11. Un romance escondido

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Llegaron juntos cada uno en su bicicleta. Mientras más se aproximaban a la imponente mansión, una preocupación latiente en el corazón de Keira se hacía más grande cada que se acercaban más a la mansión Garner. Y cuando estaban lo suficientemente cerca para poder observar al señor Garner sentado en la entrada de la mansión tomando el sol como de costumbre, Keira no pudo hacer nada más que frenar y disculparse con Matt.
—Es imposible que ese señor me quiera para ser tu pareja, Matt —dijo en voz baja para no ser escuchada.
—Háblemos de esto en la biblioteca, debe de haber un modo para convencerlo.
Pero para sus adentros, Matt predecía que su padre reaccionaría igual que cuando se fue a Los Ángeles a intentar cumplir su sueño: con desprecio y cortando todo lazo con él.
El señor Garner observaba a los enamorados, haciendo un esfuerzo por querer escuchar su leve conversación y por leer sus rostros para ver algún índice de algo que él jamás aprobaría. Conocía a Matt, tan rebelde y arrogante; siempre creyendo que actuaba fiel a sí mismo, aunque el mismo tiempo siempre se encargaba de decirle que había obrado mal. Ya había recuperado a su hijo nuevamente, después de vivir por años fingiendo que jamás había tenido un hijo varón. No volvería a perder al heredero de su fortuna y legado a manos de una trabajadora de familia corriente que en su momento sufrió de la peor de las humillaciones por los medios al perder su fortuna. Se le debía de ocurrir alguna idea rápida para encarrilar a Matt por el buen camino, y debía de actuar rápido ya que los visitantes se marchaban de Hanford al día siguiente por la tarde.
Cuando Matt y Keira se acercaron a la entrada del lugar, el señor Garner se marchó hacia su despacho, preparado para llevar a cabo su más reciente proyecto.
Matt guió a Keira hacia la biblioteca, ya dentro aseguró la puerta, fue hacia un mueble lleno de vinilos y tomó uno de Edith Piaf. Lo colocó en el tocadiscos, bajó la aguja y la música comenzó a sonar.
—Así no escucharán nuestra conversación —dijo Matt—, pero procuremos no alzar la voz.
—Matt —dijo Keira un poco dudosa—, ¿No has visto las miradas que hace tu padre cada vez que me ve? ¿No crees que lo mejor sería ser fuerte y dejar en el olvido estos sentimientos?
—Sé que temes por tu carrera profesional, y tienes todo el derecho de hacerlo, mi dulce Keira. Escúchame, mi padre está bastante enfermo. Nunca sale a ningún lado por miedo a enfermarse aún más. Sus pulmones están tan débiles que el menor esfuerzo lo hace resollar horriblemente. Y con esta enfermedad, él tiene la presión de convertirme en una versión de él antes de que fallezca (que ojalá no sea pronto). A lo que voy, es que debemos demostrar que yo me convertiré en lo que él siempre ha deseado. Le obedeceré y actuaré conforme yo crea que sean sus deseos. Llegado el momento de que gane su confianza, respeto y admiración, haremos público nuestro noviazgo. Greta nos apoyará y no creo que mi padre quiera tener a sus dos hijos en contra, así que terminará aceptando. Es cuestión de que estés dispuesta a mantener oculta nuestra relación por unos pocos meses. ¿Aceptas?
Keira no era una chica que soñara con una relación ídilica como en las novelas o el cine, pero tampoco hubiera imaginado que su primera relación amorosa sería del tipo romance prohibido. Y si algo le quedó de la Guerra, era a no perder el tiempo ocultando tus deseos y a actuar de inmediato al momento de buscar tu felicidad. Sí, ella conoció a chicas de su edad que se comprometieron en cuestión de minutos y se casaron en cuestión de días antes de que su enamorado partiera a servir. Y con esa prisa se casaban; con esa prisa enviudaban. Pero ya no eran los tiempos de guerra. La guerra ya había acabado. Sin embargo, Keira se había acostumbrado vivir siempre deprisa y sin reprimirse porque no sabías cuándo sería tú último día. Oh, le era tan díficil aceptar el plan de Matt. Había que ponerse en el lugar del pobre Matt para comprenderlo. Su fracaso de seguir sus sueños en Los Ángeles, la humillación de la derrota ante su padre, y la doblegación a la que estaba sometida por éste mismo para moldearlo a su imagen y semejanza. Keira sabía que si Matt ahora hacía un movimiento en falso con su padre, se encargaría de arruinarles la vida a ambos.
Tras dos canciones dramáticas de Edith Piaf, Keira respondió con firmeza:
—Acepto lo que propones. Mantendremos lo nuestro en secreto, hasta que él esté lo suficientemente orgulloso de ti.
Matt sonrió de oreja a oreja, le tomó sus manos y las besó en un gesto de agradecimiento, respeto y sobre todo: amor.

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⏰ Última actualización: Jun 01 ⏰

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