18-Perdóname

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Lily corrió a abrir la puerta, sin tener tiempo de quitarse el delantal, y se quedó muda al encontrarse frente a una Rose bañada en lágrimas.

–¡Rose! ¿Qué ha pasado?

–¿Puedo pasar? –sollozó Rose.

–Claro –Lily se apartó para dejarle paso, y cerró la puerta tras ella–. Pasa al salón y ponte cómoda, James no está.

Rose obedeció y se sentó en el sofá, sin dejar de llorar. Lily se sentó a su lado, cada vez más preocupada, y la cogió de las manos.

–Rose, cielo ¿Qué ocurre?

Entre sollozos, Rose le contó a su amiga todo lo que había pasado entre Severus y ella, y le habló de la profecía, intentando recordarla lo más fielmente posible. Lily la escuchó sin interrumpir, y cuando Rose acabó, la abrazó con fuerza.

–Quería... avisaros –sollozó Rose–. Porque... vosotros coincidís... con la profecía.

–Cálmate, Rose. Sólo son los desvaríos de una bruja loca. Ni siquiera sabemos si sus predicciones se cumplen de verdad.

–¡No es cierto! –insistió Rose–. Esa... pitonisa, adivina o lo que sea estaba en trance cuando...

–Ya, deja de llorar –Lily secó la cara de su amiga–. Y no te preocupes por nada, James y yo estaremos bien. En cuanto a... él, no volverás a verle, le olvidarás, y todo volverá a ser como antes.

Rose agitó la cabeza. Aquello no iba a ser tan fácil.

–¿Puedo quedarme a dormir? –preguntó, mirando a su amiga con ojos suplicantes.

–Por supuesto que sí. Espero que no te importe dormir en la habitación del bebé.

–Sabes que no –Rose había dejado de llorar, y sonreía débilmente.
Lily también sonrió, y le acercó a su amiga un cuenco de bombones.

–¿Quieres uno? Desde que me quedé embarazada no dejo de comerlos.

–¿Chocolate? ¿Eso no engorda?

–Si, y también es bueno para la tensión, los antojos... para mejorar el humor...

Rose captó la indirecta y comenzó a quitarle el envoltorio a uno de los dulces, mientras Lily intentaba hacerla sonreír. Poco después, las dos mujeres hablaban de forma animada, como si nada hubiese pasado.

Y sin embargo, los ojos de Rose seguían tristes.

***

Severus cerró la puerta de su casa y se apoyó contra la madera, soltando un hondo suspiro.

Entonces, sin avisar, un gran sentimiento de rabia, odio, furia y decepción le llenó por dentro, y Severus descargó todo eso contra los muebles de su salón, arrasando todo a su paso.

Tiró los cuadros, arrancó las cortinas, rasgó el papel de las paredes, volcó las mesas, las sillas y los armarios, rompiendo la vajilla, y finalmente, se dejó caer al suelo, lanzando un alarido salvaje de rabia y dolor.

¿Pero qué había hecho? ¡Había mandado a la mierda lo único bueno que le había pasado en toda su vida!

A ella, la única mujer a la que había amado, a la que había estado buscando durante dos años, con la que había esperado poder compartir una vida normal, la había insultado, humillado y herido de la forma más vil ¿Cómo había podido ser tan cerdo?

Severus sintió que estaba llorando, pero sabía que eso no servía de nada, porque lo que había hecho no tenía solución. Con amargura, recordó los sucesos acontecidos unas horas antes.

La serpiente y el león (Severus x OC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora