Capítulo 8

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Los fríos pasillos del pasadizo estaban llenos de humedad y moho.

Pequeñas zonas viscosas invadían los muros de piedra, goteando y salpicando el suelo con un constante sonido que retumbaba en un eco permanente.

El eco producto de una gota cayendo retumbaba en el pasillo, haciendo que el corazón de ambos jóvenes latiera con fuerza.

Marshall caminaba delante de Megan, mostrándose de forma protectora, llevando entre una de sus manos la linterna mientras que Megan se apoyaba del brazo contrario para poder avanzar.

— Marshall... ¿Cuántos pasillos crees que tenga este lugar?

— No tengo idea, pero si descubrimos cuantos pasillos son tal vez podamos averiguar qué lugar del castillo es seguro...

— Tienes razón -Megan asintió con la cabeza.

Los pasillos eran oscuros, tan sólo iluminados por la pobre luz de la linterna que chocaba y se expandía por el pasillo, ambos caminaban en silencio, llegando hasta unas escaleras de piedra y tierra, analizando todo a su alrededor, siempre alertas ante cualquier peligro que pudiera estar acechándolos desde las sombras.

Llegaron hasta un pasillo más amplio que los demás por los que habían pasado, este se encontraba maltratado por el desgaste del tiempo, lleno de tierra y humedad.

Sin embargo, un penetrante olor llegó hasta ellos, tan pútrido y nauseabundo que en un santiamén les revolvió el estómago, provocándoles nauseas.

Los chicos recorrieron el salón con la mirada, encontrándose con la causa de aquel aroma tan desagradable, tan putrefacto e intenso que se impregnaba en ellos con fiereza desmedida.

Megan tuvo que cubrirse la boca con su mano libre para así poder amortiguar el desgarrador grito que salió de su garganta mientras que Marshall la abrazaba, para cubrirle la mirada ocultándola en su pecho, para evitar que siguiera viendo aquella escena.

Ahí, frente a ellos, se encontraban los cuerpos de Meredith, Vanessa y Dylan bañados en sangre, pálidos e inertes, en unas mesas de metal oxidado. Las primeras dos tenían rastros de tierra en sus cuerpos, mientras que el chico tenía una herida en la cabeza, donde seguramente había recibido el golpe de gracia.

— Esto es horrible... -dijo la chica mientras empezaba a llorar desconsolada.

— ¡¿De qué se trata esto?! ¡¿Acaso es algún enfermizo salón de trofeos?! -dijo Marshall alterado ante tal aberración, mientras que con una mano temblorosa iluminaba aquel espacio.

— Marshall... Los cuerpos de Meredith y Vanessa... Se supone que los profesores los habían enterrado.

— Lo sé -respondió mientras que se acercaba a las mesas, examinando los cuerpos con cuidado- sea quien sea que los haya traído sabía el lugar del entierro... Megan, debemos apresurarnos en salir de aquí, hay que encontrar a los chicos y escapar del castillo cuanto antes...

La chica asintió mientras se acercaba hasta él, Marshall estaba enojado y aterrado a partes iguales, lo sabía, se notaba claramente en su postura. Aun así, la muchacha se acercó hacia el cuerpo de Dylan, colocando una mano en su frente, sintiendo como este aún estaba caliente.

— Lamento que no hayamos llegado a tiempo Dylan... -lágrimas de impotencia brotaron de sus ojos, hasta que algo llamó su atención inesperadamente- ¡Marshall mira la mano derecha de Dylan!

Él se acercó a su lado, observando lo que la chica le pedía, notando como, débilmente, la mano del chico temblaba con ligereza, aun aferrándose a la vida con todas sus fuerzas.

— No puede ser...

El azabache se apresuró en tomarle el pulso al chico rubio, notando al instante como este, aunque débil, era constante, dándoles un gran atisbo de esperanza para salvar la vida del muchacho, aunque si querían lograrlo debían darse prisa y sacarlo de ahí cuanto antes.

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