Capítulo II: Un juramento roto

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El Libro de la Tragicomedia, presenta...

"Un Juramento Roto"

En momentos donde tus recuerdos carecen de un hogar en el que esconderse, se desplazan como sombras errantes, buscando escapar de la despiadada garra del dolor. Se deslizan entre los pliegues de tu mente, intentando desvanecerse, como si borrar tu esencia pudiera apagar el sufrimiento. Pero es inútil. En lo más profundo, allí donde la oscuridad se entrelaza con una chispa de luz, tus recuerdos permanecen. No se van, no pueden. Están atrapados, aferrándose con uñas invisibles a los recovecos más sombríos de tu ser. La memoria, que creías tu aliada, se transforma en un espectro que acecha en silencio, aguardando el momento de resurgir y arrastrarte de vuelta al abismo. El terror no viene del olvido, sino de lo que aún vive en ti, latente, palpitante, dispuesto a desgarrar las paredes de tu cordura.

En una de las ramas perdidas de la línea del tiempo, existió una mujer que, con manos temblorosas y un vestido de un suave amarillo pastel, abrazaba su vientre. Su cabello verdadero, frágil y debilitado, estaba oculto bajo una peluca marrón que caía con artificial perfección. Allí, en el silencio estéril de un cuarto oculto, sonreía mientras sostenía entre sus brazos a su recién nacida, su pequeña estrella. Sus manitos pequeñitas tomo las de un niño mayor, quien la observa encantado. Su madre dibujando una sonrisa dijo con la voz más dulce:

Bienvenida al mundo... Michelle...

Los reencuentros suelen estar teñidos de alegría, pero esta vez, parece ser la excepción. Han pasado apenas unos minutos desde que Jung Seojun encontró a la pequeña niña que aparentemente olvido. Pero ahora que la tiene frente a él, un vacío creciente le aprieta el pecho. Ashley, por otro lado, fue incapaz de soportar el peso del horror. El trauma la aplastó en silencio, y su cuerpo se rindió, cayendo en la inconsciencia. Su rostro pálido y sus labios temblorosos demostraban su miedo ante este suceso.

En esos instantes de incertidumbre, Shinyuu, esa entidad fenomenal que siempre había sido su única fuente de consejo, intentó calmar a Jung Seojun, guiándolo de vuelta a aquel lugar elevado donde solo ellos dos podían acceder. —Debemos regresar—, le susurró con una voz tan tranquilizadora como inquietante. El lugar donde se refugiaba, según Jung Seojun, estaba rodeado por un supuesto campo de protección impenetrable, lleno de enigmas que pocos podían comprender. Un lugar seguro libre de maldiciones...

El cielo se había teñido de un gris opaco, mientras una brisa fría recorría el prado. Jung Seojun permanecía de pie, con la mirada perdida en la vasta extensión verde que aún conservaba vida, donde una vez el tiempo no existió, donde fue un recuerdo doloroso ahora parece un honor. El recuerdo de su madre estaba allí, en el susurro del viento y en la cálida sensación de las últimas caricias que compartieron. Pero ahora, algo se rompía dentro de él, algo tan frágil como una débil memoria.

El nacimiento de su hermana había sido un milagro, una bendición, un regalo. La pequeña solía dormir tranquila entre los brazos de su madre, acurrucada en el regazo, regazo en donde Andrew durmió más de una vez. Cada risa, cada paso en el prado era un eco de felicidad que lo envolvía. ¿Cómo fue posible que olvidara lo bello que era ese lugar? ¿Por qué perdió tanta vida desde que se fue su mamá? Los momentos de correr y jugar, de oír la suave voz de su madre cantando mientras la luna les miraba con su cicatriz. Pero ahora... esos recuerdos se desvanecían, como sombras que huían al amanecer. Perdieron vida al igual que él, todo lo que quedo de un bonito lugar, de un buen jardín. Es la soledad de la almohada y flores marchitas.

Fue aquella noche, lo supo en sus huesos. Algo había cambiado, algo en la forma en que su madre lo abrazó por última vez, algo en sus ojos lo alarmó. Si tal vez existiera el hubiera, hubiera ido con su madre, no la hubiera dejado sola, no la dejaría. Aquella mujer, de cabellos color sol, ojos de pena ámbar. Sostenía en sus brazos a la pequeña criatura que había sido el último vínculo entre ellos, y sentía una mezcla de amor y miedo. No podía cerrar los ojos sin sentir que los recuerdos se escapaban, que la sonrisa de su madre se desvanecía en la penumbra. El último suspiro, fue su condena, su perdición, su prisión.

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