Mostrarse amable con su hermanito había sido un error. Justin se daba cuenta de
ello.
Era finales de octubre, estaban a un mes del inicio de la temporada oficial, y desde que le había regalado al niño el mejor día de su vida, dedicándole unos minutos en la pista de hielo, firmándole un autógrafo y posando para un par de fotografías, Kelsey, la Terrier Humana, se le había echado encima, tratando constantemente de engatusarlo y lisonjeándolo y suplicándole y rogándole y persuadiéndole, intentando convencerle para que apareciese en un acto, en cualquier acto.
Algo que, naturalmente, no haría
Pero por mucho que su acoso constante le hiciese desear robarle a alguno de los entrenadores un rollo de esparadrapo y taparle con él la boca, se daba cuenta en el fondo de que simplemente estaba haciendo su trabajo, un trabajo que básicamente parecía centrarse en fastidiarle a él la vida. Se había convertido en una especie de chiste: bastaba con que se le acercase a un metro de distancia para que la primera palabra que saliese de su boca fuera un raudo y convincente «No».
Se imaginaba que él tenía la culpa de todo. De haber ignorado al niño, de haberse dirigido al vestuario aquel día como siempre solía hacer, ella seguiría pensando que era un tozudo duro de pelar. Pero no; se había apartado de su camino habitual para hacer algo agradable, y con ello había revelado una pequeña raja en su coraza, una raja que ahora ella intentaba dinamitar con su estrategia de perforadora, pensando, evidentemente, que si lo presionaba lo suficiente, él acabaría sucumbiendo. Pero se equivocaba del todo
¿Pero por qué lo había hecho? Reflexionaba sobre el tema mirando por la ventanilla del tren interurbano que los conducía hacia Washington, D. C. Aquella noche jugaban en Washington. Hasta el momento, los Blades llevaban ocho victorias y cuatro derrotas, y tres de estas últimas habían sido en pista contraria. Esperaban mantener el equilibrio y la concentración esta noche, porque Dios sabía bien lo mucho que necesitaban la victoria. Los de Washington practicaban un juego duro y agresivo. Eran competitivos y rápidos. «Pero nosotros somos más competitivos y más rápidos -pensó Justin con orgullo -.Y si podemos mantener la concentración, acabaremos utilizándolos de escobas para barrer el hielo».
Sus pensamientos volvieron de nuevo hacia su pequeño castigo constante y su hermanito. ¿Por qué lo había hecho? Muy fácil: quería alegrarle el día al niño. Tenía clarísimo que algo tan simple como charlar un poco y dar unos cuantos pases de disco hacían feliz a cualquiera. No era mucho pedir, y él se alegraba de poder ofrecerlo. Además, el niño -Wills - le había hecho pensar en él a su misma edad.
Robusto pero tímido, temeroso de apropiarse de su propio espacio. Se preguntó si el padre del niño le estaría constantemente detrás para que ganase, ganase y ganase, tal y como había hecho su padre con él. Justin pensaba que la acción habría merecido la pena si aquella sesión privada con uno de sus héroes servía para incentivar la autoestima del chaval, aunque fuese sólo un poco, o para aligerar la posible presión de intentar ser siempre lo bastante bueno como para complacer a su padre.
Pero conseguir que aquel cumpleaños fuese un día inolvidable para el niño no era más que una justificación a medias, y lo sabía. La otra mitad de la justificación era que quería impresionar a Kelsey. Después, cuando ella le miró con aquellos grandes ojos azul cielo llenos de gratitud y de alguna cosa más que ni siquiera quiso tratar de averiguar, cayó en la cuenta de que había estado esperando aquella mirada y que, de hecho, era él quien acababa de provocarla. Una mirada que decía que ella sabía que dentro de él había algo más que una necesidad abrumadora de victoria y una negativa terca a cooperar con ella. Una mirada que decía...
Con una necesidad urgente de despejar esas ideas, se levantó de su asiento y fue a ver a sus chicos para asegurarse de que todos se sentían cómodos y que no tenían ideas raras abrumándoles la cabeza. Era algo que siempre solía hacer como parte de su trabajo de capitán, aunque la prensa bromeara sobre él al respecto y lo llamasen por ello «Papi», un mote que tenía completamente atragantado. De hecho, había varios del equipo que le superaban en edad y él tampoco es que fuese muy mayor. Mientras avanzaba por el pasillo del tren vio al Toro hablando por el teléfono móvil. Estaba echándole la bronca a alguien mientras iba vaciando un paquete de caramelos del tamaño de una bolsa de agua caliente. Unas filas más allá estaba Kelsey. Estaba leyéndoles la cartilla a dos de los novatos, Guy LaTemp y Barry Fontaine, que habían sido lo bastante estúpidos como para dejarse fotografiar saliendo borrachos de uno de los bares de topless más conocidos del East Side.
-Y sucederá lo siguiente -vociferaba Kelsey
-Voy a redactar una nota de prensa diciendo que ambos sentís mucho haberos comportado de un modo tan poco profesional, y que nunca volverá a suceder. Porque no sucederá, ¿comprendido?
Kidco no lo tolerará, y yo tampoco. Si queréis ser malos chicos, hacedlo disfrazados. Entendido?
Los dos jugadores asintieron.
- Bien. Una cosa más: si alguien de la prensa os pregunta sobre esto, tenéis que responderles «Sin comentarios». Y punto. Nada de «Simplemente tratábamos de divertirnos», o «No hacíamos daño a nadie», o «La malvada responsable de relaciones públicas nos ha dicho que no podíamos hablar del tema». «Sin comentarios», y basta.
Y finalmente, los dos asistiréis a un curso sobre las consecuencias del consumo de alcohol y drogas. Es lo que se conoce como rehabilitación de la imagen, y haréis ver que os ha encantado, aunque sea vuestra peor pesadilla. ¿Me he explicado con suficiente claridad?
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Contacto
FanfictionKelsey McNeil es una publicista con la misión de cambiar de imagen de los chicos malos del hockey: Los New York Blades, campeones de la Copa Stanley Justin Bieber es un capitán con una misión...lograr que su equipo gane la copa otra vez...cueste lo...