CAPÍTULO 5

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Había encontrado unos pequeños prismáticos, buscando la cuerda para la ropa, y decidí tomarlos prestados.

Comencé a subir una pequeña ladera para tener una vista despejada y más amplia del entorno. La cabaña seguía viéndose, aunque cada vez era más pequeña.

Paré a tomar aire, estaba en bastante mala forma. Ese pequeño tramo había conseguido agotarme.

Sintiendo que había conquistado una gran montaña, con los binoculares examiné allí donde mi vista no alcanzaba.

Después de un rato, algo llamó mi atención.

En la distancia, distinguí algo. Enfocando la figura con más atención vi que se trataba de Mei inconfundible por su larga coleta.

Corría entre la montaña, saltando de una roca a otra con una agilidad digna de una cabra montesa.

Le seguí con los prismáticos embelesada, hasta que se metió entre árboles saliendo de mi punto de visión.

Totalmente sorprendida por el descubrimiento, comencé el regreso a la cabaña, antes de que se molestara conmigo; por haberme alejado más de la cuenta.

Una vez dentro  empecé a cocinar, quedaba arroz, por lo que cocí pescado, hice de sopa de verduras y utilicé el pan que había sobrado para hacer un postre con miel.

Cuando ya estaba todo sobre la mesa, apareció nuevamente con el pelo húmedo.

"Huele bien" dijo sentándose a comer.

Solo le sonreí sentándome en el otro lateral de la mesa.

Comenzamos a comer.

"No te alejes tanto el próximo día" señaló mientras bebía la sopa del cuenco.

Me atragante comenzando a toser, "como demonios se había dado cuenta", pensé.

Acercándome un vaso de agua para que bebiera, vi que sonreía levemente.

"No perdí de vista la cabaña en ningún momento", argumenté sintiéndome completamente avergonzada.

Paró de comer y cruzamos las miradas, la suya de reproche, supe que era mejor callar. 

Bajé la cabeza y acabé de comer en silencio.

Se marcho a partir leña. Mientras tanto yo, revisaba algoritmos, tratando de que algo despertase en mí cabeza. 

Esa era nuestra rutina en ese momento.

Cuando regresaba; cenábamos; después leía un libro en el sofá; costumbre que también yo había adoptado.

Siempre me iba primero a dormir, por más que tratara de aguantar el sueño para subir juntas, ella jamás parecía tener sueño.

 Al despertarme, ella nunca estaba en la cama, solo el desayuno sobre la mesa indicaba que ya se había marchado a correr.

Cuando lo creía prudente, observaba desde la lejanía con los prismáticos; aprendiendo a camuflarme mejor para que no se molestara conmigo. 

Por cómo me miraba al regresar, con una media sonrisa, sabía perfectamente que yo le vigilaba desde lejos, pero me dejaba hacer la travesura sin decir nada.

Me motivó verle hacer ejercicio a diario, tanto; que comencé a hacerlo. 

Eso sí, siempre cerca de la cabaña y cosas suaves, principalmente subir la ladera o ejercicios tranquilos.

Así pasaron tres semanas, en la cómoda rutina establecida por ambas.

Una de las noches después de haber cenado con nuestros respectivos libros en el sofá, mientras el fuego crepitaba en la chimenea comento:"Mañana iremos a la ciudad para que te revise un médico, aprovecharemos para reponer provisiones".

Me quedé observándole, a pesar de no recordar nada, allí me sentía muy cómoda y tranquila, hasta la herida de mi frente se había curado.

 No quería irme y empezar a sentir el miedo y la ansiedad de los primeros días.

"Estaré contigo continuamente, no va a pasar nada si sigues mis indicaciones" aseguró viendo mi malestar y mirándome a la cara. "Toulouse está como a tres horas de aquí, iremos y regresaremos en el día".

Sin estar convencida del todo, pero sabiendo que no había más opciones, subí malhumorada a la cama sin comentar nada.

Al día siguiente muy temprano, apenas estaba amaneciendo, Mei estaba despertándome suavemente para irnos.

Con un humor de perros, alisté todo lo necesario, hasta que escuché un motor.

Emprendíamos el camino a la ciudad francesa.

El coche saltaba en cada piedra, ya que no existía un camino o carretera para transitar, tuve que agarrarme al seguro en la puerta para no golpearme con cada bache. Al cabo de unos cuantos kilómetros salimos a una pequeña carretera de tierra por fin, y de ahí a otra de montaña.

En Lézat-sur-Lèze nos detuvimos a cambiar de vehículo por otro más pequeño y discreto en color blanco. Fue tan vertiginoso que apenas pude apreciar la belleza del pueblo.

Al cabo de dos horas y media estábamos entrando en Toulouse.

Casas entramadas con fachadas de ladrillo exponentes de la época medieval, daban la bienvenida a los viajeros.

Olvidando el malhumor, empecé a fijarme en las animadas calles.

Plazas con cafeterías, terrazas llenas de gente tomando el café matutino con los primeros rayos de sol, palacetes exuberantes que recordaban la riqueza de tiempos pasados, hermosos jardines verdes que rodeaban multitud de universidades con jóvenes caminando tranquilamente rumbo a sus quehaceres.

Después de callejear otros quince minutos por la ciudad, entramos en un garaje de un enorme de un elegante edificio, donde aparcamos.

Mei se había recogido el cabello en una cola de caballo y se puso gafas de sol ocultando el increíble color de sus ojos.

Bajamos del coche dirigiéndonos a un elegante ascensor, pulsó el sexto piso, al abrirse el elevador aprecié el lujo del pasillo por el que caminamos.

Al final de pasillo unos suaves golpes en una enorme puerta hicieron que esta se abriese, y una sonriente mujer con bata blanca nos invitase a pasar al interior. Era una lujosa clínica.

El suelo era de mármol pulido con una pulcritud impecable; las puertas decoradas con molduras labradas con exquisitez.

En el techo lámparas elegantes y discretas iluminaban, de forma perfecta, paredes; donde colgaban cuadros que bien podían ser obras de arte sacadas de un museo.

Todo transmitiría sensación de opulencia y refinamiento, cada elemento había sido diseñado para sentir exclusividad y buen gusto.

No había nadie salvo nosotras en la clínica, lo cual era extraño.

Siguiendo a la mujer de bata blanca, llegamos a un enorme despacho, donde nos sentamos, ellas comenzaron a hablar en fluido francés. Mientras yo observaba con interés los lujosos detalles de la estancia.

Estuvieron hablando un rato, mientras; la doctora, iba apuntando cosas en un cuaderno.

Después de unos minutos, fuimos a otra habitación donde costosos aparatos médicos nos dieron la bienvenida.

Me realizó diversas pruebas, de una forma muy amable y con una sonrisa constante en su rostro. Siempre bajo la atenta mirada de Mei.

A veces me dirigía suaves palabras en francés, entendí bastante claramente lo ue me pedía. 

El algoritmo del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora