—Así que te gustan los libros de verdad, pensaba que solo estabas en literatura para acercarte a mí.

Steven no podía parar de observar cada rincón de la habitación de Selena, era como ver un portal a su cabeza.
Y, como no, no podía ni fijarse en la gran estantería con libros que la rubia tenía al lado de su escritorio, no era algo que dejar pasar.

—¿Puedes parar de cotillear?—pregunto mientras rebuscaba en su armario.—Y, no, no es por ti, ni siquiera te conocía desde antes de literatura.

—Auch.—el moreno se llevó la mano al corazón como si la.chica verdaderamente le hubiera lanzando una flecha en el pecho.—¿También te gusta Marvel? Me sorprendes.

—Te he dicho que dejes de cotillear.

—No haberme invitado a subir.

—No lo habría hecho si no hubieras lanzado tu café sobre mi sudadera.—se quejó girando la cabeza para mirarle, Steven suspiró algo avergonzado y siguió recorriendo la habitación con la mirada.

No podía negar que ir a casa de Selena le ponía algo nervioso, estaba claro que entre los dos había algo, pero ¿y si era él solo quien lo sentía? ¿Y si Selena solo le había invitado por cortesía? Por muy seguro que pareciera, la chica le hacía perder la cabeza.
Así que tras una parada, todavía, secreta, se había comprado un café que, en cuanto Selena había abierto la puerta de cabeza, había ido disparado a su sudadera.

—¡Fue sin querer! Me asustó tu perro.—Selena soltó una carcajada, quizás Steven tenía razón.

—Coco es un amor.—le advirtió.—Y si no le caes bien no puedes entrar en esta casa.—Steven frunció el ceño.

¿Iría enserio? Porque sin duda él no era una persona de perros, solo había tenido un gato de mascota y había muerto, claramente no era un buen historial como cuidador de animales, pero podría mejorar.

—Ya está.—Selena se dio la vuelta con una nueva sudadera puesta, Steven se mojó los labios mientras que la miraba.

No era una sudadera larga y ancha como la que llevaba puesta anteriormente, la chica se había colado una sudadera igual de larga que un top, así que dejaba ver perfectamente como sus pantalones de voley se ajustaban con totalidad a sus caderas.

El moreno negó obligándose a dejar de mirar, entonces supo que era su momento para sugerir lo que había preparado para ese día, porque aunque había empezado con el pie torcido aún tenía trucos.

—¿Sigues queriendo pijamas de dinosaurios?—la chica camino hacia él divertida.

—¿Enserio me has traído tu pijama? Eres muy...

—¡No te burles!

—Iba a decir mono.—finalizó con una sonrisa dulce.

Selena estaba bastante más tranquila que Steven, su única preocupación era que las galletas no salieran perfectas, pero por lo demás estaba bastante cómoda, aunque le ponía un poco nerviosa como Steven parecía analizar toda su habitación, no porque supiera cosas sobre ella, si no porque las pudiera utilizar para otra cosa. Desde que le conocía todo había sido una competición y aunque pareciera haber una tregua, no se terminaba de fiar.

—En realidad, he comprado unos nuevos.—dijo tímidamente.—A juego.

—¿En serio?—Steven supo que esos 20  dólares habían merecido la pena en cuanto vio como los ojos azules de Selena se iluminaban al escuchar sus palabras.—¡Quiero verlo!

La chica pegó un pequeño salto ilusionada, así que Steven ni siquiera se pudo hacer un poco de rogar, no lo podía ni intentar.

—Espera.—el chico caminó hacia la puerta de la habitación donde había dejado apoyada su mochila, rebusco un poco en ella con la mirada atenta de la chica en su espalda y, finalmente, sacó una bolsa que le tendió a la rubia.—¿Feliz cumpleaños?—Selena carcajeó por la ocurrencia de Steven y agarró la bolsa con cuidado.

Hey, Steven| Steven Conklin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora