Lágrimas.

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No quiero cambiar el pasado o saber el futuro, hoy viviré mi presente con todo lo que con ello trae. Cada momento feliz y cada momento triste. Cada carcajada soltada o cada lágrima derramada.

Notas cómo te arden las mejillas, cómo dejan un insignificante y apenas visible rastro en tu mejilla colorada. Los ojos rojos e hinchados. Con cada respiración sientes que tus pulmones retienen menos aires en ellos, sientes que te ahogas.

Todo tiene que pasar, al menos una vez en tu vida. No siempre puedes controlar tus sentimientos, no puedes decidir cuando vas a sentir una cosa u otra completamente distinta de la anterior.

Caricias, besos, sonrisas, abrazos. Todos duelen. Puede que no te percates de todo el mal que pueden llegar a causar. Quizá esto duela más que un puñetazo, una patada... Todo es igual de dañino.

Depresión. La depresión viene y va, más viene que va. Un día puedes encontrarte en lo más alto de la montaña y, al segundo siguiente, encontrarte cayendo y no ver el final. No tienes paracaídas, no tienes nada que te sujete. Sabes que dure lo que dure tu caída, el golpe será desmesurado.

Cuanto más te acercas al final es cuando empiezas a ver toda tu vida pasar. Ves todos los malos momentos y todos los buenos que llegaron tras los malos.

Te acercas, más y más. Te preparas para el golpe, un golpe que nunca llega, has sido salvado de la mayor caída de tu vida. Rompes a llorar, esta vez de alegría. Es en ese momento en el que empiezas a ver la vida con otros ojos. Te dices que la única razón por la que llorarás será de emoción, que aprovecharás cada segundo como si fuera el último, que ya has probado el fondo y no te gusta como sabe.

Memento mori.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora