Introducción

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Las luces del castillo estaban apagadas y el lugar estaba tan silencioso como una tumba, haciendo que el mago estuviese seguro de que nadie estaría despierto.

Aun así, caminaba con su magia alerta, el sexto sentido con el que la Diosa lo había recompensado y que le permitía saber sin esfuerzo que el lugar estaba desierto. Gracias a ello abrió la puerta a la sala del trono, encontrándola oscura y vacía.

Pasó de largo hasta llegar a la pequeña y casi oculta puerta del fondo y comenzó a bajar las escaleras que escondía. Él no necesitaba iluminarse, pues su magia también podía decirle en qué lugar debía pisar. No por nada era el asesor del rey de Ziggdrall. Su poder era incomparable y sabía que era capaz de hacer todo lo que quería sin que nadie lo descubriera.

Finalmente llegó a los calabozos, avanzando por las hileras de celdas, tanto vacías como ocupadas, asegurándose de que nadie lo viera y de que quienes llegaban a cometer el error de hacerlo no pudieran contárselo a nadie al día siguiente, hasta detenerse frente a una pared de piedra de apariencia común. Posicionó su mano en el decimoquinto ladrillo del límite superior derecho y, enseguida, el mecanismo comenzó a funcionar, abriendo una puerta oculta que reveló una escasa luz proveniente de una minúscula ventana en el techo.

La celda daba al exterior, la única de los calabozos que lo hacía; a cambio, era la más alejada y de difícil acceso. Por eso la chica estaba allí.

Entró en la celda, cerrando la puerta tras de sí y llamando la atención de la prisionera. No pudo contener una mueca al ver su estado: era obvio que había enfurecido al rey. No faltaban más que unas horas para su ejecución y, aun con eso, era muy probable que ella no sobreviviera la noche.

Hasta donde sabía, el rey había ordenado que una de sus criaturas fuera encerrada en la celda y los grilletes que encadenaban a la joven al suelo habían hecho un trabajo excelente. La criatura había mordido, rasgado y tirado de su presa, intentando liberarla de las cadenas sin éxito alguno, hasta que él mismo había hecho que expulsaran a la bestia y permitieran a la prisionera vivir un poco más.

La chica se esforzó por voltear a verlo y no pudo hacer otra cosa que sorprenderse al ver el fuego helado en sus ojos verdes. A pesar de haber sido torturada desde el momento de su captura, varios días atrás, su orgullo parecía intacto. Ni siquiera la sangre que cubría su piel y sus oscuros cabellos era suficiente para disminuir su amenazante mirar.

—¿Has venido a terminar el trabajo? —preguntó con voz áspera y pastosa, más por su odio hacia él que por el estado de su cuerpo.

El inicio de una sonrisa le iluminó el rostro. Estaba seguro de que era la indicada y no permitiría que nadie, salvo él, se encargara de ella.

Avanzó con paso seguro hasta donde la chica estaba ovillada en el suelo y no pudo sino esconder su satisfacción cuando la delgada muchacha retrocedió con esfuerzo hasta la pared.

Los zapatos del hombre quedaron cubiertos del rojizo y pegajoso líquido que manaba de las heridas de la prisionera, pero por una vez eso no le importó y se arrodilló a su lado.

—Sí. He venido a terminar el trabajo —confirmó, observando a través de sus ojos grises la pizca de miedo que apareció un segundo en el rostro de la muchacha.

Le habría gustado tanto haber tenido más tiempo para usar su magia en ella...

—Pues adelante —provocó, elevando la barbilla para fijar sus ojos en los del mago.

Él acomodó su túnica azul para que las mangas no le estorbaran y con una sonrisa tranquila llevó ambas manos al rostro de la chica, logrando que ella se congelara en su sitio.

—Voy a terminar con esto —prometió muy serio mientras acercaba su rostro al de ella, logrando que los ojos de la chica se abrieran con sorpresa y miedo.

Ella estuvo a punto de replicar algo, pero él fue más rápido. O más bien, su magia lo fue.

La joven cerró los ojos en contra de su voluntad, cayendo sobre el pecho del muchacho, quien con un chasquido de sus dedos logró abrir todas las cadenas que la aprisionaban y se levantó, cargando con ella en brazos. Si para el día siguiente ella debía estar muerta, nadie podría quejarse si él se encargaba personalmente.

Así que la sacó del castillo sin que nadie lo notara o interrumpiera sus planes y, por fin, ambos se perdieron en la oscuridad de la noche.

Guerra de Ensueño I: Princesa sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora