17: Lionel

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El pedido de auxilio había llegado cerca de medianoche, justo cuando estaba por dormir un poco y, aunque había tratado de conseguir ayuda, Kaiya no estaba en ningún sitio de la armada. No era un soldado, así que tampoco tenía un comunicador y sería imposible localizarla, por lo que, sin poder pensar en una solución a larga distancia, había encargado el control de la armada a Inanna y había salido en una carrera hacia Cert.

Una vez llegara al destino, podría pensar en algo, encontrar una solución...

Al menos eso era lo que me repetía mientras corría hasta el edificio del ejército, regulando mi respiración como me había sido enseñado y tratando de mantener un ritmo constante. Sabía que, aún con eso, me quedaban demasiadas horas de viaje en las que todo podría terminar mal.

No entendía por qué estaba tan preocupado por Lilineth. En parte, era lógico, su vida estaba en peligro, pero era una consecuencia de sus acciones al haber escapado de la armada con Dante, el mismo día que estaba por otorgarle un espacio propio.

No era la gran cosa. Lo sabía. No teníamos recursos para una nueva casa, así que acondicionar mi propia habitación para que ella pudiera quedarse a dormir allí, no era precisamente algo por lo que tuviese que estar eternamente agradecida, pero le había advertido que tuviera cuidado con Dante y ahora, según el reporte de Wilmer, su vida estaba en inminente peligro por haber salido a una misión con él cuando era obvio que no estaba preparada.

Traté de despejar mi mente, pero fue en vano.

Estaba preocupado. Jodidamente preocupado por su bienestar. Si nadie hacía nada, aun estando de camino, no iba a llegar a tiempo.

Cert estaba lleno de gente, ellos debían poder encontrar a un Shërim o alguien que pudiera ayudarla, pero Dante había ordenado que yo fuese por ella y Wilmer, oh, desgraciado, había decidido limitarse a obedecerlo.

Con las horas, la preocupación y la impotencia dieron paso a la ira. Si ella estaba muerta para el momento en el que cruzara esa puerta...

Ni siquiera el romper las reglas, el perder mi puesto o hacer algo terrible podían paliar esa ira y aquello me asustaba.

Debía estar enojado con la soldado que había desobedecido mis reglas y que había puesto en peligro a todos en la armada al salir sin una supervisión adecuada, pudiendo delatar el secreto sobre su tiempo viviendo con nosotros, pero por alguna razón, no podía enojarme con ella, cosa que me frustraba más.

Guerra de Ensueño I: Princesa sin nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora