Marzo del 2010
Cuando Tania Winston bajó las lúgubres escaleras de piedra que dirigían al sótano, no pudo evitar sentir como su cuerpo temblaba como el papel.
La tenue luz de la lámpara de aceite que llevaba entre sus manos, destilaba una suave luz ululante y cálida, que, al proyectarse sobre las paredes de piedra, proyectaba escalofriantes figuras espectrales, mismísimos demonios salidos de las profundidades del averno.
Tragó en seco, debía alejar esos pensamientos de su cabeza, aquellas sobras no le iban a hacer nada, todo era parte de su imaginación, y definitivamente, aquellos rumores sobre el fantasma de Sophia Crawford no eran más que un mito, una simple leyenda urbana para espantar a los alumnos nuevos y divertirse a costa de la ingenuidad de aquellos que fueran lo suficientemente crédulos como para caer en el juego.
"Tap, tap, tap..."
El seco golpeteo de sus zapatos contra la fría superficie de piedra que conformaba el suelo era lo único que se escuchaba en aquel largo pasillo.
Llegó al último tramo y soltó un suspiro, ¿Por qué era que había bajado ahí en primer lugar? Ah, cierto, debía buscar las cajas de utilería que los chicos del club de bienvenida necesitaban para la decoración de los chicos del nuevo ingreso.
Maldecía la hora en que se había anunciado como voluntaria para buscar las cajas, al menos debería haber arrastrado a algunos de los muchachos para que la ayudaran a subir las cosas.
Una vez en el final de las escaleras, una pesada puerta de madera, sumamente vieja, se distinguía frente a ella, dándole la bienvenida al sótano de aquel antiguo castillo que conformaba el internado.
Con las manos sudadas, la muchacha tomó el pomo de la puerta, dispuesta a entrar de una buena vez por todas, y al abrirla, el sonido chirriante de la madera desvencijada le dio la bienvenida, acompañada de una nube del polvo acumulado detrás de ella.
Tania tosió, sentía que sus pulmones ardían debido al aire cargado de aquel espacio; podía percibir el moho en el ambiente, junto al aroma de la tierra, los papeles viejos y la madera crujiente, hacían que fuera un poco desagradable para ella.
¡Puaj! Ya quería salir de ahí, lo más rápido posible, no quería que sus alergias se activaran, por lo que, aproximándose a la pared e iluminando todo lo posible, intentó encender la luz del sótano, para así no tener que depender más de aquella condenada lámpara.
Sin embargo, desagradable fue su sorpresa cuando se dio cuenta de que la iluminación no funcionaba en aquel lugar.
Chasqueó la lengua fastidiada, eso quería decir que tendría que hallar una manera de subir las cajas sin soltar la lámpara y tratar de que las cosas no se le cayeran, o peor, se cayera ella.
Con un bufido, colocó la lámpara sobre una vieja mesa, la cual tenía una gruesa capa de polvo recubriéndola; con el resplandor de la luz amarillenta, pudo ver los gránulos de polvo flotando en el aire.
Hizo una mueca de asco, realmente odiaba la suciedad.
Así que, dispuesta a salir de ahí lo más rápido que pudiera, se decidió a revisar entre los montones de cajas que había allí, con la esperanza de encontrar el dichoso encargo.
Observó los montones de cajas ahí, algunas tenían ya enormes y desagradables manchas entre el verde, marrón, ocre y negro. Era repugnante, se notaba que las autoridades de la institución no se preocupaban en lo más mínimo por darle mantenimiento a aquella área.
Así que, haciendo un gesto de fastidio, tomó con la punta de sus delgados dedos el orillo de la tapa de la primera caja, colocándose en la tarea de revisar el contenido a ver si encontraba algo útil ahí.
El sonido inquietante era su única compañía, o al menos, eso creía ella hasta ese momento.
"Tap, tap, tap..."
Escuchó los pasos de alguien aproximándose hacia donde ella se encontraba, ¿Sería acaso que alguno de sus compañeros habría bajado para ayudarla con la búsqueda? De ser ese el caso, estaría realmente agradecida.
Sin embargo, cuando se dio cuenta de que el sonido de los pasos se detenía y nadie llegaba, su corazón se sintió pesado, como si tuviera un enorme nudo en el pecho, incapaz de dejarla respirar.
Basta, tenía que ser más racional, no podía dejarse llevar por su imaginación.
— ¿Hola...? ¿Hay alguien ahí? -preguntó con resquemor- si es así, esto no es divertido, salga por favor...
Nada, el silencio fue su única respuesta.
Los vellos de la piel se le erizaron, y por más que la muchacha intentó calmarse, había algo en toda esa situación que le generaba un miedo irracional, incapacitándola de pensar con claridad.
Entonces, con pasos temblorosos, la Tania se acercó a la puerta de madera vieja, asomándose con cuidado para averiguar de una vez por todas, quién era el que le estaba haciendo esa desagradable jugarreta.
Nada, no había nadie allí, salvo la infinita escalera por la que ella había llegado y la terrible negrura de la oscuridad que la acechaba.
Ahora, perladas gotas de sudor frío bañaban su delgado rostro, tragó grueso, tal vez lo mejor que debería hacer era tomar la lámpara y largarse de ese lugar, ¡Al diablo con la caja de las decoraciones! Iba a salir de ahí, que bajara otro a buscarlas.
Así que, girando sobre sus talones, la chica dio media vuelta para ir a buscar la lámpara de aceite.
Y entonces, fue cuando lo vio; un grito atronador salió de su garganta.
Ahí, detrás de ella, estaba de pie una figura infernal, una mujer con el rostro deformado, como si de un demonio se tratase, de pie, observándola fijamente.
Traía puesta una bata blanca con manchas amarillas y pequeñas gotas cafés salpicando la fina tela, las cuales, Tania sospechaba que en algún momento habían sido rojas. Llevaba el cabello largo, negro y enmarañado, como aquella criatura del folklore japonés de la que habían hecho una película hace un tiempo; su piel era entre colores verdes, grises, blanco y morado, como un cadáver, sus manos tenían uñas largas y dedos huesudos.
Pero lo peor de todo era su rostro, un rostro lleno de arrugas, pero, no de vejez, sino como las que caracterizan a los trolls en las leyendas populares, o tal vez un duende, con orejas puntiagudas, ojos blancos, labios resquebrajados, una boca llena de filosos dientes y perladas gotas carmesíes destilando de sus ojos, como lágrimas.
Tania empezó a hipar, las lágrimas de miedo y desesperación se escurrieron en sus ojos, empañando su visión, y un solo pensamiento se escuchaba con cada vez más fuerza en su cabeza, hasta el punto de volverse ensordecedor: "¡Huye! ¡Sal de aquí! ¡Escapa!".
Y así lo hizo, se dio la vuelta y salió corriendo de ahí, dejando atrás el sótano, dejando atrás las decoraciones, dejando atrás la lámpara, ¡Al diablo con todo! Le daba igual, debía escapar de ahí.
Por lo que, internándose en la absoluta oscuridad, la muchacha hizo todo lo posible por no caer.
Sin embargo, hay veces en que es imposible escapar de nuestro destino, y así fue el caso de Tania Winston, cuándo en medio de la oscuridad un golpe seco se escuchó, y al filo de las escaleras, un líquido espeso y escarlata cayó desde arriba, formando un charco a los pies de aquella figura infernal, quién desde su sitio, veía el trágico desenlace de aquella pobre y miserable muchacha.
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Bienvenidos al internado Havistock
Misteri / ThrillerMegan Wyeth es una joven de 16 años que es enviada a un internado en Glasgow, Escocia, con el fin de que curse los siguientes dos años en aquel lugar. Sin embargo, hay un problema: Aquel viejo castillo se encuentra en medio del bosque, a kilómetros...