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1993
En un pueblo tan chico como el suyo, Choi Seungcheol, no podía evitar estar al tanto de las conversaciones que compartían la señora Kim con su madre ;sobre todo, aquellas que implicaban gente nueva en el barrio. Aquella noticia sobre una nueva familia no le hacía levantar la ceja del interés, pues, pasaba casi en todos los veranos. Todos los ancianos y familias de los alrededores se emocionaban por conocer a nuevas caras, para que al final, solo fuesen citadinos que se asustarían a la primera que se encontraran con un grillo o una rana.
— Cheollie, ven. — Gritó su madre desde las escaleras.
— ¿Qué? — Le respondió con pereza desde la conformidad de su cama frente a un ventilador.
— ¡Solo baja y obedece a tu madre! —
Con esas palabras dichas, se resignó y se despidió de su ocio ... Odiaba los "favores" de su madre en días tan soleados de verano.
— ¿Qué pasó? — Le volvió a hablar frente a ella y la anciana Kim.
— Necesito que me traigas algunos mariscos frescos del muelle porque vamos a invitar a los nuevos vecinos a cenar. — Su madre se veía emocionada - como en todos los veranos - tenía los pómulos en alto y el cabello recogido (una clara señal de que ansiaba cocinar).
— ¿Tiene que ser ahora? — Intentó persuadirla al ver ante el ventanal el sol infernal que los asechaba esa tarde.
— ¡Sí, hijo! Sabes que los mariscos demoran en limpiarse. —
Temía escuchar esa respuesta.
— ¡Bien! — Fue lo que le quedó decir.
— Hijo, trata de ir bien peinado... Capaz te encuentres alguna sorpresa por allí. — Dice la mayor al ver salir a su madre.
La anciana Kim se veía sospechosa. Sospechosa en el sentido que tenía una mirada pícara y una sonrisa socarrona... no sabría descifrar el significado, pero esperaba que fuese algo bueno.
— ¡Toma! Ahora sí, anda y ponte una gorra que no quiero que te aparezcan pecas por el sol. —
Con el dinero en sus manos, la pereza de su lado y una gorra ridículamente fucsia sale.
Si fuese un buen día de verano, Seungcheol, iría hacia donde Seokmin y ambos montarían bicicleta hasta el monte tras el pueblo e irían en picada de regreso como una competencia, a veces, alguno de ellos se terminaba dando una buena golpiza pero era divertido. En un lugar tan rústico como Guimblo lo más interesante en verano era ver alguna gaviota peleándose con un pescador o los fuegos artificiales en cada año nuevo. Pero como no era un buen día de verano, solo podía sentir el asfalto de las calles quemarle la suela de los pies y escuchar a los mosquitos zumbar.
— ¡Necesito ayuda! —
Sus pies paran.
Un grito se asomó en su lento andar y volteó de lado a lado, apenas iba a mitad de camino, no había prácticamente nada a su alrededor... Que extrañ-
— ¡Ey tú! ¡Ayuda! —
Vuelve a mirar a su alrededor. No había nada. Además de él, su gorro enorme y los arbustos de su costado no veía a nadie más.
— Grandulón. ¡Arriba! —
Con ese apodo y su cabeza dirigiéndose hacia la voz al fin logra dar con la dueña.
— Necesito que me alcances ese frasco que está al pie del árbol. —
Seungcheol no sabe cómo reaccionar ante la orden, sus pies había quedado inmóviles , sus ojos parecían ni parpadear y sus labios soltaron un pequeño suspiro. Como si el calor que estuvo quemando sus hombros todo este tiempo, fuese disuelto con una pequeña brisa fresca y fría. La chica de cabellos castaños y ojos ámbar le habían parado el tiempo y el corazón en el sentido más literal de la palabra... estaba embelesado tanto en alma como en mente.
— ¡No te quedes allí parado, avanza! — El segundo grito de la chica fue lo suficientemente duro como para regresarlo al presente y moverse en automático. — ¡Dios! Al fin. ¡No te muevas! Aún necesito de tu ayuda. —
Sin saber qué hacía la chica, no se atreve a hablar hasta verla realizar su tarea.
— A la cuenta de tres: Uno, dos y ... ¡Tres! — Como si hubiese roto la barrera del sonido. Resonó la tapa del frasco chocando con este de golpe. — ¡Listo! Ahora ten el frasco y no planees robártelo. —
Volviendo a seguir sin objeciones a las ordenes de la chica de ojos bonitos, la ve bajar por el árbol y sonreírle con su mano extendida. Además de poder observarla con mayor atención: Sus ojos eran ámbar o casi pardos, su piel se veía levemente dorada por el sol, sus cabellos castaños tenían pequeños reflejos dorados y sus mejillas y nariz estaban rodeadas de pecas.
— Gracias por tu ayuda, amigo. — Él al ver la mano solo le entrega el frasco y ella al instante ríe. — Te estaba saludando, aún no quería mi frasco. —
— Oh. Lo siento. — Sus orejas se empezaron a colorear que evita cruzarle la mirada.
— Igual gracias por ayudarme y no robarte mi escarabajo. Al miedoso de mi hermano ni siquiera habría podido tener el frasco sin temblar.—
¿Escarabajo? Al haberse quedado como un tonto anonadado por la chica en frente suyo, ni siquiera, fue capaz de ver lo que contenía el frasco.
— No fue nada. —
El día de hoy específicamente a las cuatro de la tarde, Choi Seungcheol, estaba actuando de la manera más introvertida posible, siendo él, la persona más extrovertida y ruidosa de sus vecinos.
— Y... ¿Este no es el momento en el que me preguntas por mi nombre y te presentas? — La castaña se veía segura y sonreía demasiado para su gusto- en el sentido- que apenas podía sostenerle la mirada.— Bueno, capaz eres tímido, comenzaré yo: Mi nombre es Yoon Yoonah. —
— Soy Choi Seungcheol, un gusto. — La chica le volvió a extender la mano y esta vez la tomó.
— Espero volver a encontrarte cuando quiera atrapar bichos para asustar a Jeonghan. — Con esa broma, ella se despidió y fue corriendo en dirección contraria a la suya.
Sus manos estaban tibias.
La brisa había desaparecido y con ello los nervios de su cuerpo.
Yoon Yoonah era la sorpresa más inesperada y etérea que se le pudo cruzar en el camino. Sin duda, hoy había descubierto dos cosas: La señora Kim tenía razón en sus palabras y que las pecas en las mejillas en realidad eran tiernas.
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App para corazones heridos en busca de ternura (BL/ SEVENTEEN)
RomansaTenía cuarenta y siete años y se sentía lo suficientemente mayor como para recordar quien fue su primer amor... ¿O tal vez no?