El interrogatorio de Charlie

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A la mañana siguiente resulto un poco difícil discutir con esa parte de mí que estaba convencida de que la noche pasada había sido un sueño. Ni la lógica ni el sentido común estaban de mi lado. Me aferraba a las partes que no podían ser de mi invención, como el olor de Edward. Estaba segura de que algo así jamás hubiera sido producto de mis propios sueños. En el exterior, el día era brumoso y oscuro. Un día simplemente Perfecto para mí. Edward estaría esperándome en la comisaria de seguro, al fin y al cabo, ayudar a papa en la comisaria no era tan malo después de todo. Me vestí como siempre, pero esta vez llevaba la chaqueta de Edward. La cual lleve las mangas hacia mi rostro, para poder oler el rico perfume que perfectamente lo describía. Al bajar las escaleras, descubrí que Charlie ya se había ido. Era más tarde de lo que creía. Salí a toda prisa por la puerta, Destape la moto, ya que tenía una lona negra que la cubría. Había más niebla de lo acostumbrado, el aire parecía impregnado de humo. Su contacto era gélido cuando se enroscaba a la piel expuesta del cuello y el rostro. Escuche el rugido de un auto, mi vista se dirigió hacia un coche plateado, quien bajo las ventanillas de esta, mostrando a Edward con una sonrisa pícara.

— ¿Quieres dar una vuelta conmigo hoy? —preguntó, divertido por mi expresión, sorprendiéndome aún desprevenida.

Percibí incertidumbre en su voz. Me daba a elegir de verdad, era libre de rehusarme a ir con el

—Sí, gracias —acepté con una sonrisa burlona.

Me acerque al auto el cual el mismo se bajó, para poder abrirme la puerta de esta. Al entrar en el caluroso interior del coche, se dio cuenta de que su cazadora color canela la tenía puesta. Cerró la puerta detrás de mí y, antes de lo que era posible imaginar, se sentó a mi lado y arrancó el motor.

—Te has puesto la chaqueta.

Hablaba con cautela. Me di cuenta de que él mismo no llevaba chaqueta, sólo una camiseta gris de manga larga con cuello de pico. De nuevo, el tejido se adhería a su pecho musculoso. El que apartara la mirada de aquel cuerpo fue un colosal tributo a su rostro.

—Me gusta como luzco con ella —dije

— Ah, ¿sí?

El vehículo avanzó a toda velocidad entre las calles cubiertas por los jirones de niebla. Me sentía cohibida. De hecho, lo estaba. La noche pasada todas las defensas estaban bajas... casi todas. No sabía si seguíamos siendo tan cándidos hoy. Me mordí la lengua y esperé a que hablara él. Se volvió y me sonrió burlón.

— ¿Qué? ¿No tienes veinte preguntas para hoy como bella?

— ¿Te molesta que te haga preguntas? —pregunté, aliviada.

—Para nada.

Parecía bromear, pero no estaba segura. Fruncí el ceño.

— ¿Reaccioné mal anoche?

—No, Realmente supiste llevar la situación, y estoy orgulloso de ti por eso. Te lo tomaste todo demasiado bien, no es natural. Eso me hace preguntarme qué piensas en realidad.

—Siempre te digo lo que pienso Edward.

—En realidad lo censuras —me acusó.

—No es así, ¿o sí?

—Es Lo suficiente para volverme loco.

—No quieres saber lo que pienso—mascullé casi en un susurro.

No me respondió, por lo que me pregunté si le había hecho enfadar. Su rostro era inescrutable mientras entrábamos en el aparcamiento de la comisaria.

— ¿Dónde están tus hermanos? —pregunté, muy contenta de estar a solas con él, pero recordando que habitualmente ese coche iba lleno.

—Han ido A la escuela en el coche de Rosalie —se encogió de hombros —Ella conduce un reluciente descapotable rojo. Es Ostentoso.

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