♞ La segunda tormenta

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—Muchas gracias por su testimonio, señorita Huxley

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—Muchas gracias por su testimonio, señorita Huxley.

El oficial de policía local estrechó mi mano con énfasis, su rostro inescrutable a pesar del ceño fruncido que parecía ser una constante en él.

—Nos mantendremos en contacto. Ya tenemos sus datos —agregó dando un asentimiento de cabeza a su compañera, que continuaba de pie cerca de la puerta cerrada de la oficina de Stevens.

En cuanto llegué ahí y me encontré con Eli, ingresamos al despacho. En su interior, estaba su dueño y el veterinario que se había ocupado de Daphne, cuya mirada semi horrorizada no se atrevía a encontrarse con la de nadie más. Él también dio su testimonio y luego permaneció en silencio por los treinta minutos que estuvimos encerrados allí.

—¿Qué pasará ahora? —pregunté con voz calmada, aunque mi rostro ardía de furia.

Todavía no sabía qué sucedería con Frank y Roberta. Se suponía que regresaríamos a Devon mañana, mas yo no quería volver a compartir el mismo espacio que él. 

Y Roberta... No estaba segura de qué cargos afrontaba.

—La señora Pizzani será descalificada de la competencia —habló Stevens, el mayor representante de la Comisión Directiva—. Es todo lo que podemos hacer desde nuestro lugar. En cuanto a la comunicación, debo discutirlo con el resto del Comité.

Suspiré, aunque el aire que salió de mi cuerpo no denotaba tranquilidad.

Por supuesto, debí suponerlo. Estos lugares no apreciaban los escándalos. Stevens no haría nada grandilocuente a menos que no tuviera otra alternativa.

—¿Por qué? Ya los denunciamos... —Eli, a mi lado, demandó con la voz crispada, echándole una mirada horrorizada al hombre de bigotes que acababa de hablar.

Yo hice lo mismo. Me moría por escuchar qué mentira le diría, como si Elinor fuera tonta y no entendiera la gravedad del asunto.

—Y no quedarán impunes. —Fue la diplomática respuesta del oficial—. Nosotros nos encargaremos de escoltar al señor Frank Sanders hasta la estación. Igual con la señora Pizzani, aunque para eso estaremos en contacto con usted, Stevens.

Elinor largo un sonoro bufido que causó que varios pares de ojos fueran a ella.

—Ella también es culpable... ¿Por qué deberían tratarla diferente a Frank?

Me crucé de brazos y lo observé arqueando una ceja.

—Les aseguro que nadie quedará impune —repitió Stevens.

Maldito hipócrita.

—¿Podemos irnos ya?

El oficial asintió—. Les sugiero que no hablen con ellos. Con mi compañera nos encargaremos de Sanders.

El arte de ceder (o La indómita naturaleza de Ava) © - GirlsloveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora