10- Te deseo, ¿me deseas?

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Las palabras de Marco quedaron rondando en mi cabeza, como un intruso que lo único que hacía era repetir la palabra venganza. Venganza era la palabra más dura que había escuchado en mucho tiempo y, por lejos, la peor.

Después de que mi padre y sus monigotes se fueron, Stacy quedó devastada. Sin embargo, no se molestó en hacer la denuncia por el secuestro y desaparición de Gino Jr., sabía que mi padre la tenía comprada y que no harían absolutamente nada al respecto.

Dos días pasaron y Stacy recibió una llamada anónima diciéndole que su hijo estaba bien, que no le faltaría nada y que dejara de buscarlo porque ella y él lo pasarían mal; pero antes de que Stacy pudiese hacer alguna pregunta, cortó.

La expresión de pura y completa desesperación en la cara de mi amiga, me partió el corazón. Maldije al destino por haberme hecho formar parte de una familia que ni siquiera se molestaba en hacer las cosas como se debían, defendiendo a un hijo de puta como mi hermano.

─Vamos a recuperarlo Stace, te lo prometo. Gino va a volver contigo.

Stacy puso sus ojos en blanco y se levantó del sillón para ir hacia la ventana del living, ahora dándome la espalda.

─¿Ves a los dos tipos vestidos de negro que están apostados en mi vereda? ─me preguntó, señalando disimuladamente para que yo pudiese verlos. Asentí levemente─. No seas ilusa Cassie, por favor te lo pido.

Eso fue lo último que me dijo y subió las escaleras dejándome sola en el living. Después, tomé mis maletas y me fui. Si bien Stacy no me había echado, sabía que ya no era bienvenida allí. Quedarme hubiese implicado más problemas y no era algo que quisiese.

Me largué de allí lo más rápido que pude, tanto que no llegué a despedirme de los mellizos. Quién sabe cuánto estarían sufriendo toda esta situación, que para los grandes ya era por demás confusa. Ahora solo me quedaba rezar para que mis niños estuvieran bien, porque yo ya no podría estar ahí para ellos.

Empecé a caminar sin rumbo fijo, consciente de que los muchachos que mi padre había apostado en la casa de Stacy, miraban cada uno de mis pasos desde donde se encontraban.

No tenía nada que esconder, tenía en claro que conocían cada uno de mis pasos y que ahora mi padre estaría informado de que una vez más, me encontraba sin domicilio fijo. De seguro estaría regodeándose al saber que mi suerte no era la que hubiese deseado para mí misma.

Caminé varias cuadras en el silencio de la fría y silenciosa noche, hasta que un sonido rompió con ese silencio. Era el motor de un auto, seguido por el de ruedas moviéndose, como acercándose hacia donde yo estaba.

No me di vuelta a mirar y seguí caminando tan rápido como pude con mis maletas a cuestas.

De repente, el sonido de la puerta del auto abriéndose y luego cerrándose, me advirtió que quien fuese que estaba allí, se estaba acercando; así que cuando escuché sus pasos próximos a mí, hice lo que cualquier mujer en su sano juicio haría y...

─¡Ahhhhhhhhhhh!

Lo llené de gas pimienta.

─¡Perdón, perdón, perdón!

Pero no me esperaba que fuese esa persona.

─¡¡¡Maldita sea Fuego!!! ¡No veo nada! ─exclamó, mientras se frotaba los ojos con fuerza.

Era Marco. Y yo le había llenado la cara con gas pimienta. Quería morirme.

─¡¿Por qué me sorprendes así?! ¡En medio de la noche! ─Me sentía tan culpable. Nunca esperé que fuese el mismo Marco quien se apareciera en mi camino, una vez más.

El dolor se paga caroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora