1: Ejército

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Sentía el cuerpo agotado para el momento en el que el sol comenzó a salir por el horizonte

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Sentía el cuerpo agotado para el momento en el que el sol comenzó a salir por el horizonte. Fijé mi vista en el cielo sin ser capaz de contener una mueca ante la deslumbrante luz que me cegó por un momento.

Detuve mi entrenamiento, pasando un brazo por mi frente para evitar que el sudor escapara hasta mis ojos y dejé salir un suspiro antes de abandonar el circuito.

Como todos los días, se me había hecho tarde y estaba seguro de que, a pesar de haberme desvelado con el reporte de la misión anterior, mi escritorio ya se encontraría lleno de papeles. Torcí los labios ante la perspectiva: odiaba la burocracia del ejército, pero no había modo de escapar de ella si quería formar parte de él, y ese había sido mi sueño desde que tenía catorce años.

Años más tarde había conseguido lo que quería, convirtiéndome en líder de un pequeño grupo de soldados con quienes me habían enviado a vivir en un antiguo y lejano fuerte. Antaño había sido un punto de reunión para viajeros y ahora, con los veinte miembros que teníamos, parecía más bien una aldea en miniatura. Eso me hacía sentir orgulloso y una pequeña sonrisa se formó en mis labios mientras caminaba con paso firme lejos de La Arena, nombre con el que conocíamos al antiguo anfiteatro que habíamos acondicionado como circuito de entrenamiento, llamado así gracias a la grava rojiza que allí abundaba.

Muy pronto estuve de regreso en el camino de tierra de la armada que comandaba y, tras una rápida visita a mi habitación en busca de una muda de ropa, me dirigí a los baños, esperando relajarme un momento antes de que todos despertaran y tuviera decenas de trabajos que realizar, supervisar y asignar.

A pesar de estar ya en el tercer mes del año, el frío seguía haciéndose sentir y el agua caliente de la tina en la que había entrado esa mañana me resultó reconfortante tras tantas horas en La Arena. No había conseguido dormir y el entrenamiento solo había terminado de agotarme, algo poco conveniente, pues la semana apenas comenzaba.

No era como si aquello hiciese alguna diferencia dado que mi lugar en el ejército de Ziggdrall debía ser cubierto las veinticuatro horas, los siete días de la semana, de modo que tanto yo, como todos los que pertenecían a él, vivíamos en el fuerte, razón por la que habíamos recurrido a modificarlo hasta hacerlo habitable.

Dejé salir un suspiro, acomodándome en la bañera y permitiendo a mi cuerpo relajarse tras el entrenamiento. Sin embargo, gracias al continuo vapor y la falta de sueño de la noche anterior, por mucho que traté de evitarlo, terminé por quedarme dormido.

Me encontraba haciendo un informe sobre la misión, justo como la noche anterior, describiendo lo que habíamos encontrado en las inmediaciones de Nerjus y el castillo enemigo. El frasco de tinta parecía estar a punto de terminarse, pero de un momento a otro comenzó a llenarse de nuevo. Remojé la pluma una vez más, pero al escribir una palabra, esta salió de un inusual carmín oscuro. Miré extrañado aquella anomalía en mi tinta y al analizar el tintero, descubrí que este seguía llenándose solo, cada vez más rápido, hasta empezar a desbordarse por el escritorio.

Guerra de Ensueño I: Princesa sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora