Capítulo 10

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— Esta es mi chica.

El recibimiento de su padre cuando aparcaba en la plaza donde finalizaba el camino particular que daba acceso a la finca de sus padres en Connecticut, siempre provocaba una sonrisa en el rostro de Kelsey. Hasta donde alcanzaba su memoria, aquellas habían sido siempre las primeras palabras que le venían a la boca cuando la veía. Estaba inclinado sobre un jardín de anémonas japonesas, sus flores de color rosa claro temblando levemente a merced de la brisa de septiembre. Se enderezó al verla, sus ojos, hundidos en su cara rojiza y acostumbrada al aire libre, brillantes de satisfacción. Se despojó de los guantes de jardinero completamente embarrados, los tiró al suelo y corrió a abrazarla. Kelsey agradeció el abrazo y aspiró profundamente su olor: una mezcla de suave sudor y jabón de la marca Dial, un aroma que la devolvía directamente a su infancia, a la felicidad del tiempo que había pasado con él.

— ¿Cómo van? — preguntó Kelsey, inspeccionando los jardines. Todo lo que sabía de jardinería lo había aprendido de su padre. ¿Cuántas horas habrían pasado juntos estudiando con detalle catálogos de semillas, plantando y cavando, desbrozando y regando? No estaba segura de cuál había sido su mayor regalo, si su inquebrantable fe en ella o el amor por la jardinería que le había transmitido. Estaba segura de que nunca habría sobrevivido a la locura de su infancia sin ambas cosas.

— Están cogiendo bien — dijo su padre en respuesta a su pregunta.

— Voy a intentar podarlas antes de que no dejen crecer a todo lo demás.

Kelsey movió afirmativamente la cabeza. Su padre parecía cansado; pero ¿cuándo no lo parecía? Patrick McNeil era un auténtico "mulo de carga". Cuando empezó, trabajando en la construcción, era famoso por su increíble fuerza bruta y su terca resistencia. No había trabajo que su cuerpo robusto y cuadrado no pudiera acometer y acabar, y acabar además a la perfección. Era esa misma determinación la que le había permitido abrirse camino como constructor independiente.

Ahora, treinta y cinco años después, estaba al frente de un pequeño imperio de la construcción y la palabra "delegar" no existía en su vocabulario. Supervisaba todos los detalles de todas las operaciones, de principio a fin. Kelsey sabía que aquello era más que una simple cuestión de orgullo. Hacía tiempo que se imaginaba que esa dedicación al trabajo proporcionaba a su padre el respiro necesario para olvidarse de vez en cuando del campo de batalla que era su matrimonio.

Como si le hubiera leído los pensamientos, Kelsey oyó el tintineo de la risa de su madre a través de la puerta principal de la casa. Courtney McNeil era la personificación femenina de la revista Town & Country: alta, regia, la típica blanca, anglosajona y protestante. Nacida en el seno de una familia rica, nunca había llegado a perdonar al padre de Kelsey por haberla retirado temporalmente de su ambiente durante los primeros años que estuvieron juntos, pese a que ahora el negocio ingresaba más dinero del que ella podría gastar en toda la vida... y Dios sabía que lo intentaba. Con cincuenta y cuatro años de edad, tenía el cuerpo de una mujer veinte años más joven y la gente que la veía de lejos quedaba impresionada de entrada por su larga melena de color rubio ceniza, confundiéndola a menudo con una de sus hijas, habitualmente con Petra o Skyler, lo que la llenaba de satisfacción.

Kelsey amaba y odiaba a su madre, la amaba porque los niños no saben hacer otra cosa, y la odiaba porque su madre siempre la hacía sentirse insuficiente. Nacida entre su hermana mayor, Petra, que era alta y brillante, y su hermana menor, Skyler, que era alta y bellísima, Kelsey era la chica rara: menuda, normal, la clásica niña de clase media que luchaba por destacar pero que nunca conseguía brillar. Al menos, no ante los ojos de su madre. Uno de sus recuerdos más dolorosos era haber oído a su madre decir en una fiesta, con el salón lleno de invitados: "Petra tiene el cerebro, Skyler la belleza y Kelsey — entonces había hecho una pausa, con los labios fruncidos, evidentemente intentando pensar algo que decir — Kelsey tiene la energía".

La energía, como si eso fuera poco. No era de extrañar que siempre hubiese tendido más hacia su padre. El comprendía su energía, no la veía como una torpeza o algo que obstaculizaba su camino, como hacía su madre. Miró a su padre y se le llenaron los ojos de lágrimas. Él había sido quien más la había animado para iniciar su propio negocio, quien creía en sus conocimientos, quien le decía repetidamente que no se rindiese. ¿Y por qué lo había hecho? ¿Por qué trabajaba para grandes empresas y no para ella? La respuesta era simple: por medio. Tenía miedo al fracaso. Miedo de que lo había dicho su madre fuera cierto... que lo único que podía ofrecer era energía, sin talento que la respaldase. ¿Y que si había estudiado en la Wharton School? Era una impostora, siempre lo había sido. Había engañado a sus profesores, les había hecho creer que tenía una cabeza estupenda para los negocios, y seguía engañando a todo el mundo haciéndole creer que dominaba las relaciones públicas. Como a Lou, por ejemplo, que creía que ella era un miembro más de la asociación de superdotados. Su madre la conocía bien.

El estruendo de música rock que se oía a través de una ventana abierta del segundo piso llamó entonces la atención de Kelsey.

— Veo que el chico que cumpleaños está en casa — le dijo a su padre.

Levantó la vista hacia la ventana con cortinas, una inequívoca mirada de insatisfacción.

— Dice que eso es música.

— Cuidado — bromeó ella, dándole golpecitos en el brazo. — Que se te nota la edad. — Su padre suspiró, sacudió a cabeza y volvió feliz a remover la tierra.

Kelsey entró en la casa para desearle feliz cumpleaños a su hermano menor. Will. El último de los McNeil cumplía hoy doce años. La diferencia de edad entre el chico y sus hermanas era considerable. La madre de Kelsey afirmaba que había sido "un accidente", pero Kelsey y sus hermanas coincidían en que tener a Will había sido el último intento de sus padres de intentar salvar su matrimonio...un intento que había fracasado, dejando al pobre Will criándose solo en la enorme mansión georgiana en compañía de unos padres que no paraban de pelearse. Su estatus de hijo único llenaba a Kelsey de un enorme sentimiento de culpabilidad. Al menos, cuando las cosas iban mal, ella, Petra y Skyler se habían tenido las unas a las otras. Will no tenía a nadie, y por eso Kelsey siempre hacía un esfuerzo para llamarle y verle siempre que podía. Era su manera de hacerle saber que ella estaba allí, aunque no vivieran bajo el mismo techo.

En el interior de la casa, su madre estaba sentada en la gigantesca cocina campera charlando por el móvil. La saludo distraídamente mientras Kelsey guardaba en la nevera el pastel que había preparado para Will. Antes de subir a ver a su hermano, pasó por el patio trasero para saludar a sus dos hermanas, de cuya presencia en la casa sabía por los dos Mercedes iguales aparcados en el camino de acceso. Petra estaba sentada junto a la piscina vestida con pantalón corto y camiseta, enfrascada leyendo un libro. "Pet y sus libros — pensó con cariño Kelsey — ¿Por qué se había hecho abogada cuando en realidad debería haber sido escritora?". Skyler estaba también junto a la piscina, su cuerpo perfecto y bronceado cubierto apenas por un bikini rosa de ganchillo. Como era de esperar, Skyler era modelo, una modelo de éxito, además. Kelsey adoraba a su hermana mayor, Petra, pero con Skyler era otra historia. Frívola, superficial, criticona, le recordaba mucho a su madre. Pero Kelsey tenía la esperanza de que Skyler se despertase la mañana de su treinta cumpleaños y descubriera que había adquirido el tamaño de Pavarotti. Sabía que no estaba bien, pero Skyler era tan condenadamente atractiva que a Kelsey no le quedaba otra alternativa que odiarla de vez en cuando por ello, segura de que cualquier otra mujer norteamericana de aspecto normal y corriente la odiaría también.

Charló con ellas unos minutos antes de subir a ver a Will. La casa de sus padres le hacía pensar en un museo: todo en su lugar, la climatización perfectamente controlada, cualquier pista sobre la vida combativa y turbulenta que allí se vivía astutamente escondida. Excepto para Will. Aunque la música que sonaba a todo trapo en su habitación era realmente ensordecedora, al menos indicaba cierta vitalidad de la que carecía el resto de la casa. Kelsey aporreó literalmente la puerta de su habitación, sabiendo que era imposible que le oyera si llamaba con educación.

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Capítulo 10 publicado 

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