vistas espectaculares de la costa a varios kilómetros de distancia, y se encontraba rodeada de enormes eucaliptos que, despedían un asombroso olor, cuando el viento agitaba sus ramas.

Contaba con un increíble jardín, del que me encargaba personalmente, descubriendo una nueva afición por las plantas, además de otra pequeña vivienda adyacente donde se ubicaba el personal de seguridad con todos sus aparatos de vigilancia.

Pasaron las semanas y, poco a poco, fui recuperando mi estabilidad emocional. 

La presencia constante de los guardaespaldas se convirtió en algo rutinario, aunque en ocasiones todavía sentía cierta incomodidad al ser observada en cada uno de mis movimientos; entendí que era necesario por mi seguridad, y aunque teníamos un trato de lo más cordial, evitaba involucrarme con ellos de forma más personal.

Dedicaba gran parte de mi tiempo a colaborar con la NASA en el proyecto lunar. 

Me di cuenta de que mis conocimientos y habilidades eran valiosos y podían contribuir mucho en las misiones espaciales. 

A pesar de mis avances profesionales, había una parte de mí que seguía lidiando con las heridas emocionales causadas por la traición de Mei. 

Me preguntaba cómo pude haber confiado tanto en ella, cómo pude enamorarme sin ver  señales de su verdadera naturaleza. Era un recordatorio constante de que no siempre se puede confiar en las apariencias.

La investigación de la NASA sobre ella seguían en marcha, pero las pistas eran totalmente nulas. Yo seguía preguntándome si ella estaba dispuesta a cumplir con la orden de matarme una vez me encontrase. 

Sentía un escalofrío de miedo cada vez que pensaba en ello.

Tenía que viajar a la Estación de Cabo Cañaveral, para actualizar los cálculos y avances con los compañeros de todos los países involucrados en el proyecto.

Con todas las medidas de seguridad, me llevaron al aeródromo más cercano a mi casa, donde un avión privado de EEUU, que estaba esperando, me llevaría directamente a la Estación Espacial.

Ese día me había despertado muy intranquila, unido a que apenas había dormido debido a las pesadillas, no estaba en el mejor de los momentos para hacer un viaje tan largo.

Al lado del avión, un equipo de seguridad, ordenó que bajase del coche y subiera rápidamente al jet privado.

Mi piel se puso de gallina, algo no andaba bien, bajé y observé al piloto del avión, sus rasgos asiáticos despertaron mi sentido de la supervivencia.

A su lado, el copiloto tapado con una gorra, cruzó la mirada conmigo una milésima de segundo, lo suficiente para reconocer unos ojos verdes totalmente inconfundibles.

El algoritmo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora