6: Permanencia

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Todos eran idiotas

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Todos eran idiotas. O al menos, la presencia de una civil en la armada había vuelto idiotas y descuidados a mis soldados.

—¿Se puede saber en qué estaban pensando? —pregunté en cuanto los tres llegaron a mi oficina, haciendo que se detuvieran junto a la puerta, sin siquiera atreverse a tomar asiento o mirarme.

»Tenías órdenes, Gabriel —recordé al soldado, quien bajó la vista, avergonzando—. Y tú, Abby, creí que con el dinero para las reservas había sido suficiente —añadí, mirándola y consiguiendo que, al menos, luciera arrepentida de sus acciones.

—Lo siento, señor, pero no se nos informó que el contacto con la civil estaba prohibido —dijo Megan sin inmutarse—. Estaba en una situación de necesidad y dado que se encuentra a nuestro cuidado, no consideré que fuera incorrecto brindarle un cambio de ropa y llevarla por algo de comer.

La ira que sentía hizo que me atragantara con mis palabras antes de poder hablar.

—¡Todos sabían que la civil estaba siendo custodiada! ¡Verla sin un guardián era razón suficiente para solicitar órdenes y enviarla de regreso a su habitación! —repliqué, alzando la voz más de lo que había planeado y observando como Abby tiraba del uniforme de Megan, como pidiéndole que no empeorara las cosas. De las dos, por esta ocasión, ella parecía la más sensata.

—Le ofrezco una disculpa, señor, pero no recibimos órdenes directas sobre ella específicamente. Se le brindó la cortesía que el ejército debe a cualquier civil y, si no me equivoco, seguía bajo nuestra custodia, así que sería imposible para ella escapar —insistió, cuadrando los hombros, sabiendo que, en realidad, en eso tenía razón.

Las órdenes eran que ella debía ser vigilada y que tenía prohibido abandonar el terreno de la armada y, en efecto, la chica no había estado por su cuenta y tampoco había intentado escapar. Sin embargo, llevarla a conocer más de la mitad del terreno no estaba permitido. Nunca lo había estado para nadie que no formara parte del ejército.

—Entiendo el razonamiento, pero las cortesías con los civiles aplican fuera de nuestra armada, sargento primero —recordé—. Así que espero que esté al tanto, del mismo modo que sus compañeros, de que esto amerita un castigo que quedará en su historial.

Tanto Abby como Gabriel se encogieron en su lugar, pero una vez más, Megan se limitó a asentir, cosa que me hizo soltar un suspiro entre resignado y fastidiado.

Cómo extrañaba la época en la que la disciplina se respetaba y el miedo a una renuncia no hacía que la División considerara disminuir los castigos. Pero de eso habían pasado años. Nos estábamos quedando sin soldados en condiciones y ellos lo sabían. Presionar de más no estaba permitido y conseguir una renuncia en tu armada, mucho menos.

—Retírense, hablaré más tarde con ustedes sobre el castigo que recibirán, primero debo encargarme de la civil —murmuré, dejándolos marchar con un gesto, sin embargo, como si hubiese hecho una apuesta con Dante para sacarme de quicio, Megan se quedó en su sitio, obligándome a mirarla.

Guerra de Ensueño I: Princesa sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora