6- Fuego

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No había pensado en él desde hacía tres años. Me había obligado a mí misma a olvidarlo y traerlo de nuevo a mi mente se sentía por demás extraño. Marco Di Gati. Otro apellido muy conocido en Queens, de donde mi familia era.

Verlo fue una especie de cachetada al pasado y supongo que si ya me adentré tres años atrás, tendría que volver un poco más para contarles sobre él, pero qué más da.

Marco Di Gati nació y creció en Queens al igual que yo. Hijo del gran Lorenzo Di Gati, adversario de mi padre desde que tuve uso de razón, Matteo se hizo un nombre por sí mismo desde muy joven. Portador de un físico y un rostro admirables, todas las chicas de los alrededores estaban babeándose por él, y yo no era la excepción.

Todos íbamos al mismo colegio católico, el St. Nicholas Di Lorenzo. Y por más que tuviese un nombre católico, lo que menos había allí eran cristianos en buena ley. Todos hijos de mafiosos o de incluso mucho más bajo mundo, estábamos unidos por esa línea que era nuestra educación.

Si alguien allí creía que podríamos resultar buenas personas, saliendo de ese colegio, estaba muy equivocado. Organizar juegos ilegales, vender drogas o armas, estaban dentro de lo permitido allí, era parte del mundillo en el que nos movíamos.

No me malinterpreten, no era algo que me gustase, pero tampoco había mucho que pudiese hacer al respecto, siendo que mis hermanos estaban prácticamente al frente de todo el movimiento y que mi padre bien sabía sobre ello y no hacía nada para impedirlo, porque, según él, era parte de iniciarse en el negocio familiar.

Mamá estaba bien de salud en ese momento y prefería no participar del tema. Ella simplemente se encargaba de lo que tenía que ver con el manejo del negocio familiar que estaba a la vista de todos, el restaurante Mia Mamma. Para todo el que no nos conociera, ese era el verdadero sustento de nuestra fortuna y lo que nos había hecho conocidos por generaciones.

Fue en nuestro restaurante donde lo vi por primera vez. El niño de cabello oscuro y ojos angulosos azul claro. Lo recuerdo casi como su fuese hoy. Yo era pequeña, pero nunca olvidaré lo que sintió mi pecho cuando miré sus ojos, sentí como si levitara y mi pecho se ensanchó al verlo pasar, haciéndome sentir mariposas en mi estómago de niñita.

Desde ese momento supe que no tendría en mi mente ojos para nadie más. Marco Di Gati se había adueñado de mi corazón sin esperarlo y me había entregado a él sin que él siquiera supiera de mi existencia.

Los años siguientes pasaron y Marco nunca se fijó en mí. Yo era una chica alta y desgarbada, de piel blanca y cabello rojo, todavía tratando de ajustar mi cuerpo a los estirones de la adolescencia y, para un chico tan deseado como Di Gati, yo era completamente inexistente.

Muy en el fondo siempre añoré que Marco se fijara en mí y cuando vi que eso no iba a suceder, un profundo pesar se adueñó de mis años de preadolescencia.

Eso fue al menos hasta que cumplí los quince y una explosión sexual se apoderó de mi cuerpo, transformándolo por completo. Lo que antes era una tabla y piernas largas, ahora se había convertido en curvas y voluptuosidad. Mis pechos crecieron y mis caderas se ensancharon y las horas dedicadas en el equipo de vóleibol, había contribuido a que formase piernas musculosas y un trasero turgente.

Fue en uno de esos juegos de vóleibol donde lo escuché por primera vez referirse a mí.

─Oye, tú. Fuego. ¿Cómo te llamas?

Recuerdo haber estado preparada en posición para servir e iniciar el juego, cuando escuché que alguien me decía Fuego. Cuando me di vuelta para responder, vi que se trataba de Marco y mi corazón casi se espanta de la emoción, sin saber si contestarle o no, dejando caer la pelota en el proceso.

─Vamos preciosa. No me digas que te pusiste nerviosa.

La altanería con la que me habló no me causó ninguna gracia, especialmente estando al frente de tantas personas en el gimnasio del colegio. Y fue evidente que la sangre tiró en mí, porque no pensaba dejarme pisotear por él, por más que fuese mi crush desde niña.

─Tus labios no merecen saber mi nombre, patán ─le espeté sacando el carácter que siempre me caracterizó y me dispuse a continuar con el partido dándome vuelta, cuando sentí una presencia detrás de mí que me tomó por la cintura e hizo que me diera vuelta.

─Oye Fuego, sé buena y dime tu nombre. Prometo irme luego ─me susurró al oído, logrando que me sonrojara─. No me hagas quedar mal en frente de mis amigos. Prometo que si me dices tu nombre, es la última vez que te molesto.

Spoiler alert, esa fue una gran mentira por parte de Marco.

─Mi nombre es Cassandra. Cassandra Nadali.

En el segundo en que dije mi nombre, los ojos de Marco se iluminaron, seguramente por la realización de quién era yo. Y ese fue el comienzo de mi historia con él.

El día que mi padre me echó a la calle, Marco volvió a aparecer en mi vida. Yo ya tenía dieciocho y había terminado la preparatoria y Marco, veintiuno. Él estaba todo esplendoroso en su auto deportivo de millones de dólares, cual príncipe dispuesto a ayudar a una mujer en problemas.

─No tengo problema en ayudarte Fuego. Solo dilo y te llevo a donde quieras.

Ese apodo había quedado marcado en mí, justamente como fuego. Me lo había puesto en honor a mi roja cabellera y, a decir, verdad, años después, comencé a tomarle cariño porque me recordaba a una época en la que fui muy feliz junto a Marco.

Esa noche de soledad me subí a su coche y dejé que me llevara con él. Dejé me cuidara y me protegiera, porque sabía que nadie más lo haría, y lo necesitaba. Necesitaba esa protección, la anhelaba más que a la vida misma.

Marco se hizo esencial en mi vida durante los primeros meses en los que dejé mi casa. Gracias a él pude inscribirme en otra escuela lejos de mi casa y terminar mis estudios, y luego continué la universidad, para obtener un título en finanzas.

Vivíamos juntos y sí, teníamos una relación de pareja. La única que tuve en toda mi vida antes del estúpido de mi ex, Paul. Después de Marco simplemente nada en mi vida salió como yo esperaba; en realidad, todo se desmoronó.

Cinco años después de mi ruptura con Marco, me encontraba sola en la casa de mi amiga Stacy, habiendo sido atacada por mi hermano y necesitando la ayuda de alguien para recuperar a mi sobrino. Eso sin contar a la chica que vivía atrapada en un edificio lujoso, a quien también tenía que ayudar y la única persona que se me venía a la cabeza, era Marco Di Gati. Él único a quien estaba dispuesta a confiarle mi vida y a quien incluso así, tenía terror de contactar otra vez.

Volver a él, por tercera vez en mi corta vida, implicaba volver a una parte de mi vida que había querido hundir en lo más profundo del mar; pero ahora precisaba de ayuda más que nunca y no tenía a quién más recurrir. Además sabía que podía confiar ciegamente en él y que no me traicionaría, por lo que ante la desesperación de haber perdido a mi sobrino, decidí marcar el número que me sabía de memoria y que rezaba no hubiese cambiado.

Esperar a que me atendiera fue una montaña rusa de emociones intensas, pero más difícil fue cuando sentí la respiración del otro lado.

─Hola Fuego. Sabía que tarde o temprano volverías a mí.

El dolor se paga caroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora