CAPITULO IX. EL INTERROGATORIO

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Greta recibió a su hermano con la misma cantidad de besos y abrazos que el día que regresó de Los Ángeles. Luego se dirigió a las damas, dijo su nombre y estrechó sus manos, encantada de conocerlas. Después saludó a Jim, quien quedó maravillado con la gentileza de Greta y con quien quiso jugar en el jardín enseguida.
Greta quería seguir platicando con las invitadas, pero cuando escuchó el constante sonido de un bastón golpeando el suelo, supo que lo mejor era retirarse a jugar con Jim porque, ciertamente, el señor Garner no era alguien que fuera tolerante con la hiperactividad de los muy jóvenes.
Un poco apenada y con la mirada baja, se retiró y dió entrada al siempre serio señor Garner.
—Qué grocería de Greta al no pedirles que entren a la casa —dijo el señor Garner, una vez que Matt presentó a Jeanette y a Keira.
—Es que nos hemos quedado admirando tan bello jardín —dijo Jeanette.
—Ya tendrán mucho tiempo para eso —respondió él, de forma tajante al cumplido—. El almuerzo está listo.
Matt estaba un poco avergonzado por la manera tan seca en que su padre los recibió pero si quería tenerlo contento debía evitar toda discusión.
Todos se sentaron en el gran comedor de madera preciosamente tallado y decorado con velas, plantas y servilletas. Keira nunca había visto una mesa tan más larga: "una pata de esta mesa debe ser más pesada que un piano" pensó. Y como no podía ser de otro modo, Keira se sintió un poco intimidada con la frialdad del señor Garner. Inclusive se preguntó si en verdad ese era el tan aclamado señor Garner, porque no tenía pinta de alguien que disfrutó su juventud haciendo lo que más amaba. Ese señor ni siquiera parecía tener corazón. No podía comprender cómo pudo amar a su mujer y se preguntó si amaba a sus hijos. "Con ese padre tan inflexible, también yo hubiera abandonado mi hogar" fue su pensamiento.
Lo que Matt no sabía, es que su propio padre se encargaría de sabotear su fin de semana, ¿por qué? Porque quería ponerlo a prueba una vez más antes de añadirlo nuevamente al testamento. Por eso se encargaría de realizar un interrogatorio un poco... peculiar.
—¿Cómo ha ido tu vida ahora que has dado una segunda oportunidad a la música? —preguntó el señor Garner.
—Creo que te mentiría si te digo que todo va estupendo. Pero he logrado vivir cada día acercándome más a la estabilidad.
—¿No te han dado arranques de abandonar todo y marcharte a algún otro lado? —preguntó su padre apenas recibió una respuesta—. Había apostado a Greta que no durarías más de un mes en tu nuevo empleo. Y aposté un dólar más a que tu próxima travesía iba a ser en Nueva York, ya que fracasaste en Los Ángeles...
—Creo yo, querido padre, que esos días de juventud y sueños ya han terminado. De modo que no le veo sentido a tener que estarlos reviviendo. Después de haber conocido el hambre, el estrés y la pobreza, puedo asegurar que la estabilidad va antes que la felicidad.
—Deja de lado tus discursos, Matt —interrumpió el señor Garner—. ¿Me estás diciendo que no te han quedado ganas de ser... qué era... relojero? —soltó una gran carcajada— Hijo mío, es que yo no sé de dónde sacaste que podías vivir de eso.
—Así como viviste de la música —dijo él, ya avergonzado—. Pero como ya he dicho anteriormente, esos días ya han quedado en el pasado y es inútil revivirlos.
—Sí, es inútil revivir esos días de insolencia y ego, pero quiero que los invitados tengan aquí presente que en esta casa toda orden que sale de mi boca se deberá cumplir —y añadió con un tono aún más severo—. Mi hijo ha sido la muestra, de que todo aquel que me desobedece, termina encontrándose con la desdicha. Puedo ser amable con mis invitados, pero no admito que aquí no se haga nada sin que yo lo autorice primero...
El señor Garner lanzó una mirada a Keira, como exáminandola.
—¿Cómo ha dicho que se llama, señorita?
—Keira.
—Su nombre completo.
—Keira Elizabeth Bullet.
—Bullet, Bullet, Bullet. No me suena ese apellido por ningún lado... ¿de San Francisco, cierto?
Keira asintió.
—No me digas que eres hija de aquel inversor que perdió todo en la Gran Depresión —la miró atónito—. No me lo creería.
—Pues debería creerlo —respondió ella con una sonrisa fingida.
—Si me lo creyera, me ofendería el cómo pretendes venir a sentarte en mi mesa como si fuéramos iguales. ¿Qué hizo tu padre? ¿Recuperó su fortuna?
—Por más que luchó, no pudo volver a lo que era antes. Lo poco que pudo ganar lo usó para ahorrar para el futuro de sus hijos.
—¿Y a qué se dedica, hoy día su padre?
—Es maestro de historia —dijo ella, observando cómo él pasaba de estarse burlando a sentir desagrado—. Es maestro en un colegio privado, y aunque la paga es muy buena, simplemente está muy alejado a esos antiguos días de lujos.
—No me platique más de su vida —dijo él, como si estuviera muy asqueado como para seguir escuchando. Volvió a su tono autoritario—. No entiendo. ¿Qué no habías dejado los días de pobreza, Matt?
—No entiendo qué tiene que ver —cuestionó Matt.
—¿Por qué te sigues relacionando con gente de... clase inferior?
Keira supo que el señor Garner ya se había tardado en decir algo respecto a su posición.
Matt se sintió profundamente indignado. Podían hunillarlo a él haciéndole recordar su error del pasado, pero no permitiría que su padre insultara a Keira de ninguna manera. Se puso de pie rápidamente, listo para decirle que ella era su compañera de trabajo, pero recordó la promesa que había hecho al señor White.
Jeanette también estaba al tanto de todo, por lo que el señor White le pidió que cada vez que viera a Matt tener un altercado con su padre por culpa de Keira, tuviera que intervenir.
—No es justo que hable así de la señorita Bullet, señor Garner —dijo ella con voz dulce—. Sobre todo porque mi pequeño Jim la quiere tanto.
—No veo qué tiene que ver con su hijo —dijo el señor Garner.
—Porque la señorita Bullet es su niñera —dijo Jeanette sin más.
Keira estuvo a punto de desmentirlo, pero por debajo de la mesa Jeanette le apretaba la mano para que le siguiera la corriente—. Y, no quisiera que Jim perdiera el respeto por su niñera si oyera esos cuentos de que ella es inferior por sus orígenes.
—Sin embargo, es bueno que vaya comprendiendo sobre las clases sociales —dijo el señor Garner.
Pero ya el daño estaba hecho, si el señor Garner veía a Keira como inferior, ahora su concepto sobre ella se había rebajado al de una simple criada.

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