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El estómago de Haerin se contrajo entre nervios y sorpresa, mucha sorpresa.

¿Por qué Minji había dicho semejante cosa?

Ella ni siquiera quería estar cerca de la alfa. Solo deseaba un lugar tranquilo y cómodo en el cual descansar.

Tomando un fuerte respiro, se removió nuevamente, intentando a como dé lugar el poder ser libre, lo estaba anhelando más que nada.

—No, espera —musitó Minji.

—Suéltame, q-quiero irme —logró decir, sin poder hacer contacto visual por mucho tiempo.

—Quiero hablar contigo.

—No hay nada de qué hablar —realmente se felicitó mentalmente por haber respondido sin algún problema.

—Claro que sí —contradijo tajante.

—Esta n-no es la mejor manera —aludió el agarre que tenía impuesto la azabache en sus muñecas—. Suéltame, por favor —la cercanía realmente la incomodaba, pero tampoco era como si quisiera hacerla enojar. No, eso sería lo último que desearía.

—¿Acaso me tienes miedo? —inquirió, alzando una ceja y viendo fijamente a la omega sin poder evitarlo. Podía sentir que su dulce aroma estaba poniéndose medio agrio debido al claro cambio de emociones—. ¿En serio?

Haerin suspiró, no siendo capaz de contestar. ¿Y si eso lograba molestarla? Para este momento estaba siendo muy paranoica.

La mayor relamió sus labios y lo dudó un par de segundos, quería hablar con la omega, pero a la vez de estar totalmente segura que no volvería a huir.

—Bueno, creo que esto se está haciendo incómodo —murmuró.

—D-demasiado. Ya me quiero ir, por f-favor —habló suavemente.

A pesar de que el aroma de Minji era muy fuerte y reconfortante, no era el momento preciso para querer estar cerca de ella, ni menos en esas posiciones.

Haerin no quería tener nada que ver con aquella 'alfa rara y problemática'.

—¿Por qué tartamudeas? ¿Tan mala me veo? —cuestionó Kim.

¿Sería bueno decirle la verdad? Haerin no estaba siendo para nada segura con sus palabras, por lo que decidió callar nuevamente.

Minji suspiró hondo, tratando de no exasperarse ante la timidez que la omega presentaba. ¿Acaso no podía hablar con normalidad?

—Está bien, te dejaré libre y me sentaré frente a ti —Hae asintió como pudo—. Pero no pienses en correr otra vez. ¿De acuerdo?

La niña tragó saliva y repitió.

—De acuerdo.

—Espero que no mientas —fue lo último que dijo para poder cumplir con su palabra.

Lentamente, Min se deshizo del agarre impuesto en la bajita y se separó al fin, tomando asiento en el grass y mirando con atención las acciones de la contraria.

—¿De qué quieres hablar? —una vez sentada, Kang instintivamente rodeó sus piernas con ambos brazos, acomodando a la vez su mentón en su rodilla para poder así sentirse menos expuesta ante cualquier ataque.

—Del comportamiento que tuve frente a ti —respondió directo, sin balbuceos o algo parecido.

La de ojos gatunos alzó la mirada con curiosidad.

—¿A qué te refieres? No entiendo.

Minji resopló.

—Seamos honestas aquí. ¿Tú me tienes miedo, verdad? —Haerin abrió los ojos desmesuradamente—. Bien, acabas de responderme —concluyó.

—¿Qué? No, no, claro que no —agitó ambas manos con nerviosismo—. No creas eso, no quiero fastidiarte, ni incomodarte, no pienses eso.

La alfa rodó los ojos.

—Haerin... —le advirtió.

—Yo jamás haría algo que moleste a....

—Haerin, ya basta —prosiguió con calma, intentando que se callara.

—... A cualquier persona. Mis padres nunca me permitieron algo como eso, así que-

—¡Haerin! —el leve grito de la azabache la interrumpió.

La omega llevó las manos hacia los costados sigilosamente, mientras que con cierta lentitud empezaba a retroceder. Minji fue consciente y siendo mucho más rápida, se acercó a ella. Fue una gran lástima el no haber sido lo suficientemente ágil. Porque para ese entonces, la castaña ya se había levantado por completo y había corrido a toda prisa, muy lejos de Minji.

—Agh —maldijo—. Esa omega es muy extraña.

Y es que claramente la azabache no sabía las miles de cosas que podía causar en Haerin, aún más cuando eran pareja predestinada. Solo tenía que tener paciencia y cambiar ciertas actitudes que la tachaban como una mala alfa frente a la niña.

Minji estaba decidida. Al menos iba a intentarlo y, si aún así nada funcionaba, seguiría diciendo que esa leyenda era una gran y ridícula estupidez.

Y ya nadie la haría cambiar de opinión.

Y ya nadie la haría cambiar de opinión

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la princesa y la plebeya; catnipzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora