♞ Segunda ronda

11.4K 848 233
                                    

Ava permaneció quieta dentro de la bañera

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Ava permaneció quieta dentro de la bañera. Las abundantes burbujas en la superficie del agua tibia velaban su desnudez, mientras descansaba con su cabeza hacia atrás y los ojos cerrados.

El moretón en su rostro se veía verdoso, lo que indicaba que estaba sanando. Su labio, por el contrario, no. El corte todavía abría su piel, posiblemente a causa del desespero de nuestros besos por la noche, del poco reparo que tuvimos para no dañarla de más.

—¿Cómo estás? ¿Te sientes bien?

Suspiró, abrió un ojo y me regaló una sonrisa—. Si mi madre estuviera viva, sonaría menos preocupada que tú.

—Si tu madre estuviera viva, no te habría dejado competir. Te ves de terror.

Sin aviso, Ava sacó su mano del agua y me salpicó—. Cállate.

Negando con la cabeza, sequé mis mejillas y camiseta, y me senté al borde de la tina.

—No deberíamos haberlo hecho. Mira cómo estás... —Visualicé a su mano izquierda, a la que le había retirado la férula.

Su dedo índice y anular se veían morados, hinchados. La luxación, en la mayoría de los casos, no traía complicaciones. Pero Ava no estaba cuidándose como debía y yo lo estaba permitiendo.

—No estoy tan mal...

—Ava, apenas pudiste bajarte del auto —le recordé con una ceja levantada.

Ella no me miró. Sabía que tenía razón.

Después de que Ava terminara la primera ronda, se cambió y fuimos a ver a los otros jinetes competir. Para la hora del té, estaba agotada y yo, sabiendo que teníamos doscientos kilómetros por delante, le propuse regresar a casa.

Llegamos a Londres poco después de las siete de la tarde.

En silencio y mordiendo con fuerza su labio lastimado, se bajó del vehículo y rengueó al interior de la casa. Como pudo, se desvistió de camino al baño, donde permaneció sumergida en el agua por los últimos treinta minutos.

—¿Qué harás mañana? —Quise saber sin dejar de observarla.

—¿A qué te refieres? 

—Ava... —Suspiré. Resbalé de la tina y me senté en el suelo, apoyando mi espalda sobre el frío revestimiento de azulejos que la recubrían—. Sabías que esto podía pasar. Sabíamos. Lo que quiero preguntarte es qué diablos harás mañana.

—Existen las drogas, Blake —respondió con tranquilidad, como si eso fuera un maldito juego.

No me agradaba encontrar su ironía, su falta de consciencia. Ella no era así. Estaba evadiendo el tema.

Me volteé, molesta—. Vamos, hablo en serio.

Ava exhaló, se empujó de la bañera y cruzó sus brazos sobre el borde, a mi lado.

El arte de ceder (o La indómita naturaleza de Ava) © - GirlsloveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora