4: La armada

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Los siguientes días en la pequeña habitación se me antojaron eternos cuando ni Inanna ni Sebastian volvieron a aparecer, dejándome en manos de Kaiya, quien se limitaba a revisar mis heridas en silencio, con una expresión a todas luces fastidiada y...

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Los siguientes días en la pequeña habitación se me antojaron eternos cuando ni Inanna ni Sebastian volvieron a aparecer, dejándome en manos de Kaiya, quien se limitaba a revisar mis heridas en silencio, con una expresión a todas luces fastidiada y que no dejaba espacio para una conversación o siquiera para algo diferente a un escueto saludo.

Alexander se presentó entonces, demasiado críptico y serio para poder preguntarle algo acerca de mi destino, explicándome que Sebastian le había pedido que me trajera algunos libros y mapas que me ayudaran a entender Sygdral o como sea que se llamara el lugar en el que estaba. Sin embargo, él se había limitado a llevarme cosas en un idioma extraño, recomendándome, por mi propio bien, que me esforzara en estudiarlas y luego, dejándome sola con las cosas aun cuando le hice saber que no las entendía.

Suspiré, frustrada de solo recordar lo que había ocurrido hasta ahora, observando por la ventana cómo la luz de la mañana daba paso a la tarde de un día más allí encerrada, donde lo más interesante que había pasado era que por fin parecía capaz de caminar lo suficiente como para llegar a la pequeña mesa de Inanna, que ahora estaba repleta de papeles que, se suponía, debía estar estudiando.

Miré el conjunto de mapas extendido frente a mí sin poder evitar sentir una pizca de odio hacia ellos. Ninguno me había ayudado a recordar nada y sin ayuda de la pareja amable que me había llevado hasta allí, parecía que terminarían por echarme en un par de días para que lo que sea que hubiese estado a punto de matarme, tuviese oportunidad de hacerlo a gusto.

Frustrada, empujé los mapas, alarmándome un poco cuando uno de ellos se dobló con brusquedad, estando cerca de romperse.

—No, no, no te rompas —murmuré preocupada, pasando mis manos sobre él con cuidado para alisarlo, dado que era el único mapa que parecía escrito en un idioma que podía entender y también porque estaba segura de que Slifera y Alexander me asesinarían con magia si dejaba que algo le pasara a alguna de sus pertenencias, pues el muchacho había enfatizado una y otra vez, que eran un préstamo especial por petición de su hermano.

Comenzaba a darme cuenta de quién había heredado toda la amabilidad de la familia.

Traté de concentrarme en el mapa otra vez, analizándolo: me encontraba en un lugar llamado Ziggdrall, que tenía ecosistemas muy variados en su pequeño territorio. El norte estaba rodeado por una cadena montañosa, a la izquierda, abarcándolo casi todo, unas montañas nevadas con el nombre de Sneeuval y a la derecha, una sección de piedra negra que se extendía hacia el mar del este, con el nombre de Baki Dutse.

El centro era un conjunto de bosques delimitados con el nombre de Verkies, que era donde seguramente me encontraba ahora, mientras en la parte inferior derecha se encontraba una especie de desierto cuyo nombre parecía ser Tryjs. Finalmente, el océano que rodeaba casi todo el reino brillaba de color azul bajo la leyenda de Trane. Nada de eso me era familiar y mucho menos los nombres de los poblados que parecían cubrir la región:

Guerra de Ensueño I: Princesa sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora