♞ Tormenta

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Me exasperaba sobremanera encontrarme con Harlowe en la casa en todo momento

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Me exasperaba sobremanera encontrarme con Harlowe en la casa en todo momento. Casi siempre comenzaba con un breve intercambio en la cocina y luego volvía a repetirse en los jardines y en la cena.

Si bien pasaba la mayor parte de mi tiempo trabajando en los establos, me topaba con su imagen a lo lejos y eso era igual de irritante.

El cuarto día de su estadía, la divisé ingresando al campo de entrenamiento techado donde, cuando el frío era muy crudo o la lluvia muy molesta, trabajaba con los animales.

Parecía que no podía escapar de ella, maldición.

Lista para escuchar alguna de sus ácidas frases, esperé preparada para responder. Sin embargo, Harlowe pasó a unos metros míos con ritmo estable, siguiendo a papá de cerca y apenas elogiándome con una mirada.

No anticipé aquello y su silencio me dejó un sabor amargo en la boca.

No debería importarme, me dije algo consternada por aquel ridículo pensamiento.

Debía enfocarme en preparar todo para el duro invierno que se avecinaba. El clima era de los más duros en la isla. Devon no solo tenía temperaturas extremadamente variadas, sino que también se caracterizaba por tener uno de los inviernos más húmedos y ventosos del Reino Unido. Y eso, desde luego, afectaba el trabajo.

Mi principal tarea, por lo tanto, era ocuparme de los animales más que recibir estudiantes. En parte, me agradaba aquello. Disfrutaba mucho pasar tiempo con los caballos. Me transportaba a un momento de mi vida en el que todo era más simple. Quizás utilizaba la soledad para escapar de mis preocupaciones, de tener que lidiar con Blake que aparecía de la nada a toda hora.

Sabía lo que buscaba aquí.

Observando, aprendiendo, mirándome.

Era consciente de que su vida era en Londres y de que tenía poca idea de cómo era todo aquí, pero tenía que admitir que la mujer aprendía rápido.

Para mi sorpresa (o no tanta), papá contribuyó activamente a ese proceso. Lo vi mostrándole la propiedad, inspeccionando los establos junto a ella y enseñándole cómo montar a Milo. Mentiría si dijera que no me preocupaba por él y su repentino entusiasmo.

El martes llegaba a su fin y, mientras la noche comenzaba a abrazar el día, monté a Daphne de regreso al establo. Había sido una larga jornada de entrenamientos y mañana me esperaba una igual de demandante. Además, no quería agobiarla ni exponerla al incipiente rocío que comenzaba a caer.

Por fortuna, fui capaz de deshacerme de Harlowe, quien (por algún motivo) aún no había regresado a Londres. Me pregunté qué tipo de trabajo tenía que le permitía ausentarse un par de días. O quizás no tenía uno y su esposo era quien la mantenía.

Me deshice de aquel pensamiento.

Aquella mujer no debía importarme.

Conforme ingresaba al establo, el estómago me dio un vuelco.

El arte de ceder (o La indómita naturaleza de Ava) © - GirlsloveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora