Capítulo 3

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El colorido y vivaz departamento que solía conocer había desaparecido. Ahora se encontraba en un escenario que se volvía lúgubre a medida que avanzaba. Los hermosos cuadros que su prometido había colocado en las paredes estaban ahora tirados en el suelo debido al descuido de los soportes oxidados. Dolido por ver aquel arte desatendido, eligió uno que representaba a Esmeralda en sus primeros días, cuando aún no tenía nombre. Esta pintura le trajo recuerdos de cuando comenzaron a reconocer sus sentimientos. Había creado la pintura como regalo de su cumpleaños número 18. La había colocado en la pared frente a la entrada de la casa para recordar siempre su complicada historia. Era una manera de mantener presente su compromiso, incluso en tiempos de desacuerdo.

Avanzó con pesar sosteniendo el cuadro, como si soltarlo significara perder la vida. Los muebles estaban cubiertos descuidadamente con mantas blancas, lo que indicaba que habían sido cubiertos con prisa o desinterés. Con temor se acercó a la habitación, el mismo lugar que fue testigo de sus noches de pasión, incluida la última, que se extendió hasta el amanecer. Tomó la perilla de la puerta. El peso en su cuerpo, que había sentido mientras se acercaba a este lugar, se volvía cada vez más doloroso. Sintió que su cuerpo cedía ante el miedo y la incertidumbre. Esperó unos segundos, que parecieron horas e incluso días. Un lado de él intentaba jalarlo hacia atrás, rogándole que no entrara a ese lugar. Pero ya era tarde. Giró la perilla y empujó la puerta con brusquedad. Aun así, mantuvo los ojos cerrados, deseando que todo fuera una broma de mal gusto.

–¡Kacchan! ¿Por qué estás ahí parado? Ven aquí. Un joven con cabello y ojos tan brillantes como la primavera lo jala del brazo para llevarlo a la cama. –Pensé que no vendrías. ¿Estás bien? Había notado que su prometido estaba más estresado de lo habitual y le preocupaba que algo hubiera salido mal en la embarcación.

–No pasa nada, solo son mis padres. Siguen insistiendo con la maldita boda. No entienden que aún no quiero casarme, murmuró el pelirrojo mientras se acomodaba en los brazos de su amado. Este último no dudó en abrazarlo y acariciar con cuidado sus puntiagudos cabellos. Ante aquella declaración, el peliverde no pudo evitar soltar un bufido, que no pasó desapercibido para Katsuki, quien levantó la mirada y se encontró con una de esas tiernas expresiones que disfrutaba ver a diario.

En esta ocasión, sin duda, resultaba bastante cómica: las mejillas del peliverde estaban ligeramente abultadas, y sus ojos lo miraban con cierto enojo. A pesar de sus intentos por imponerse o asustar, nunca había sido rival para su querido Kacchan.

–Ya lo sé, ya lo sé. Entiendo que quieras casarte, y si pudiera, te llevaría directamente a la iglesia. Pero también sé que mereces una gran ceremonia que nadie olvidará, dijo Katsuki, lo que provocó una expresión de incredulidad en Izuku, quien arqueó una ceja en señal de asombro.

–Kacchan, te dije que no necesito algo extravagante, y además rechazaste... No pudo terminar la frase, ya que sus labios fueron sellados por un beso suave y romántico, que sorprendentemente no tenía segundas intenciones. –No quiero casarme con el dinero de la vieja bruja y de tus padres. Quiero darte todo lo que mereces por mérito propio, añadió Katsuki, lo que hizo que Izuku se llenara de ternura. Y por eso, no le recriminó que no se casara durante un descanso de uno o dos años.

–Está bien, entonces esperaré todo el tiempo que sea necesario, mi Kacchan, dijo Izuku, y sellaron sus palabras con un último beso, despidiendo el amanecer que había sido testigo de su intimidad.

El cenizo fue despertado por los rayos de sol que pasaban descaradamente por las cortinas andrajosas y gastadas de la habitación. Se sentó en la cama llena de polvo, lo que lo hizo estornudar varias veces mientras inspeccionaba nuevamente el lugar en el que se encontraba. Sí, era el mismo departamento, pero aún seguía sombrío y lleno de polvo.

–Así que fue un sueño después de todo– murmuró para sí mismo mientras intentaba reponerse. Antes de continuar, soltó una bocanada de aire y, con ella, otro estornudo. –Debí haber hecho lo que quería ese día– se lamentó, tomando de nuevo el cuadro y abandonando el apartamento, dejando atrás ese lugar y, con él, una vieja carta que nadie había leído.

Era hora de visitar a la familia Midoriya.

La residencia Midoriya era una lujosa mansión que colindaba con las residencias de las familias más influyentes de la ciudad y del país, incluyendo las familias Yaoyorozu, Todoroki e Iida. La residencia de los Bakugo estaba un poco más alejada de estas. Ahora se encontraba frente a los portones que dividían el terreno con la calle, preparado para enfrentarlos y descubrir lo que había sucedido.

Se acercó a la entrada con su auto, esperando a que los guardias le abrieran los portones, pero, por alguna extraña razón, parecían ignorarlo. Esto solo hacía que su ira creciera. ¿Cómo era posible que no lo dejaran entrar? Había convivido con los Midoriya desde que tenía uso de razón y siempre había podido entrar y salir como si fuera su propia casa, incluso cuando la familia no estaba presente, ya que era igual de importante para Inko y Hisashi como lo era Izuku. Ahora resultaba que debía ser anunciado primero para ver si podían atenderlo.

¡¿Qué estaba pasando?! Esa era la única pregunta que invadía su mente. El estrés y el enojo se acumulaban como si fuera un globo a punto de estallar, y nadie quería saber lo que pasaría si eso sucedía.

Después de esperar 10 minutos, finalmente lo dejaron ingresar. Sin esperar a que terminaran de abrir los portones, presionó el acelerador y no se detuvo hasta llegar a las puertas de la gran casa. Con toda su impertinencia, salió del auto, que había dejado en medio de la entrada, subió las pocas gradas que conectaban la puerta con el suelo y entró sin prestar atención al mayordomo.

–Dónde están los tíos, quiero verlos, ahora – ese "ahora" fue suficiente para que la servidumbre se alejara de él, mientras el mayordomo simplemente dijo "oficina". Entendiendo el mensaje, se dirigió de inmediato a la oficina de Hisashi, quien lo esperaba junto con Inko, que tenía una mirada sombría.

Esa actitud no era ni de cerca normal. El oji rubí siempre había sido muy respetuoso con los Midoriya, incluso cuando no estaba de acuerdo con ellos, ya que siempre los había tenido en un pedestal.

En una mañana de abril (Bakudeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora