Capítulo 3

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— Kidco necesita que estos chicos limpien su expediente. Rectifico: lo exigen. Los jugadores no son malditos tipos, pero el problema es que muchos de ellos se criaron en "el culo del mundo", Canadá, ¿me entiendes lo que quiero decir? La gran emoción de su vida era lanzar discos de goma a la cabeza de sus hermanos pequeños y ver las repeticiones de Tres en la carretera de la CBC. Y ahora, de repente, se encuentran en la Liga Nacional, ganan mucho dinero. Empiezan a perder la cabeza con el vino, las mujeres y la música. Kidco quiere que el equipo de relaciones pública de los Blades halague a los chicos que están casados y con hijos. Y quiere que todos empiecen a salir a hacer obras de caridad.

— Porque cuanta más cobertura consigan los jugadores en la prensa normal y en la televisión, más publicidad habrá de los partidos, más entradas venderemos y más ricos se hará Kidco —remató Kelsey. Lou enarcó las cejas, que parecían dos orugas.

— ¿Tienes algún problema con eso?

— Ninguno— le aseguro Kelsey—. No es más que la naturaleza de la bestia, lo sé.

Lou asintió, secándose la boca con la manga de la camisa.

— Bien. Sé que puedes hacer este trabajo con los ojos cerrados, y es por eso que te quiero aquí. Me han dicho que eres estupenda en lo que haces, que tienes contactos en el mundillo, y que si fuiste capaz de convertir a eso mocosos de Gotham en material para el programa de Oprah, no me cabe duda de que podrás acicalar la percepción que el público tiene de los Blades, que en su mayoría no son tan salvajes como la prensa nos ha hecho creer...— frunció el entrecejo—. El único problema tal vez sea Bieber.

Y ahí fue cuando le explicó a Kelsey lo del capitán.

— No me malinterpretes, es un gran chico, una gran jugador de hockey— insistió Lou, reprimiendo un eructo—. Pero para mí es una pesadilla enorme, un auténtico y arrogante hijo de puta. Es de los que piensan que la publicidad es una pérdida de tiempo, una distracción. Para él, lo único que importa son eso sesenta minutos en la pista de hielo, y punto, se acabó la historia. Fuera del hielo, le gusta la buena vida: los mejores restaurantes, las mujeres más bella, ya puedes imaginártelo. Es una especie de playboy, y a Kidco eso no le gusta.

— Así que quieres que lo modere un poco, ¿no es eso?

— Sí, porque si consigues que se calme, los otros seguirán su ejemplo de inmediato. Seguirán a ese cabrón hasta las puertas del infierno si él se lo pidiera. Dios, si has conseguido que esa cabeza hueca anoréxica con tetas de silicona que representa el papel de Treva en tu programa haga algún tipo de servicio para la comunidad...¿cómo se llama?

— Malo St. John— apuntó Kelsey, reprimiendo una carcajada.

— ...entonces puedes conseguir darle la vuelta a Bieber. Kidco quiere que la gente vea que tiene dentro algo más que esa maldita y obsesiva voluntad de ganar y ese eterno deseo de exhibir a la favorita del mes. Quieren que todos ellos sean percibidos por el público como personas interesadas por la persona normal y corriente que paga por verles jugar. Es importante que el público piense que son algo más que un montón de camorristas con mucho dinero y poca preocupación por la decencia, por el amor de Dios.

— Estoy segura de poder hacerlo— afirmó Kelsey con confianza, pese a no estar del todo—. Pero tienes que ofrecerme algo por lo que merezca la pena abandonar Gotham.

Lou menciono su salario informalmente y ella casi se cae de la silla. Ni en un millón de años se habría imaginado poder ganar una cantidad de dinero como aquélla. Aun así, mantuvo la frialdad.

— ¿Y qué me dices de la acción de compra de acciones? ¿Plan de jubilación? ¿Dietas para vestuario? ¿Vacaciones? ¿Secretarias?

Lou suspiró, empujando hacia ella una carpeta de color granate brillante con la palabra "Kidco" grabada en relieve plata.

— Esto te explicara todo lo que necesitas saber.

Charlaron durante un rato más y Kelsey salió de la entrevista sabiendo que había aceptado el puesto. Trabajar de relaciones públicas para los Blades era justo la inyección de moral que necesitaba para salir de su cómoda rutina. No sólo eso, sino que la cantidad de dinero era demasiado espectacular como para rechazarla.

— ¿Por qué le llaman el Toro? — pregunto a una de las secretarias antes de salir de la oficina de Capesi.

La mujer, de unos sesenta años de edad, con una peluca de cabello cubierto de laca y teñido de un rojo tan chillón que levantaría a Lucille Ball de su tumba, miró a Kelsey por encima de las gafas bifocales en forma de media luna que llevaba instaladas en la punta de la nariz.

— Porque hace mucho tiempo, cuando era boxeador, solía luchar como un toro. Ahora sólo ataca como uno de ellos.

Kelsey se echó a reír, encantada.

Una semana después, presentaba su dimisión en Gotham. Y allí estaba ahora, conduciendo a casi veinte km/hora por encima del limite de velocidad de regreso a la ciudad para explicarle al Toro que en su primer día en el ruedo había conseguido que Gilí y Lubov se apuntaran a algunos actos, pero que Bieber se mostraba imperturbable. "Justin, Justin, Justin", reflexiono. "No tienes ni idea de con quien te enfrentas, ¿sabes?" Él había ganado el primer asalto, se lo había concedido. Pero contra viento y marea, el siguiente seria suyo. Tenia que ser así.

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