9

81 9 1
                                    


[Reader Pov]

Entré a casa con cuidado y en silencio. Al verme en el espejo del recibidor vi el moratón que había dejado el golpe, esa era la razón por la que Mila, Kaia y Valter me habían estado mirando con un poco de pena toda la mañana.
Suspiré acariciando el moratón con cuidado para después subir a mi cuarto para cambiarme, mis tíos nunca se despertaban pronto y aunque mi tío trabajaba, era la empresa familiar y podía llegar cuando quisiera sin que nadie le llamara la atención.
Cerré la puerta de mi cuarto, no tenía pestillo pero le pondría uno en cuanto tuviera un rato, me quité toda la ropa que llevaba menos la ropa interior, y entre al baño de mi habitación para encender el grifo y que llegara el agua caliente.
Me miré al espejo y comencé a observar mi cuerpo detenidamente, pasando las yemas de los dedos por las cicatrices con cuidado; en mi pecho, en mi abdomen, en mis muslos, en mis brazos. Recordé la sensación de la navaja cortando mi piel, haciéndome sangrar y respiré hondo, acabando de quitarme la ropa para meterme en la ducha y dejarme relajar por el agua caliente sobre mi piel fría.
Cuando terminé de ducharme apagué el grifo y salí de la ducha, escurriendo mi cabello y enrollando mi cuerpo en mi suave toalla rosa. Cepillé mis dientes y mi cabello y retiré bien lo que me quedaba de maquillaje, poniéndome un poco de rímel transparente y un gloss con un toque rosa brillante.
Salí del baño envuelta en la toalla para vestirme, pero lo que encontré fue a mi tía arreglada y sentada en mi cama, con un vestido rosa pastel al lado.

— Oye, si quieres discutir podemos hacerlo cuando haya terminado de arreglarme, no ahora que estoy medio desnuda.

Hablé en tono de broma, pero mi mirada hacia ella era fría.

— Vístete y hazme el favor de cubrirte eso, nos vamos a hacerte una purificación.

— ¿Perdón? —la miré atónita— ¿Primero me venís con un matrimonio arreglado, y luego con una purificación? ¿Qué ha pasado con lo que dije? No quiero ser parte de vuestras cosas, estáis muy mal.

Mi tía se acercó y golpeó mi otra mejilla con fuerza, menos que la utilizó en la iglesia, pero aún así dolió, aunque no reaccioné.

— Te vistes y no hay más que hablar.

Asentí y ella salió de mi habitación, dejándome sola. Me vestí a mala gana con el vestido que me había dejado, y le puse unas calcetas blancas largas y unos zapatos con un poco de tacón negros. Entré al baño y comencé a cubrirme el moratón con corrector, luego utilicé polvos para sellarlo y que no se me fueran fácil.
Una vez que me peiné, bajé al recibidor, donde me esperaban mis tíos, y entramos al coche, conduciendo hasta la iglesia.
Nadie habló en todo el caminó, al llegar allí me bajé, los señores Philips me esperaban allí, y entré con ellos a la iglesia, donde me sentaron en una silla.

— Necesitas una purificación muy fuerte, así que nosotros no la realizaremos, la realizará el conducto del Altísimo.

El señor Philips me dió una pastilla y agua, puse la pastilla en mi boca y tomé agua, pero no tragué la pastilla, si no que la escondí en mi boca, tragando solo el agua. La señora Philips me vendó los ojos y los dos se marcharon mientras yo aproveché para sacar la pastilla de mi boca y guardarla en el bolsillo del pantalón que llevaba debajo del vestido.
Escuché a alguien entrar y caminar hasta estar detrás de mí, y esa persona acarició mi cabello.

— Hola _____, me han contado que has hecho muchas cosas malas, cuéntame todo.

Me quedé en silencio, y unos minutos después noté un leve tirón de cabello.

— ¿No dirás nada?

La persona permaneció en silencio, esperando mi contestación que nunca llegó, así que volvió a hablar.

— Bien, habrá que hacerlo por las malas entonces, si no no funcionará.

La persona me tiró de la silla al suelo y comenzó a desabrochar el vestido por mi espalda, bajándolo un poco, y lo escuché sacar algo de lo que creí que era una mochila.
Un golpe muy fuerte llegó a mi espalda y yo jadeé de dolor, cerrando mis ojos fuertemente y casi mordiendo mi lengua para no insultarlo.

— Si sigues sin confesar las cosas malas que has hecho, seguiremos así, tengo todo el día.

Continúe en silencio, y dos golpes más llegaron seguidos, ya sabía con que me estaba golpeando, una fusta. Me mantuve quieta, porque con el vaso del que había bebido agua, la pastilla y las heridas tendría pruebas de lo que había pasado, pero lo que no me esperaba era que metiera las manos por debajo de mi vestido, llegando a mis pantalones y desabrochando la cremallera para bajarlos junto con mis bragas. Traté de apartar sus manos, pero no funcionó, así que me giré, quedando boca arriba.

— No me toques...

Utilicé el tono más frío que pude, mis ojos aún estaban vendados y no lo veía, podía sentir el frío en mi entrepierna y la sangre en mi espalda.
Subí una de mis manos para retirar la venda de mis ojos, pero unas manos lo impidieron y me pusieron lo que parecían ser unas esposas.

— No te esperaba tan luchadora, pero los juegos previos siempre están bien.

Su mano se coló entre mis piernas pero yo las crucé, pegándolas a mi pecho, sentí como se colocaba delante y trataba de tirar de ellas, y ahí supe que era mi momento. Estiré mis piernas con fuerza, haciéndolo volar, porque escuché dos golpes sordos, uno que supuse que sería contra la pared y otro contra el suelo.
Rápidamente me levanté y retiré mi venda, subiendo mis bragas y pantalón como pude y saliendo corriendo, no sin antes agarrar el vaso de la pequeña mesita con la falda de mi vestido para no dejar huellas.
Sentí como agarraba mi tobillo, así que con mi otro pie pisé su mano, clavándole el tacón, y después salí corriendo, corría por detrás del pequeño cementerio de la iglesia para que nadie me viera. La venda colgaba de mi cabello aún, mi vestido manchado de polvo, mis pantalones desabrochados molestándome al correr, mi espalda descubierta mientras sangraba, mi vestido desabrochado, cayendo levemente por mis hombros, dejando ver las tiras de mi sujetador, la copa envuelta en la falda de mi vestido y las esposas en mis muñecas.
Seguí corriendo hasta que llegué al instituto, que estaba más cerca que mi casa, y entré con cuidado, metiéndome al baño de mujeres y sentándome en uno de los cubículos.
Error mío no llevar el móvil conmigo, fuera hacia frío, y por culpa de las esposas no podía abrocharme el vestido. Me abroché el pantalón con cuidado y coloqué bien mis calcetas, después retiré la venda atrapada en mi cabello y con ella envolví el vaso con mucho cuidado.
Pensé en cómo podía quitarme las esposas y recordé cómo mi padre me enseñó que si las esposas estaban muy apretadas para quitarlas se podía dislocar un dedo para hacer la mano más estrecha y que pudiera pasar. Suspiré y me di ánimos a mi misma, nunca me había dislocado un dedo pero estaba segura de que dolería demasiado, entonces mordí la manga de mi vestido y coloqué mi mano de manera que la unión del pulgar con su hueso correspondiente de la mano sobresaliera por debajo de la piel. Respiré hondo y conté hasta tres, golpeando la unión contra la manivela de la puerta, haciendo que un dolor agudo recorriera mi mano, pero lo aguanté y observé como mi dedo colgaba de mi mano.
Saqué ese brazalete de la esposa y traté de recolocar mi dedo, cosa que no logré, era mucho más fácil dislocarlo que colocarlo en su lugar.
Subí la cremallera de mi vestido con la mano buena y después agarré el vaso, saliendo de los aseos con cuidado y volviendo a salir del instituto para seguir mi camino a casa, pero mientras caminaba supuse que era mejor llevar esto a los Stein, y tal vez podrían ayudarme con la mano.

Aceptaría mi principio, si tú fueras mi final [Stein]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora