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Diana:

—Mi reina. —El jefe de la guardia se arrodilla en medio de la habitación.

Trago saliva y le pido que se ponga de pie, observo las cortadas en su rostro, su traje manchado de sangre y desgastado, al mismo tiempo que observo el desgaste en su cuerpo.

—¿Cuántos hombres? —Mantengo mi postura e ignoro mi temor.

—Los suficientes que resistieron y son leales a usted, majestad. —Se levanta. —Gracias a...—Mira a la reina de Arcaría. —A la reina por recibirnos...

—El palacio está abierto para la gente del pueblo, su reina y eso incluye su guardia, recibiremos a todos. —Pronuncia ella. —Serán bienvenidos, donde entre uno entran dos y así se hará.

El jefe de guardia hace una reverencia en su dirección.

—Gibson. —Lo llamo por su nombre. —Ocúpense de los hombres, que reciban atención, quiero que descansen por ahora.

—¿Esa es su orden, mi reina?

Asiento y el jefe de guardia se disculpa con los demás saliendo de la habitación.



(***)



—Siento que estoy abusando demasiado de la reina de Arcaría. —Pronuncio cuando ambas permanecemos solas en la habitación.

—Para nada. —Se sienta al borde de la cama y me toma de las manos. —Diana, me salvaste de una condena.

Aparto mi mano y la coloco sobre la suya.

—Me alegra haberlo hecho, eres una gran reina ahora.

Sus mejillas se llenan de color.

Suspiro. —Y ya conocí la razón de esa condena.

Mis palabras captan su atención.

—El medico al que le pusiste a mi cuidado. —Comento y sus expresiones lo dicen todo, rápidamente me suelta la mano. —Ahora creo que no solo fue un acto de culpa, reina.

—No, no lo fue. —La veo pasar saliva nerviosa, pero no detiene su confesión. —No fue culpa, fue porque no estaba dispuesta a perder al hombre que amo.

Las cosas que hace uno por amor, ya soy mayor para eso, pero para no entenderlo no.

—Lamento no habérselo dicho, incluso mi padre creía que era una locura, pero no ha sido un amor momentáneo... y yo no me arrepiento de lo que hice.

—No sería reina si así lo fuera. —Pronuncio. —No podemos arrepentirnos de nuestras decisiones y no soy nadie para juzgarla, mi reina.

—Lo sé.

Alzo las cejas.

—He visto lo que hay entre usted y su lacayo.

El corazón se me acelera.

—¿Qué? No, no quería decir..

—Perdón ¿Me equivoque?

Trago saliva.

—Sí, no hay...

Hago una pausa.

El recuerdo me viene a la cabeza y también sus palabras cuando me deshice en lágrimas en sus brazos.

"Amor mío"

La palabra se repite y mis latidos crecen.

Ella vuelve a tomar mi mano y la aprieta.—Comprendo que con todo lo sucedido no es momento para darle prioridad a su corazón.

En los zapatos de la Reina (#4 Amores en la realeza)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora