CAPITULO V. EL VIAJE

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El señor White creyó que encontraría a los dos jóvenes más relajados por su ensayo del día anterior, pero al verlos el doble de tensos y cortantes, sintió el impulso de sacudirlos hasta hacerlos entender su error.
—¿Me van a decir qué sucedió ayer?
—En cuanto a eso —dijo Elizabeth, ansiosa por decir lo siguiente—: No puedo trabajar más con Mathew. Insultó la memoria de mi hermano y... Quiero que me sustituyan. Coloque a Charlotte en mi lugar o algo.
—Señorita Elizabeth, usted no tiene derecho a decirme a quién puedo contratar y a quién no —refutó el señor White—. Estoy harto de esta situación. No me interesa qué hizo el señor Garner, sólo quiero que hagan el maldito dueto sin que parezca hecho por dos hombres de hojalata. Pero, si Mathew está de acuerdo en que usted renuncie al puesto del dueto, estoy dispuesto a hacerlo. ¿Quieres que la señorita Elizabeth abandone el dueto?
Matt estaba en extremo nervioso por responder. Pero tampoco quería demostrar su temor al pensar que Elizabeth pudiera dejar el dueto. No podía imaginarse trabajando con otra persona que no fuera ella. Y estaba muy arrepentido de lo que había cometido el día anterior. Sin embargo, no iba a dejar que Elizabeth tomara la situación e hiciera lo que quisiera. Él tenía derecho a retenerla en el dueto si podía.
—Si Keira no me acompaña en el dueto, es mejor darlo por cancelado, señor White. Yo no pienso continuar si ella no forma parte del dueto. De hecho, si ella no forma parte del dueto, renuncio.
—¡Tan orgulloso como siempre! —exclamó el señor White—. Siempre me he preguntado de quién lo heredaste. El dueto no puede cancelarse, ni mucho menos tu asistencia. Ya he firmado con la televisora y aceptaron transmitir bajo el eslogan de: "El debut de Garner en América". En todo caso, si renuncias, me veré en la posición de despedir a la señorita Elizabeth, ya que gracias a ti —miró a Elizabeth—, es que la promesa de la música amenaza con irse de mis manos. Estoy seguro que será fácil recuperarlo si ya no trabajas aquí.
Elizabeth quedó muy impactada para cualquier articular palabra. No le veía lógica a la idea de ser despedida para después contentar a Matt.
—¿Cómo puede despedirme si tengo años trabajando aquí? —preguntó incrédula— Él no tiene ni un mes aquí. Mi propio hermano sacrificó su vida para que yo tuviera un lugar en el mundo de la música y ahora... ¿Se da cuenta de lo que me afectaría una renuncia tan abrupta, señor White?
—No te despedirá —dijo Matt—, porque entonces nunca volveré a pisar esta orquesta. De hecho, si me preguntan cómo fue mi experiencia trabajando aquí, diré que fue deplorable. Escuche, señor White, usted no va a arrojar a la basura el futuro de una joven tan talentosa como Elizabeth. Piense en su hijo Charlie, quien fue a servir para que en un futuro su hijo no sufra por la inestabilidad del mundo, ¿No se da cuenta que el hermano de Elizabeth hizo lo mismo por ella y ahora lo quiere estropear?
El señor White quedó pensativo, analizando la situación. Y qué situación tan más extraña. Elizabeth quería dejar el dueto pero continuar en la orquesta, pero Matt se rehusaba a continuar con alguien más.
Elizabeth estaba enredada y contrariada tanto en emociones como pensamientos. ¿Acaso Matt la defendió? ¿El mismo Matt que la hacía de menos ahora ponía las manos al fuego por ella? Por un momento, sintió que no podía renunciar al dueto porque entonces la despedirían. Y bajo ninguna circunstancia quería estar desempleada en medio de una crisis como la que se estaba atravesando en ese momento. Además, si la despedían, la vida que su hermano Alfred sacrificó por ella habría sido en vano.
—No renunciaré al dueto —terminó diciendo—. No lo hago ni por ti, ni por el dinero, lo hago por mi hermano Alfred.
—Al parecer debo ser el mediador de sus pleitos —dijo el señor White, ya harto de los dos—. Mathew, ¿Has pensado en ir a tu casa en Hanford este fin de semana? Tal vez eso te ayude a relajarte y recuperar inspiración.
—Lo pensaré...

Elizabeth regresó al ensayo de orquesta cuando el de dueto terminó. Francamente, intentó borrarse de su mente el tema del dueto y de Matt, pero al recordar que la defendió y la quería en el dueto, no hacía más que pensar: ¿Por qué? ¿Por qué la defendió tanto? ¿Era la culpa por haber leído la carta de su hermano sin permiso? Es que Elizabeth encontraba algo más que remordimiento en sus acciones. Veía una pasión acalorada a la hora de hablar y una convicción ya sin tanta arrogancia como al inicio.
—Te veo distraída —dijo Charlotte en un descanso—, te tocaba a ti voltear la página de la partitura.
—Si supieras lo que pasó —dijo Elizabeth—. Ha sucedido tanto en tan poco tiempo que ni siquiera he podido contártelo de lo apresurado que ha ido todo. Digamos que...
En eso, Matt entró al ensayo de Orquesta. El señor White le preguntó:
—¿Cómo va la ópera 66?
—Sabes que tengo todo controlado.
—Menos el tempo —repondió—. Muy apagado en momentos. Debes ensayar hasta volver a ser el joven pianista que cautivó Bruselas.
—Seré mejor —y cambió de tema—. He venido para hablar personalmente con la señorita Elizabeth. ¿Puede salir conmigo al pasillo?
El señor White hizo un gesto a Elizabeth para que saliera, temiendo lo peor como otro pleito. Pero los dejó salir.
—¿Y bien? —preguntó ella, un poco tímida.
—¿Ha escuchado lo que dijo el señor White de irme a Hanford un fin de semana?
—Sí.
—¿Y qué opina?
—Que ojalá a todos nos diera vacaciones por igual. Pero es que El Solista Estelar merece más descanso que los que tenemos años aquí —dijo. No sé veía molesta, sino sarcástica.
—Respecto a eso. No sé si usted sepa, pero tengo una hermana, que es menor que yo. Siempre ha sido muy tímida y le cuesta entablar conversación o crear amistades.
—No veo a dónde quiere llegar con eso.
—La invito, con todo respeto, a la esposa e hijo de un amigo mío que sigue en Europa y a usted, para que me acompañen a Hanford este fin de semana.
Elizabeth se quedó sin habla. ¿Qué debía responder?
—¿Quién es la señora que me acompañará?
—Se llama Jeannette White, esposa del hijo del señor White, Charles White. Charlie no ha regresado desde que la Guerra inició, y esto ha deprimido a la pobre señora White. Pienso que usted y ella serán buenas amigas y una buena influencia para mi hermana Greta.
—¿Cuántos años tiene tu hermana?
—Dieciséis. ¿Acepta?
—¿Me promete que para el lunes estaremos aquí?
—Se lo prometo. ¿Entonces...?
—¿Nos iremos en tren o en coche?
Matt sonrió ante aquella respuesta. Le gustaba la audacia de sus respuestas.

La Sinfonía de tus ojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora