Cristofer Park (Editando)

La noche de los corazones rotos

Caminaba por sendero más allá del bosque, marchando sin un rumbo fijo. Sentía el viento de la tarde resoplar por su nuca, al mismo tiempo que sentía un ardor en sus mejillas gracias al frío que ocasionaba el aire, siendo esto provocado por el hecho de haber derramado lágrimas a mares. Fijaba su camino a pasó lento con movimientos torpes al andar, mientras seguía soltando unos cuantos sollozos y tartamudeos sin sentido.

¿Había hecho mal en ser honesto con Damien? Solo quería una respuesta a eso. Se sentía horrible por no poder corresponderle, por haberle dicho todas esas cosas. ¿Acaso él era el problema? ¿acaso había algo malo en él? Estaba claro que el desconocía ciertos aspectos de su naturaleza, algo que ocasionalmente hacía que se desconociera por completo. Tal vez todo había sido su culpa por no saber relacionarse con los demás, él solo quería una nueva familia y alguien en quien confiar.

Pero lo había arruinando todo, de nuevo. Quizás si era ese monstruo que los demás siempre le dijeron que era: el monstruo que se reía a altas horas de la noche, el monstruo que mataba animales de formas inhumanas, el monstruo que traicionó y asesinó a sus padres sin piedad, el que destruyó a su antigua familia, y el que terminó por jugar con los sentimientos de una persona.
(Sí es que se le podía llamar "persona").

No merecía siquiera seguir estando en este mundo, si tan sólo se hubiera dejado cazar y matar por los humanos en Londres, tal vez no seguiría cargando con esa culpa.

"Nada de eso es tú culpa"
. . .

Pip se detuvo en pleno camino al escuchar aquella misteriosa voz que siempre oía en sus sueños.

"Verás que las cosas mejorarán, mi querido Pip".

《¿¡Quién eres!? 》 exclamó en sus pensamientos, retrocediendo unos pasos atrás.

Acto seguido, terminó tropezando gracias a las rocas extremadamente estrechas sobre el camino. Pero lo pensaba que sería una caída inmediata al suelo resultó ser una caída hacia un barranco de por ahí, el cual no se había percatado antes.

Lo último que vio fue el cielo cubierto de nubes, al margen de unos árboles en ángulo bajo. Lo último que sintió fue las rocas rasgar su ropa, raspar su piel y golpear su cabeza; la tierra metiéndose hasta por encima de las orejas y el lodo ensuciando su prendas. Su cabeza se estampó contra el suelo con una inmensa fuerza, que tal fue que terminó por perder el conocimiento: viendo su vista nublarse y oscurecerse en unos cuantos segundos para luego ver la oscuridad absoluta. Oyó unos cuantos susurros de preocupación antes de dejar caer su cabeza entre sus brazos a punta del suelo.

***
☆

Despertó en la oscuridad de su cuarto, oyendo atentamente unas voces maduras provenientes del piso de abajo. No podía oír bien de que hablaban, por lo que se quito sus cobijas y puso un pie fuera de la cama.

Trato de bajar de su recámara a pasó lento y silencioso, evitando a toda costa hacer rechinar la madera de su piso. No quería ser escuchado, por lo tanto no debía hacer tanto ruido. Cuando llegó a su puerta, tomó cuidadosamente del picaporte y abrió con extremo cuidado la entrada de su habitación. Posteriormente, salió de ahí en un movimiento veloz y silencioso como un gato cazando a un pequeño ratón, luego cerró la puerta detrás suyo sin omitir ningún ruido.

Avanzó sigilosamente por el pasillo, tocando la madera del piso con sus pies con delicadeza, nuevamente, tratando de no ser escuchado. Conforme avanzaba, las voces hacían más fuertes y claras, pudiendo escucharlas perfectamente cuando bajo unos cuantos escalones de las escaleras de su casa. Ocultaba su rostro en los barandales, esperando que nadie se percatarse de su presencia mientras que este estaba ahí expectando.