12: Reparaciones

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El ataque había sido una catástrofe tan horrible, que no recordaba el momento en el que había terminado y tampoco, en qué momento había sido recostada sobre una manta en La Arena, rodeada de todos los que vivíamos en la armada, pues nadie parecía ...

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El ataque había sido una catástrofe tan horrible, que no recordaba el momento en el que había terminado y tampoco, en qué momento había sido recostada sobre una manta en La Arena, rodeada de todos los que vivíamos en la armada, pues nadie parecía haber tenido la fuerza suficiente para tratar de llevar a los heridos a la enfermería en la Torre de los Magos, principalmente cuando al parecer todos habían terminado heridos en el brutal ataque sorpresa.

Aun no alcanzaba a comprender cómo habíamos podido sobrevivir a la apabullante fuerza de un grupo de magos y brujas, sin contar con que entre ellos estaba el consejero del rey, mismo que con apenas una pizca de su magia, había encontrado la armada y había ordenado su destrucción.

Nadie alcanzaba a entender cómo es que habíamos sobrevivido, pues los recuerdos de todos estaban borrosos. Quise concentrarme tratando de encontrarle sentido a lo sucedido, pero en ese momento el calor de las llamas en mis manos vino a mi mente, seguido de gritos y luego, la oscuridad y, por lo que podía escuchar de quienes se atrevían a comentar el ataque en susurros cercanos, ellos recordaban haber sido derrotados y torturados, para después despertar en el suelo de La Arena, sin saber en qué momento habían terminado por desmayarse o dormirse.

Me levanté apenas tuve fuerzas para ello, queriendo ayudar. No tenía ninguna herida física de importancia. Solo estaba agotada, me dolía la cabeza y tenía algunos rasguños en el cuerpo.

Yo había sido la afortunada en mi única pelea, matando con magia...

No quise seguir pensando en eso. No me sentía preparada para darle voz a lo que recordaba haberle hecho a una de las brujas cuando había llegado a La Arena y la vi atacar a Dante. Al menos había saldado mi deuda con él de alguna forma y ahora, mi deber era dejar de lado cualquier pensamiento personal y concentrarme en ayudar a quienes habían sido heridos de gravedad. Estaba segura de que Sebastian no podría darse abasto y había muy poca gente que pudiera ayudarle.

—Lilineth, no te levantes por favor —pidió el mago apenas me vio acercarme a donde él trataba de curar a Sonia, una de las mujeres con las que había convivido menos, pero que parecía necesitar asistencia con una fea quemadura en todo su brazo.

Tuve que contener las náuseas que me embargaron al recordar el aroma de la carne quemada de la bruja, del mismo modo que el miedo que me daba ahora el saber que era capaz de algo así, que mi magia podía hacerle a la gente lo mismo que le había hecho a ella y que le habían hecho a Sonia.

—Hazle caso, pequeña o vas a desmayarte, estás muy pálida —pidió la mujer, sus rasgos bastante suaves, que me recordaban a una madre preocupada por sus hijos, aunque sabía que su carrera militar era aún más larga que la de Alexander, pero ella y su esposo, otro de los soldados de la armada, se habían negado a ascender en cada oportunidad ofrecida.

—Estoy bien —dije de inmediato—. Quiero ayudar, no estoy herida.

—No, pero después de usar tu magia de esa forma debes estar agotada. No se suponía que pudieras hacer algo así. Te administré una poción mientras dormías así que no creo que debas estar deambulando por ahí hasta dentro de unas horas —recomendó el mago, regresando su atención a la herida de Sonia, misma que trataba de arreglar con el contenido pegajoso y verdoso de un par de frascos.

Guerra de Ensueño I: Princesa sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora