Rosalind Benson salió del ascensor, haciendo grandes esfuerzos para que no se le cayesen los pergaminos que llevaba en brazos por los empujones de la multitud.
Avanzó hacia su escritorio y dejó la montaña de manuscritos encima antes de sentarse en su silla, a la que le había puesto pequeñas ruedas para que se deslizase con mayor facilidad, y comenzó a ordenarlo todo, satisfecha de sí misma. Hacía poco tiempo que disfrutaba de aquel escritorio, en aquella oficina, dentro del cuartel general de los Aurores, y estaba muy orgullosa de sí misma.
Tras meses de estudio y preparación, al final había logrado ser Auror, como siempre había soñado, y lo mejor de todo es que lo había conseguido en un tiempo récord, al igual que todos los de su promoción. Esto se debía a que el Ministerio, asustado ante la cantidad de bajas que producían lord Vóldemort y sus seguidores, había decidido adelantar la graduación de los aspirantes a Aurores, con la condición de que debían terminar su formación a la vez que trabajaban.
A ninguno de los nuevos Aurores les importó que las circunstancias actuales fuesen tan peligrosas, ni que la media de edad máxima que se alcanzaba en el cuerpo no llegara a los treinta años. En realidad, todos ellos estaban tan ansiosos por ir a salvar el mundo que no se habrían detenido, aunque les dijesen que el setenta por ciento de ellos estarían muertos antes de dos años.
Rose levantó la cabeza al oír las risas, y ella sonrió también, al ver salir del ascensor a sus dos mejores amigos, de los cuales no se había separado, después de todo.
Entre carcajadas, vio cómo el joven señor Potter cogía en brazos a su flamante esposa y avanzaba con ella a través del pasillo, hasta llegar a un escritorio cercano al de Rose.
–¡James, suéltame! –dijo Lily entre risas.
–Lo que usted ordene –respondió él, depositándola con cuidado sobre la silla.
Rose se acercó a ellos, dándose impulso con los pies y haciendo que su silla patinase hasta casi chocar con Lily.
–Ey, pareja ¿qué tal la luna de miel? –preguntó con picardía.
–Bueno... ya sabes cómo es Francia –respondió James, elusivo, pasando sus brazos alrededor de los hombros de Lily–. Casas bonitas, enormes avenidas, franceses...
–Vamos, que no habéis salido del hotel –dedujo Rose.
–Exacto –dijo él, besando a Lily en la cabeza. Ella seguía riendo, con los ojos brillantes, y a Rose le pareció que era felicidad personificada.
–Que sepáis que no me dais ninguna envidia –bromeó Rose con retintín, y Lily le sacó la lengua.
En esas estaban cuando se les acercó un hombre alto, ancho de hombros y con una abundante melena gris. Era Hugo Battleman, el jefe de la oficina de Aurores, y por tanto, el que mandaba allí.
–Señores Potter, me alegro de verlos de vuelta –saludó con seriedad–. Pero les agradecería que se pusieran a trabajar de una vez y dejen de distraer al personal –añadió mirando a Rose.
Los tres pusieron caras de culpabilidad, pero en cuanto Battleman se dio la vuelta, volvieron a reír, aunque esta vez con disimulo. Sin embargo, Lily recuperó enseguida su vena responsable y se liberó de los brazos de James.
–Él tiene razón. Deberíamos ponernos al día.
–Lo que tú digas, amor –aceptó él antes de besarla y dirigirse a su escritorio, que estaba situado delante del de Rose–. Dime, Rosy ¿ha pasado algo importante mientras estábamos fuera? –preguntó James en cuanto se sentó y Rose volvió a su puesto.
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La serpiente y el león (Severus x OC)
Hayran KurguDe trabajar como mortífago a ser la mano derecha de Albus Dumbledore. ¿Qué sucesos llevaron al joven Severus Snape a tomar ese camino? (Esta historia fue escrita antes de la publicación de Las Reliquias de la Muerte, y fue publicada originalmente en...