4 AM

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Sofía suspiró mirando al techo.

Hace diez minutos se había despertado del hambre que sentía. Se levantó con cuidado de la cama para no despertar a su novio y caminó en la oscuridad hasta la heladera. 

No sabía bien lo que quería al principio, pero no era nada de lo que había en la heladera. No quería chocolates, no quería una torta, no quería un sanguche de jamon y queso. Quería algo fresco. Quería higos. 

No, necesitaba comer higos.

Tampoco quería otra fruta, porque tenían ahí bananas, manzanas... Ella solo quería la fruta más difícil de conseguir.

No le quedó otra que volver a la cama, frustrada. No daba salir sola a las cuatro de la mañana a deambular por Manchester en busca de higos. Pensó que capaz lograba dormirse para ignorar su capricho, pero no, estaba hace diez minutos mirando el techo sin pegar un ojo.

Sintió como Julián se removía a su lado y se giraba hacia ella. Con los ojos cerrados la abrazó, dejando su mano en su panza, y le dejó un beso en el hombro.

—¿Qué pasa, bebé? —preguntó con la voz ronca por el sueño. 

Sofía largó un suspiro de alivio cuando él la miró a los ojos. La verdad es que había deseado despertarlo varias veces pero se contuvo porque tampoco quería molestarlo. De alguna manera él la conocía tan bien, que inconscientemente se despertó sin que ella se lo pida.

—Tengo hambre. —respondió.

El futbolista a su lado rio suavemente y le dejó un beso en su mejilla. En esos seis meses de embarazo había escuchado esas dos palabras como cincuenta veces por día. Cincuenta era poco en realidad.

—¿Qué quieren comer? ¿Querés que prepare algo?

Sofía puso su mano sobre la de él, dejando pequeñas caricias mientras negaba con la cabeza.

—Quiero higos. 

—¿Higos?

—Si, pero no tenemos y... —antes de que pueda seguir hablando Julián ya se estaba levantando de la cama—. ¿Qué haces?

Él agarró el pantalón que se había puesto el día anterior y se lo puso.

—Voy a buscar higos. 

Sofía frunció el ceño. Julián se terminó de poner las zapatillas.

—Julián, son las cuatro de la mañana. —le dijo, capaz había flasheado que era ya de día.

Él dio vuelta la cama y se agachó para darle un pico. Ella se quedó anonadada.

—Ya vuelvo.

Y se fue, a las cuatro de la mañana, en busca de los higos.

[...]

Estuvo como media hora fuera de la casa, no pensaba volver con las manos vacías. Sofía ni siquiera le preguntó cómo los había conseguido porque ya se los estaba comiendo. Por suerte había comprado bastantes, como para que sobren y no tenga que volver a salir otro día a la madrugada.

—¿Están ricos? —le preguntó mientras se servía un vaso de agua.

Ella, sentada frente a él en la barra de la cocina, se estaba comiendo el quinto higo. Asintió con la cabeza.

—¿No querés? —le volvió a preguntar ella.

Él negó con la cabeza, tragando el último sorbo de agua. Enjuagó el vaso en la bacha y se apoyó en el mármol. Se quedó mirándola y una sonrisa se le dibujó casi sin darse cuenta.

One Shots | Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora