Capítulo 7

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Una hora más tarde, ya nos encontrábamos todos de camino a la estación con un Haymitch muy malhumorado.

-¡Vamos Haymitch! -le dijo Peeta dándole unas palmadas en la espalda.- ¡Piensa en todo el licor que podrás beber allí!

-¡Tú no le incites a enborracharse más de lo que lo hace normalmente! -le riñó Katniss.

Esta conversación estaba haciendo que me volvieran a entrar náuseas otra vez. Después de haber visitado la casa de Haymitch, no quería oir hablar de nada que tuviera que ver con el alcohol durante una temporada bastante larga.

-¿Podemos cambiar de tema?

Haymitch me miró con mala cara. Se notaba que todavía no se le había olvidado mi broma de antes.

Llegamos a la estación. En el andén nos esperaba un tren muy largo totalmente blanco, con rayas plateadas y curvadas por sus laterales. En el morro tenía un águila fragmentada en pedazos, como si le hubieran dado un puñetazo y se hubiera roto como un cristal. Era el símbolo del Capitolio. Katniss nos contó que antes el escudo estaba entero y unido, cuando el Presidente Snow gobernaba sobre todos. Pero cuando los rebeldes ganaron la Guerra, se cambió el escudo, poniéndolo dividido como un cristal roto, diciendo que los Distritos ya eran libres y habían salido victoriosos sobre él y sus seguidores.

Las puertas correderas se abrieron y de su interior apareció una mujer muy maquillada, como un payaso de circo, y una peluca con grandes rizos y de un color naranja chillón, que se podría haber visto a kilómetros de distancia, y que hacía juego con su vestido de lentejuelas que formaban flores rojizas, anaranjadas y amarillentas. Una gran sonrisa se plasmó en su cara cuando nos vio.

-¡Katniss! ¡Peeta! ¡Dios mío, cuanto habéis crecido! ¡Qué mayores y guapos estáis! ¡Oh, Haymitch, cuánto tiempo sin verte!

Bajó los escalones del andén y se acercó a nosotros. Primero abrazó a Katniss y se dieron dos besos, y luego hizo lo mismo con Peeta y con Haymitch.

Finalmente fijó su mirada en Prim, Jeff y yo.

-¡Vaya, que guapos son vuestros hijos, Katniss! Me escribisteis cuando los tuvisteis, pero no mencionásteis lo mucho que se parecían a vosotros. -Miró a Jeff-. Te pareces mucho a tu padre. Pero los ojos son de tu madre, sin duda; esa mirada que conozco tan bien de desafío y valentía.

-Me llamo Jeffrey -dijo él, satisfecho, como si por fin alguien se hubiese dado cuenta de su belleza externa.

-Me gusta tu nombre. -Se volvió hacia Prim.- Tú eres más a la inversa, con piel aceitunada y el pelo oscuro de Katniss y con los ojos tan brillantes y claros de Peeta.

-Vaya... gracias -dijo ella, un poco sonrojada-. Me llamo Primrose.

De repente, la sonrisa de Effie desapareció y su cara se ensombreció. Miro hacia donde estaba Katniss y las dos se intercambiaron miradas tristes, como si estuvieran hablando por la vista.

Su sonrisa volvió tan rápido como se había ido, y esta vez se fijó en mí.

-¡Anda! ¡No me dijisteis que habíais tenido un tercer hijo! Además, parece mayor que Jeffrey.

-Bueno... -dijo Peeta-. Es que en realidad no es nuestro.

-¿Lo adoptásteis, pues?

-Emmm... Sí y no. Es una larga historia.

-Ya me la contaréis luego, ¡el tren está a punto de salir! ¡Frenly!

Un hombre con el pelo muy repeinado intentando ocultar inútilmente su calva que brillaba al sol apareció de uno de los vagones de delante del tren. Corrió apresuradamente hacia nosotros.

El Final de las HistoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora