«Si es verdad que oír voces es un síntoma de locura, entonces es que estoy
loca».
Era el lunes después de su fin de semana en la pista de baile y una Kelsey interior no hacía más que maldecirse una y otra vez.
«¡Un fallo! ¡Un fallo garrafal! ¿Cómo demonios se te ocurrió decirle al capitán
Perfecto que no habías seguido tus instintos emprendedores? ¡Ahora sabe que eres una perdedora! ¡Ahora piensa que eres una cobarde! ¿Sabes que hay hombres que se acuestan con mujeres que les dan lástima y luego dicen que ha sido un "polvo caritativo"? Pues muy bien, ¡tu baile con Justin Bieber fue un Baile Caritativo! Te sacó a bailar porque le dabas lástima. ¿Y quién puede culparle por ello? Eres patética.
Como si un hombre como él pudiese sentir alguna cosa por ti. Dios, eres una idiota,
¿lo sabías? Una idiota redomada».
La voz imaginaria de Theresa se sumó a la voz interior de Kelsey e iniciaron un
duo de ataque y contraataque.
«Entre tú y Bieber hay química. ¿No lo ves? ¿Cuándo piensas DESHACERTE de ese GASTO social, Robert?».
« ¿Química? ¡Mira quién habla! Tú eres la pareja perfecta de Michael Dante pero ni le viste porque estabas demasiado ocupada lanzándole caídas de ojos a Lex, como una imitadora absurda de Mae West! ¿Química? Eso es una expresión estúpida de serial televisivo. ¿Cuántas notas de prensa insulsas lanzamos en Libre y salvaje hablando largo y tendido sobre la "increíble" o "innegable" química existente entre dos actores que se odiaban fuera del plato? ¡Química! ¡Chorradas!».
Apareció entonces una tercera voz, un auténtico trío en su cabeza. Una voz profunda, con cuerpo, confiada. La voz de Justin Bieber.
«Si no inicias tu propio negocio, acabarás odiándote».
« ¿Sí? Si ya me odio por eso».
Pero la voz que sonaba más suave en su cabeza no era la de la Kelsey interior, ni la de la imaginaria Theresa, ni la del imaginario Jay. Era una voz real, con un perfecto acento neoyorquino, y pertenecía a Lou. De aquí a dos noches se celebraba uno de los actos de recaudación de fondos más importantes de la ciudad, una cena de etiqueta para recaudar dinero para la United Way. Kelsey había conseguido convencer al antiguo capitán de los Blades, Roy Duncan, uno de los jugadores más queridos de toda la historia del hockey neoyorquino, para que asistiera al acto, una verdadera hazaña. Pero hacía menos de una hora que Lou la había convocado a su despacho para decirle que Duncan no podría asistir a la cena porque su hermano acababa de fallecer en Vancouver. Necesitaban un sustituto... rápidamente. Alguien equiparable a Duncan, para que los que habían pagado una morterada de dinero para codearse con una leyenda del hockey con la excusa de apoyar a una buena causa, no se sintieran defraudados.
- Consigue a Bieber - le había ordenado Lou, rematando un bocadillo de queso y huevo - Haz todo lo que tengas que hacer -suplicar, llorar, vender a tu primer hijo -, no me importa. Pero consíguelo.
- Lo intentaré -le prometió Kelsey, sofocando sus náuseas al ver el río amarillo de vema de huevo que se deslizaba por el triple mentón de Lou.
- Consíguelo - repitió Lou -.Hoy. Ahora. Y ahora, cuando salgas, tráeme una servilleta.
Así que allí estaba, a menos de una hora del comienzo del partido, dispuesta a intentar, una vez más, convencer al hombre menos colaborador del mundo de que hiciese algo que claramente odiaba. El momento no podía ser peor: el equipo solía estar disponible para la prensa o para algún encuentro informal en torno a las cuatro y media de la tarde, mientras preparaban los sticks y los patines, pero después de eso, el vestuario se cerraba a cal y canto y en él sólo entraban los jugadores, los preparadores y los entrenadores.
Y ahora, ella.
Tal vez, pensó, mientras corría por los laberínticos pasillos situados bajo la pista, lo encontraría un poco más relajado. El sábado por la noche la relación había empezado a repuntar, ¿o no? A lo mejor le daba lástima y accedía a ayudarla, aunque sólo fuera por esa vez.
La puerta del vestuario estaba cerrada. Intentó abrirla discretamente. Cerrada con llave. Muy mal. Tragó saliva y llamó a la puerta, dos veces. Un segundo después, la puerta se abría unos centímetros. Y Jay asomó la nariz por la raja. Se le había puesto ya «cara de partido». No pareció alegrarse mucho de verla.
- ¿Qué pasa? - gruñó.
- Tengo que hablar contigo. Es importante.
- Ahora no es un buen momento.
La puerta se cerró de golpe de un portazo.
Kelsey se quedó allí, la conocida sensación de náusea subiéndole por la garganta. Respiró hondo y volvió a llamar. Aquella vez, la puerta se abrió del todo.
Kelsey vio a todos los jugadores reunidos en círculo detrás de la figura de Jay. Jay los tenía a todos absortos un minuto antes. Y ahora estaban absortos mirándola.
- ¿Cuándo es un buen momento? - preguntó Kelsey.
- Si tiene que ver con las relaciones públicas, la respuesta es nunca.
Hizo un ademán para volver a cerrar la puerta pero Kelsey se interpuso entre el marco de la puerta y la puerta.
-No pienso ir a ninguna parte.
Justin rió tristemente entre dientes.
-Por supuesto que sí. -Delicadamente, pero con firmeza, como si fuera ligera como el helio, la levantó y la depositó de nuevo en el pasillo.
- Pienso esperar aquí - le informó Kelsey -.Como ya he dicho, es importante.
- Como quieras.
La puerta se cerró una vez más, con un golpe que hizo que se tambalease. Sola en el pasillo, Kelsey se apoyó en la fría pared de hormigón. ¿Por qué habría insistido Lou en que hablara con él ahora, en el momento en que el equipo pretendía concentrarse para el encuentro que se avecinaba? Era como enviar expresamente a un lindo y rechoncho corderito a la guarida del malvado lobo. Pasaron diez minutos.
Quince. Media hora. Kelsey sabía que la charla de preparación estaba prolongándose más de lo habitual para torturarla. Lo sabía. Y justo cuando estaba a punto de coger el teléfono móvil para llamar al despacho de Lou e informarle de que podía despedirla cuando le apeteciera, se abrió la puerta y Justin salió al vestíbulo.
-¿Y bien? - Estaba aún a medio vestir para el partido, con pantalón corto, calcetines altos gruesos y las camisetas de algodón gris de manga larga que el equipo utilizaba para sus encuentros. Llevaba vendadas las muñecas y los tobillos. Su mirada. dura
- Mira, odio tener que molestarte, pero...
- Es importante -se burló él - ¿Qué pasa?
- El miércoles por la noche se celebra una de las cenas de etiqueta más importantes de la ciudad. Roy Duncan se había comprometido a asistir, pero ha fallecido su hermano y no podrá venir.
- ¿Y?
- Pues que necesito que lo sustituyas. - Kelsey siguió hablando enseguida, sin darle a el tiempo a protestar - Por favor. Si me haces este favor, juro por Dios que nunca volveré a pedirte nada más.
Justin pestañeó, impasible.
- Pídeselo a Kevin.
- Kevin no es igual que tú -replicó Kelsey, echando un rápido vistazo al vestíbulo vacío para asegurarse de que nadie la oía - .No es uno de los mayores líderes de la historia del deporte. Con Kevin, la gente no tendrá la sensación de que ha merecido la pena gastarse tanto dinero.
- ¿Gastarse tanto dinero? - repitió Justin, su atractivo rostro desfigurándose con una mueca de desdén -.¿Pero qué somos? ¿Artistas de circo que estamos ahí para entretener a los donantes ricos?
- Ya sabes que no quería decir esto.
- ¿Entonces qué querías decir?
-le respondió Jay, claramente reacio a
ayudarla a salir del atolladero.
-Justin, este acto sirve para recaudar mucho dinero que va a parar a causas que merecen la pena. La United Way es una organización que agrupa asociaciones como Alimentos para Todos y Voluntarios contra el Analfabetismo. Cuanta más gente importante asiste a estos actos, más gente se apunta a ellos y más dinero se recauda.
Cuando se difundió la noticia de que Roy Duncan asistiría, se vendieron enseguida muchos menús. Y si la organización de los Blades no consigue sustituirlo por alguien equiparable, quedará terriblemente mal. Podría dañar nuestra reputación.
-Te refieres a la reputación de Kidco -dijo con sarcasmo Justin.
Kelsey se calló.
- No es mi problema.
- Dios, ayúdame -murmuró Kelsey para sus adentros, casi a punto de estallar -.Te lo suplico, ¿de acuerdo? Ayúdame, por favor, sólo esta vez. «Por favor».
- No. -Su mirada seguía imperturbable. Se pasó la mano entre su rubio cabello, frustrado -.Ya sabes lo que pienso respecto a todo esto, Kelsey. Déjalo correr.
- Oh, eso está bien -le soltó Kelsey-.El hombre que me dijo que la persistencia es la clave para lograr cosas en la vida va y me dice ahora que lo deje correr! ;Deberías estar feliz de que no te acose hasta no poder más, Justin! Te demuestra que me tomé muy en serio lo que me dijiste.
- Esto es distinto.
- ¡Y un cuerno que es distinto! -explotó Kelsey. Observó un suave destello de sorpresa en la cara de Justin y rió - ¿Qué pasa? ¿Es que nunca habías oído a una mujer hablar así? Lo dudo.
- Di lo que quieras, piensa lo que quieras y suplica todo lo que tú quieras
- fue la respuesta fría e inequívoca de Justin -.Pero no pienso sustituir a Duncan.
- De modo que ésa es tu última palabra.
- Es mi última palabra.
- Nada de relaciones públicas, nunca, sin excepciones.
- Nada de relaciones públicas, nunca, sin excepciones -repitió él, girándose
dispuesto a irse.
-¿Sabes? Eres un hijo de puta hipócrita y sin corazón - le dijo entre dientes, al verlo marchar.
Justin se detuvo en seco. Kelsey vio que respiraba hondo, de forma calculada, antes de volverse de pronto para encararla. Y cuando lo hizo, en su mirada había nubarrones de tormenta, oscuros y peligrosos.
- ¿Qué me has dicho?
- He dicho que eres un hijo de puta hipócrita y sin corazón -repitió Kelsey, calentando el tema. Él le había devuelto la pelota y, le gustase o no, pensaba ir a por ella -.Olvídate de Kidco por un momento, muy bien, y hablemos del equipo. Tú hablas de lo importante que es «compensar» a los chicos que tan duro trabajan para ti. Los tratas estupendamente, te aseguras de que todos estén felices, te aseguras de que los pobres novatos asustadizos se adapten para que los Blades sean una gran familia unida, feliz y victoriosa. Pero ¿sabes qué, Justin? Los chicos del equipo tienen una vida cómoda y estupenda. Ninguno de ellos percibe un salario que baje de las seis cifras.
- ¿Se te ha pasado alguna vez por la cabeza que estaría muy bien compensar de algún modo a la comunidad que hace posible todo esto? ¡Si no fuera por los aficionados que pagan por veros jugar, todos vosotros estaríais sin trabajo! ¿Qué te parecería compensar al pobre chico que no sabe apenas leer y que acude a aprender a los Voluntarios contra el Analfabetismo, y que gasta cada céntimo que le sobra del sueldo miserable que recibe en comprar entradas para ver a los Blades? ¿Piensas alguna vez en él? ¿O en los aficionados al hockey que están hospitalizados y que sólo pueden ver los partidos por televisión? ¿Tienes idea de la diferencia que podría significar para ellos una visita, una hora de tu vida apestosa y asquerosa? Tu fama es un recurso especial. ¿Por qué no utilizarlo? ¿Cómo es posible que no te importe nada de lo que sucede fuera de este vestuario?
Dio un paso atrás, asombrada y casi sin aliento después de su explosión.
Mientras, Justin había permanecido con las manos en la cintura, la mirada clavada en el suelo. Respiraba fuerte, oleadas de resentimiento zigzagueando en su interior, una tras otra. Kelsey se dio cuenta de que estaba furioso en cuanto levantó la cabeza y vio una vena de su sien izquierda latiendo con fuerza.
- No tienes ni idea de lo que dices. No sólo eso, sino que tus malditos negocios no tienen nada que opinar sobre lo que yo decida hacer o no hacer, y mucho menos de criticarlo. Yo me juego el tipo en la pista de hielo cada noche, por mi afición. Si esta no es manera suficiente de «compensarlos», o de compensarte a ti, entonces es que todo está mal. ¿Entendido?
- Oh, sí, entendido, claro -respondió Kelsey con amargura. Se enderezó y se abotonó la americana -.Gracias por tu tiempo, capitán Bieber. Ha sido muy esclarecedor, como dicen.
- Giró sobre sus tacones y se alejó de allí con la cabeza bien alta. Ahora venía la parte en la que se suponía que él debía correr tras ella, agarrarla del brazo y decirle:
- «Espera un momento, no hablaba en serio, te ayudaré, Kelsey». Pero no fue así. En cambio, lo único que Kelsey escuchó fue el sonido de sus propios pasos resonando por el pasillo y el portazo que cerraba la puerta del vestuario.
- Estaba a medio camino del despacho de Lou cuando recordó de repente una reseña que había leído en la página de cotilleos del Post la mañana del día anterior:
- Wayne y Janet Gretzky estaban en Nueva York durante toda la semana visitando a sus amistades
- -¡Idiota! - se dijo, echando a correr hacia el ascensor y sin parar de reír.
- Llegó a su mesa jadeando y buscó enseguida la agenda electrónica donde guardaba todos los números de teléfono que sabía o creía podía necesitar en algún momento. Ella y Janet Jones Gretzky eran conocidas. Habían asistido juntas a clases de kickboxing en el New York Health & Racquet Club cuando los Gretzky vivían aún en Nueva York. Kelsey le había conseguido un pequeño papel en Libre y salvaje. «Si algún día necesitas ayuda en cualquier tema - le había dicho Janet -, no dudes en llamar a nuestro relaciones públicas».
- Pues había llegado el momento de reclamar ese favor. Encontró el teléfono y, cruzando los dedos, marcó el número que le había dado la esposa del Grande. Después de colgar el teléfono, nada en el mundo le importaba menos que Justin Bieber y su estúpida negativa a ayudarla en las obras benéficas. Nadando en la sensación de ser invencible, bajo rápidamente a la calle para encontrar un taxi que la llevase a casa
- En el asiento trasero del taxi.
« ¡Soy buena, maldita sea!», se dijo para sus adentros, apoltronada en el
Y por primera vez en mucho tiempo, se lo creyó de verdad.
La cena se celebraba en el Tavern on the Green, en la zona oeste de Central
Park. De noche, aquel restaurante era absolutamente mágico, con las lucecitas blancas que adornaban los árboles que lo rodeaban iluminando de forma tenue las limusinas, taxis y coches particulares que iban deteniéndose de uno en uno y descargando a unos invitados que se habían vestido como si fueran a asistir a un baile. Janna estaba encantada, sobre todo cuando entró en el salón de banquetes donde iba a celebrarse la fiesta. Con sus paredes acristaladas, su techo alto abovedado y sus relucientes arañas de cristal de Baccarat, era un salón que siempre le hacía pensar en un pastel de bodas: ligero, etéreo, delicado. Se concedió un par de minutos para disfrutar de todo lo que le rodeaba y para escuchar la música de jazz que tocaba un joven sentado a un piano blanco situado en una de las esquinas. Se sirvió una copa de champán de una bandeja que le acercó un camarero y se dispuso a dar una ronda por el salón.
Gracias a su anterior trabajo, conocía a muchos de los asistentes y tenía siempre por norma reconectar con todos ellos, especialmente con los editores de revistas, a quienes descaradamente daba ideas para artículos sobre los jóvenes y atractivos jugadores. Una editora de la revista Seventeen se mostró especialmente interesada por un posible posado fotográfico con Lex o con Michael Dante. Kelsey guardó su tarjeta y le prometió llamarla el lunes. Aprovechó un momento de pausa entre tanta acción para acercarse al Toro, que estaba haciendo un trabajo estupendo rondando también por el salón, eso sí, sin dejar de estirar el brazo siempre que se acercaba un camarero con una bandeja de canapés.
- ¿Feliz? - le preguntó Kelsey
- ¿Feliz? ¡Si tenemos aquí al estrafalario Wayne Gretzky! De estar seguro de poder levantarme de nuevo, me arrodillaría en el suelo y te besaría los piececitos.
- Ella le apretujó el brazo.
- Mi obietivo es satisfacerte
- Kelsey siguió cuarenta minutos más dando vueltas, francamente confiada. Era una cosa que sabía hacer muy bien, sabía cotillear, cómo vender los Blades como una fuerza potencialmente activa para la comunidad pero sin forzarlo. Como resultado de ello, dos personas de dos programas sociales distintos habían accedido ya a trabajar con el despacho de relaciones públicas para celebrar un acto benéfico. Como si no hubiese bastantes motivos para alegrarse, la gente se estaba volviendo loca con presencia de los Gretzky, y Lou no se había manchado aún el esmoquin. El único problemilla era su empalagoso compañero de trabajo, Jack Cowley, que se le había pegado como una sombra desde que había llegado. Hasta el momento, Kelsey había conseguido ir siempre por delante de él y evitar el contacto. Pero cuando tanto Lex como el tipo de Hockey on the Hudson con el que estaba charlando se disculparon para ir al servicio, se quedó indefensa y Cowley le entró directo.
- Kelsey. - Incluso su forma de pronunciar su nombre le ponía los pelos de punta -.Eres una dama con la que es muy difícil conseguir una cita.
- Estoy trabajando, Jack. Tú también deberías intentarlo.
Soltó una carcajada más falsa que un encuentro de lucha libre. Haciendo caso omiso a la indirecta, deslizó lentamente la mirada por su cuerpo, haciéndole desear haberse vestido con un saco de patatas en lugar del vestido ceñido de color azul noche en el que siempre confiaba cuando tenía que ponerse de tiros largos de verdad.
-Mírala - murmuró él - .Siempre he dicho que en las cajitas pequeñas estaba
lo mejor.
-¿Como en el caso de los diamantes y del veneno? -replicó dulcemente Kelsey
- Y también con una apuesta secreta como ésta -dijo él, arrastrando las palabras.
- No te entiendo.
- Diciéndonos que podías conseguir a Gretzky, pero no a Bieber y luego presentándolos a los dos. Una sorpresa muy agradable, Kelsey. A Lou le encantará.
- Kelsey volvió la cabeza, siguiendo la mirada de Jack en dirección a la entrada al salón de banquetes. Allí, guapísimo, vestido de esmoquin y con el aspecto de ser el propietario del lugar, estaba Justin Bieber.
- Y cogida de su brazo, su hermana, Skyler.
- Sintió una dolorosa punzada pero se resistió a ella.
- -Mira, Jack, aún tengo que hablar con más gente -dijo apresuradamente, alejándose educadamente de su lado. Era como si el salón estuviera encogiéndose. Justin la buscaría, sabía que lo haría, aunque fuese sólo para decirle: «Mira, estoy aquí, he hecho lo que me pediste». «Mira, estoy aquí con tu hermana. ¡Hijo de puta!».
- Apuró la copa de champán y se sirvió otra. La tentación de engullirla de un trago, de anestesiarse, era muy fuerte. ¿Cómo decía aquel dicho? ¿«Cuidado con lo que desees porque acabarás consiguiéndolo»? Bien sabía Dios lo mucho que deseaba que Justin Bieber cooperase y realizase alguna actividad de relaciones públicas...
- pero no de aquella manera, no con su bella y elegante hermana del brazo. Justin y Skyler. ¿Cómo no se había enterado? Dio otro trago rápido al líquido burbujeante para sentirse más fuerte y decidió que sólo había una manera de abordar el tema, y ésa no era otra que lanzando un ataque preventivo. Se acercaría a ellos, cruzaría cuatro palabras frívolas, y tema concluido. Entonces estaría libre para seguir trabajando por el salón hasta la hora de la cena. Como si ahora pudiese comer. Como si pudiese superar el resto de lo que se convertiría ahora en una noche interminable sin llorar, vomitar, o ambas cosas.
La habían visto y se acercaban a ella vadeando un océano de cuerpos tonificados e impecablemente vestidos. El atractivo deportista y la espléndida modelo. «Qué predecible», pensó con desdén Kelsey. Él era realmente tal y como se rumoreaba, siempre ponía las tetas por delante del cerebro. De todos modos, le
importaba una mierda...
- Hola, jovencita. - La voz de Skyler le sonó tan cariñosa que por un momento Kelsey se sintió culpable de haber deseado tantas veces que su hermana se convirtiese de repente en un monstruo. Apelando a todo el control y la compostura que era capaz de reunir, Kelsey respondió a su hermana con otra radiante sonrisa y le dio un beso en su inmaculadamente maquillada mejilla.
- Hola, larguirucha.
Miró entonces a Justin. Cabía confesar que la expresión dibujada en su rostro no tenía precio. Se había quedado boquiabierto de asombro, su mirada confusa iba de
Kelsey... a Skyler... de nuevo a Kelsey.
- ¿Os conocéis?
- Somos hermanas - respondió con frialdad Kelsey.
- ¿No se nota? - bromeó Skyler.
- La verdad es que no os parecéis mucho -comentó con cautela Justin.
- No, ella es alta y bellísima y yo soy bajita y normal -añadió jovialmente
- Kelsey. Skyler se echó a reír, sin tener ni idea de por qué era la única que reía. Kelsey encontró aquella carcaiada demasiado fuerte. Pero todo sonaba fuerte. La música, el remolino de voces a su alrededor, todo era ensordecedor. Tal vez fuera porque estaba a punto de desmayarse. Y mientras, la mirada de Justin le quemaba la retina
- ¿Qué estaría intentando transmitir? ¿Vergüenza? ¿Una disculpa? Fuera lo que fuese, le importaba un comino.
- La risa de Skyler -fuerte, interminable, empalagosa - acabó desvaneciéndose y dejó un hueco en aquel instante incómodo e infernal que Kelsey se sentía incapaz de llenar. Lo mismo le sucedía a Justin: la expresión boquiabierta había desaparecido para ser sustituida por una mirada que Kelsey interpretó como malestar puro y duro.
- Skyler, como siempre, no se enteraba de nada.
- -¿Qué hay en el menú? - preguntó lucidamente.
- «Estoy segura de que estás tú», pensó Kelsey. Le obsequió con una enorme
- sonrisa
- No lo sé, hermanita. Lo que sí sé es que tengo que irme corriendo. Tengo que acorralar a un par de personas más antes de sentarnos a comer. ¡Nos hablamos luego!
- Fingiendo tener prisa, se escabulló entre la multitud. «Atroz. Había sido atroz». Examinó rápidamente el salón: Lou estaba con la editora de Seventeen. «Bien».
- Jack Cowley estaba contemplando el escote de una pobre ingenua del consejo directivo de Servicios para la Familia y los Niños. «No tan bien». Iba ya por la mitad del salón, casi llegando a su meta, cuando notó que alguien la agarraba con fuerza por el brazo.
- Kelsey, espera.
« ¡Maldita sea!». Estaba a punto, tan a punto de escapar... Atrapada, se volvió y levantó la vista para mirar a Justin a la cara.
- ¿Sí? - dijo con impaciencia.
- Tú hermana y yo... no es lo que piensas.
- Yo no pienso nada.
- Kelsey, por favor. Sé que estás molesta.
Empezó a pensar rápidamente.
-Estoy molesta porque no me informaste de que vendrías. De haberlo hecho, habría hecho publicidad del acto a bombo y platillo. Y además, con Wayne Gretzky en el salón, tu presencia aquí resulta redundante, ¿me explico?
Justin sacudió la cabeza con cariño.
- Eres una auténtica pistola, ¿lo sabías?
- Sí, y a esta pequeña pistola le quedan aún algunas balas que disparar antes de la cena. Que tú y Skyler os divirtáis, ¿de acuerdo?
- Kelsey. - Iba ella a largarse, pero algo en su tono de voz, cierto tono de imploración, la obligó a dar marcha atrás -.Skyler y yo...
Rrring.
-Dispara. - Exasperada, Kelsey hurgó impaciente en su bolsito para encontrar su teléfono móvil -.Será sólo un momento -le dijo a Justin, pegándose al oído el ofensivo instrumento para poder oír bien pese a lo bullicioso del ambiente. Mataría a Theresa por hacerle aquello, la mataría -.¿Diga?
Pero no era Theresa. Era Wills. Wills llorando, con hipo, y diciéndole que mamá estaba borracha y papá hecho una furia, y que si podía ir a buscarle, por favor, que si podía ir a buscarle va mismo.
- Voy enseguida -le dijo -.Espérame en la casita de invitados.
-Guardó el teléfono en el bolso, temblando.
- ¿Kelsey? -preguntó Justin, preocupado.
- Tengo que irme - murmuró de forma distraída, alejándose de él.
- ¿Va todo bien?
- Tengo que irme -repitió ella, hablándole por encima del hombro. Se fue corriendo hasta donde estaba Lou y le explicó que le había surgido una urgencia familiar. Y se marchó, desapareciendo en aquella noche que una hora antes tan mágica le había parecido y que ahora sólo le parecía plagada de problemas.—————————————————————————
Nuevo capítulo de contacto
Con otra interacción entre Kelsey y Jay
¿Que creéis que va a pasar en el próximo capítulo ?
Os leo
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Fiksi PenggemarKelsey McNeil es una publicista con la misión de cambiar de imagen de los chicos malos del hockey: Los New York Blades, campeones de la Copa Stanley Justin Bieber es un capitán con una misión...lograr que su equipo gane la copa otra vez...cueste lo...