Capítulo 3: Te protegeré cueste lo que cueste.

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Los días se sucedieron veloces en el pequeño reino de Xianle, donde el príncipe heredero fue creciendo, siendo venerado por su belleza y habilidad. Las voces se sucedían y sucedían, haciendo correr un pequeño rumor que cada vez resonaba más fuerte entre las paredes del reino, el rumor de que el heredero de Xianle será el primer rey en siglos en ascender al cielo.

Mientras, desde la distancia, Hong-Er observaba la creciente grandeza de su salvador, y al que debía proteger pasase lo que pasase. El problema es que tras dos años en ese mundo de sueños y fantasía, parecía no ser nada, no formar parte de este, realmente empezaba a creer ser un espíritu que debía ascender, pero un fino hilo rojo se lo impediría siempre.

Una noche, Hong-Er se encontraba en el tejado del palacio del príncipe, observando el firmamento, cuando de repente miles de caballos montados por guerreros salieron a galope desde la entrada principal, abriéndose paso a través de la montaña. Sus herraduras llenaban la oscura noche de tintineos metálicos al chocar contra el camino de piedra, despertando a cada una de las criaturas del lugar, como miles de pájaros negros que alzaron el vuelo entre graznidos.

Mi corazón se aceleró en el mismo momento en que me percaté de que la persona que lideraba el ejército era Xie Lian, que vestido con una armadura similar a la de los antiguos samuráis, guiaba fielmente a sus compañeros. Rápidamente me dispuse a seguir a aquel grupo, colocándome a un lado de Xie Lian, iluminando su camino con el tono rojizo que me caracterizaba. "Hola, Hong-Er, ¿vas a acompañarme?" dijo felizmente el príncipe, a lo que respondí aumentando mi brillo momentáneamente en una especie de sí, que él pareció entender fácilmente, dejando escapar una pequeña risita antes de seguir su camino.

Atravesaron la fría noche de invierno rasgando su paz y silencio, montando los caballos que avanzaban a grandes velocidades hacia una batalla en la que se defenderían los valores y derechos de los ciudadanos de Xianle, viajando hacia una muerte asegurada por los débiles cuerpos mortales de los soldados, la cual, sería ocultada por la oscuridad de la noche y recibida por la claridad de la mañana. Al alcanzar el campo de batalla, una gran llanura cubierta de fina hierba verde con algunos árboles a lo lejos, ambos ejércitos se situaron uno frente al otro. Delante de ambos los príncipes herederos, que se observaban con miradas gélidas, en las que el odio y el miedo se mezclaban para ser inidentificables, justo antes de que todo el lugar se sumergiera en gritos y sonidos metálicos de una lucha seguramente inevitable; aunque Xie Lian no parecía opinar igual, tras sus ojos quería asomar un brillo de esperanza y salvación que, según Hong-Er, podría detener cualquier sangrienta y peligrosa batalla.

Debido al fragor de la lucha, no podía encontrar a Xie Lian, lo que me provocó mayor inquietud y miedo ante la posibilidad de que algo le hubiese ocurrido. Recorrí todo el campo en su búsqueda, hasta hallarlo en el suelo tras aparentemente haber caído de su caballo, que relinchaba impotente cerca de su amo quien estaba a punto de ser atacado por el príncipe rival que había conseguido despojarlo de su espada. En un gesto de desesperación me interpuse entre ellos, dándome cuenta realmente de la imposibilidad de protegerlo en ese estado.

Los ojos de Xie Lian parecieron arder en llamas tras el resplandor del pequeño espíritu que se interponía entre él y su muerte. Por un segundo el tiempo se detuvo para el joven príncipe al comprender que Hong-Er lo estaba protegiendo, haciendo que velozmente se decidiera a actuar.

Con un rápido movimiento de su espada, Xie Lian pudo evitar que el ataque fuera mortal; el arma de su oponente pasó por uno de sus costados, generando una herida superficial que rápidamente empezó a sangrar. Ataque tras ataque, defensa tras defensa, ambos oponentes iban desgastándose mientras la noche iba pasando amarga, tomando con cada segundo una nueva vida que Xie Lian parecía sufrir con el sentimiento más doloroso del mundo reflejado en sus tristes ojos grises. Las heridas iban aumentando en el pequeño cuerpo del príncipe que tan solo contaba con diecisiete años de vida, mientras el derrotado espíritu comprendía que no podía intervenir, no podía salvarlo, tan solo podía observar como sufría el ser que tanto amaba. La luz de Hong-Er parecía oscurecerse de pena, devastado, sintiendo como la ira se acumulaba en su interior, deseando todo lo contrario a lo que soñaba en su otra vida, ahora no quería ser aire, quería defender al príncipe.

Con la llegada de un nuevo sol, bajo la luz del alba, Xie Lian se alzó victorioso. Dejó marchar al ejército rival y se dispuso a buscar a su compañero fantasma, para agradecerle enormemente su valía y determinación, pero tras llamarlo y llamarlo, buscar y buscar, el espíritu nunca volvió a mostrarse, pareciera haber desaparecido junto a las últimas estrellas de la noche, para quizás reencontrarse con él al siguiente anochecer, pero esto no sucedió.

Quizás, y solo quizás, mi realidad ha cambiado, y esto no se trata de un sueño, ni de una ilusión, sino de un nuevo mundo en el que se alzan grandes montañas, largos ríos, enormes reinos tallados en oro, territorios inhóspitos, y entre todo esta majestuosidad, un pequeño puente de rocas desgastadas por el transcurso de los años, que gentilmente permite el paso a través de un río que no refleja el ánima, un río que divide reinos, promesas de amor y almas.

Ochocientos años más (Xie Lian x Hua Cheng)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora