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Chuck:

Su majestad se aísla desde esa noche, no solo de las personas ajenas a ella y que ocupan el castillo, sino que también formo parte de esa lista.

—¡Llego correo de Arcelia! —Anuncia la criada.

Me entrega el sobre que el muchacho de las entregas dejó, sujeto la carta y leo el remitente, el reino de Arcelia ya ha dado una respuesta a las dudas de la reina.

—¿Debería...?

—Yo me encargo. —Le aseguro. —Regresa a tus labores.

Se inclina. —Si.

Sale de la habitación y subo escaleras arriba, no quiero molestarla, pero debo dar el informe.

Me paro frente a su puerta y doy dos golpes seguidos, la reina no responde y me aclaro la garganta volviendo a tocar.

—Adelante. —Escucho al otro lado.

Ingreso empujando, la puerta emite un chirrido y apenas abro encontrando oscuridad.

—Espero que sea importante. —Pide desde la cama, las manos sobre la cabeza.

—¿Se encuentra bien, mi reina? Tal vez deba...

—Chuck. —Me interrumpe. —¿Qué sucede?

Trago saliva y aprieto la correspondencia en mi mano.

—Llego el reporte de Arcelia. —Le comento.

—Está bien, léela.

Eso hago, quito el sello y leo en voz alta las condiciones y el reporte en el que se encuentran los volcanes de Obsidiana.

La reina se levanta tras escucharme y se acerca a su ventana, la mirada fija en el único volcán que se visualiza desde su habitación.

—¿Algo más? —Pregunta ella.

—Es todo, mi reina.

—Cierra bien la puerta en cuanto te retires.

Bajo la cabeza. —Como ordene.



(***)



Ingreso a la habitación donde descansa el hombre al que deseo arrancarle el último aliento, Allan de Solaría tiene el rostro vendado y está rodeado de por lo menos tres enfermeras, me visualiza al entrar y la rabia le destella los ojos.

—¿Dónde está la miserable de Diana?

Me vuelvo hacia las criadas y asiento cuando me ven, ellas se retiran.

—¿A dónde van todas?

—Tienes las agallas para hablar de ese modo de su majestad.

—¡Mira lo que me hizo! ¡Lo que tú me hiciste!

—Lo que yo te hice. —Niego. —De ser por mí no estarías respirando.

Su mandíbula se tensa.

—Agradece a su majestad por pensar en su reino antes que en su propio dolor. —Menciono y no agrega nada. —Eres la razón de porque no ha salido de esa habitación en una semana y eso me pone de malas.

—Esa mujer y este reino.... Me la van a pagar.

—¿Y cómo será eso?

Se ofusca.

En los zapatos de la Reina (#4 Amores en la realeza)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora