Capítulo 8

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-¡Jeff!

No me dio tiempo a cogerle. Un trozo de cristal me hizo un corte en el brazo y tuve que retirarlo. Prim, a mi lado, se había dado un fuerte golpe en la cabeza y estaba tendida en el suelo, sangrando.

Todo me parecía salido de una pesadilla.

El vagón en el que nos encontrábamos estaba partido por la mitad y gran parte estaba carbonizada. El agujero era tan grande que se veía el paisaje correr a toda velocidad y los raíles por los que pasaba el tren. Ya no había parte trasera, y por el hueco entraba un vendaval que me azotaba la cara debido a la rapidez con la que marchaba el tren.

Yo no tenía uso de razón. Estaba totalmente cagado.

Me levanté, y en vez de ir al vagón colindante en el que estaban los adultos (no sabía cómo no se habían enterado de la explosión), dejé allí tirada a Prim y me dirigí a la parte carbonizada. No quedaba nada de la habitación de Katniss y Peeta ni la de Prim. La de Haymitch y Jeff estaba mayoritariamente quemada. La mía estaba intacta, y me pareció tener un aire insultante, ahí ella, mofándose de las demás por ser la única que quedaba en pie.

Quizá estaba delirando y volviéndome loco.

Iba repitiéndome una y otra vez: "Hay que salvar a Buttercap. Está metido en su gatera. Sólo hay que llegar a la habitación de Jeff."

Intentando llegar a mi destino, el viento de la abertura me azotaba la cara, revolviéndome el pelo. También en el trayecto me encontré algo que me horrorizó bastante: un trozo del brazo de Serena que decidí dejarlo donde lo encontré. Ni siquiera sangraba de lo carbonizado que estaba.

Nada mas tocar el pomo, la puerta entera se cayó dentro. La habitación estaba que daba pena verla. Dentro había una mesita medio chamuscada y una cama que se encontraba más o menos en condiciones. Podría haber sido una habitación bonita si no hubiera estado en llamas.

En una esquina se encontraba la gatera de Buttercup. Me acerqué, la abrí, y el gato salió disparado, corriendo como nunca antes lo había hecho. Al parecer le daba bastante miedo el fuego. Tras dar unas cuantas vueltas y haberse relajado, volvió conmigo. Yo le cogí en brazos y salí de la habitación chamuscada.

Al regresar al pasillo, vi a Prim despertarse aturdida e intentar levantarse. Me acerqué a ella, y cuando estuvo lo suficientemente despejada, me miró sonriéndome, y luego se puso la mano en la herida sangrante de la sien, poniendo una mueca de dolor.

-¿Estás bien? -intenté que no se me notara en la voz la preocupación y miedo que sentía en esos instantes.

Ella abrió la boca para responder, pero dirigió su mirada detrás de mí y, señalando con cara de terror hacia allí, dio un grito espeluznante que me heló la sangre en las venas.

Me giré para ver lo qué le había provocado ese cambio de expresión.

Deseé no haberlo hecho.

Varios hombres y mujeres, vestidos con túnicas negras y capas muy largas entraron en tromba por el hueco del vagón. Eran muy tétricos, no solo por su vestimenta, sino también por la máscara que llevaban puesta y que no permitía discernir sus rostros.

Me entró pánico, y Prim parecía que estaba en la misma situación que yo. Mi mente iba a mil por hora procesando la información que percibía por mis ojos y a la misma vez sacaba ideas (la mayoría alocadas) para intentar escapar de los nuevos visitantes. Porque, por las pintas que tenían, estaba seguro de que no eran buenos.

Justo cuando se me había ocurrido la brillante idea de saltar por la ventana con Prim, el que al parecer era el líder se percató de nuestra presencia. Era un hombre un poco gordo, pero que estaba en forma. Eso fue lo único que pude distinguir de él.

El Final de las HistoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora