Engaños.

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El instante en el que el azabache despertó, un dolor de cabeza fuerte lo abrazó, la resaca había llegado al instante. Un extraño sabor en su boca llamó su atención. Y en el instante que se sentó, notó su desnudez.

Su cabeza le rogaba no hacer ningún ruido para mantener a raya la resaca, náuseas llegaron a su garganta, y el miedo ante la posibilidad de que algo hubiese ocurrido, se hizo presente; aún no se explicaba el por qué se encontraba desnudo.

Tenía miedo de voltear y encontrarse a alguien a su lado, y a pesar de que sabía que debía levantarse para manejar las náuseas, no quería atreverse a hacerlo.

"Tranquilo... Respira... Todo está bien."

Pensar dolía.

Era una agonía, odiaba aquella sensación de incertidumbre que podía resumirse en un "¿Qué pasó anoche?"

Armandose de valor, su mirada se dirigió lentamente a su lado en la cama.

Fue un suave alivio el no mirar a nadie a su lado. Uno que duró realmente poco, puesto que cuando se preparó para levantarse, se percató de un dolor muy notorio en varias zonas de su cuerpo. Y la zona que más le ardía, realmente le preocupaba ahora.

— ¿¡Que ching...!?—

Se dejó caer de rodillas al piso, sus manos sostuvieron su retaguardia para intentar sentir cómo se encontraba la zona.

Sus manos se sintieron húmedas, y al mirarlas, un líquido lechoso y sangre se encontraban en ellas.

Todo aquél alivio que en algún momento llegó a sentir, había desaparecido por completo. Y la resaca sólo empeoraba la situación.

La impresión era tanta, que ni siquiera se atrevía a llorar. Solo miraba sus manos en silencio.

Tras varios segundos, la puerta de su habitación se abrió. La mirada del híbrido se mantuvo sobre sus manos durante varios segundos más, hasta que la voz de un hombre le hizo voltear instintivamente.

El único capaz de hacerle algo, saludó desde la puerta de la habitación.

— Buenos días, Quacks. ¿Estás bien? Me pareció oírte gritar y...—

Su mirada recorrió al menor, dándose cuenta de que aún se encontraba sin ropa.

— Oh, lo sien-...—

Quackity interrumpió, la ira se le subió a la cabeza en cuestión de segundos, ni siquiera le importaba el hecho de que no traía ropa alguna ante todo el enojo que sentía. Aunque no se movió de su lugar, sus ojos oscuros se mantuvieron observando fijamente a los carmesí.

— ¿¡Qué chingados me hiciste, cabrón!?—

Su voz sonaba ronca, irritada. El pato ahora mismo, era un perro salvaje en espera a salir de una jaula.

El castaño suspiró profundamente, mientras se abría paso dentro de la habitación.

— ¿No recuerdas nada? Lo siento, es normal que estés confundido si es así.—

Al tratar de levantar al azabache, este le apartó rápidamente, su cabeza daba vueltas, sentía que en cualquier momento vomitaría.

No quería ver al castaño, no quería saber de él, no quería explicaciones del día anterior.

— Escúchame bien Luzu, no sé que mierda haya pasado entre nosotros, pero, te juro por dios que...—

La sonrisa que se formó en el mayor durante unos segundos, le hizo callar.

— ¿¡Qué es tan gracioso!?—

El castaño suspiró.

— Oh, Quackity. ¿Estás enojado con algo que tú mismo pediste?—

Bitter-ChocoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora