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Eran aproximadamente las cinco de la tarde y me encontraba en el deportivo de Nate camino al hospital. Ya había pasado una semana de mi alta y de vivir en su departamento.

Cumplí con un reposo absoluto obligada y vigilada por Nate y Mir, quien vino todos los días para hacerme compañía mientras los chicos iban a entrenar, cenamos juntos casi toda la semana lo cual ayudo mucho a mi ánimo y pensamientos que decidía ignorar. La pelirroja cada vez se enamoraba mas de Zack y por lo que podía notar él no se quedaba atras. Nate se encargo de cuidarme todo el día excepto si salía a hacer compras o al gimnasio, me hizo compañía y estuvo ahí para mí, tal como ahora.

—¿En qué piensas?

Giro mi cabeza hacia el conductor designado quien mira a la carretera, me permito observar su perfil tan tallado por los dioses, con su piel pálida que se asemeja a la porcelana, su perfecta nariz recta, esos labios que en los últimos días mientras más cerca estábamos mas ganas me daban de besarlos, una barba que asoma de apenas unos días de crecimiento y que le da eso tan varonil que emana; dejo para lo ultimo mi parte favorita: sus ojos bordeados por un sinfín de pestañas, esos azules hipnotizantes, escalofriantes, embriagadores, no me alcanzan los adjetivos. Estaba perdida.

—En...nada.—Respondo aún ensimismada en mis pensamientos.

—¿Te gusta lo que ves?

Me cacho, pero no iba a avergonzarme esta vez.

—Si.—Respondo sin dejar de observarlo, mí seguridad parece que lo toma por sorpresa cuando me parece ver un pequeño rojo en sus mejillas, quizás fue mi imaginación.

Carraspea antes de entrar al estacionamiento del hospital.

—Llegamos.

Una pequeña risa escapa de mi por su cambio de tema y desabrocho mi cinturón para bajar, abro la puerta y no se en que momento pero Nate esta parado tendiendo su mano para ayudarme a salir, la cual tomo.

—Gracias.

—Vamos princesa mía.—Esta vez me ofrece su brazo para que lo tome, y eso hago.

Desde la primera vez que me dijo aquel apodo, no ha dejado de decirlo siempre que tiene oportunidad y no me molestaba para nada.

Nos adentramos al hospital que me había recibido hace una semana en brazos del pelinegro, solo que ahora no ingreso allí sobre ellos sino tomada de su brazo.

—Hola, venimos a ver al doctor Davis Lake.—A mi lado Nate le hablaba a la enfermera tras la recepción.

—¿Quien es el paciente?

—Alice Collins.—Esta vez respondo yo.

Ella busca y teclea unas cosas en su computadora hasta que nos observa.

—Sigan por ese pasillo y se toparan con la sala de espera, enseguida los llama.

Asentimos y nos dirigimos por el pasillo que indico, al llegar al final observamos dos puertas idénticas que no están señalizadas.

—¿Izquierda o derecha?—Pregunto al pelinegro.

—Izquierda, obvio.—Toma el pomo y abre adentrándonos allí.

Al momento de cruzar por esa puerta la sala se inunda de silencio y luego murmullos claros.

—Son muy jóvenes.

—¿Que edad tendrá? Se arrepentirá.

—Que manera de arruinar su juventud, con tantas formas de cuidarse.

Una sala llena de mujeres embarazadas y con bebes en brazos nos recibe, mí confusión no podía ser más evidente y Nate a mí lado se encontraba igual. Aún no muy seguros nos sentamos al lado de una señora rubia con una hermosa bebe en brazos y lo que entendí era su esposo sentado a un lado.

Mi boxeador de ojos azules.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora