CAPITULO VI. ALFRED

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Matt llegó del trabajo y le dió a la ama de llaves la carta a su amigo para que pudiera enviarla. Acto seguido se dejó caer en su cama tendida. Se sumergió en un mar de pensamientos, donde la principal protagonista era Elizabeth, o, "Keira" como le gustaba decir para desatinarla. Se notaba que estaba acostumbrada a que solamente su hermano podía llamarla así.
<<Debo escribir a mi padre para que no le tome de sorpresa nuestra visita>> y se sentó en el escritorio. El escritorio daba a la ventana enfrente de la calle.
El señor White no vivía en el centro de San Francisco, pero sin duda vivía en alguna de las avenidas principales. Así que lo único que Matt tenía a la vista era la casa de enfrente, y si se asomaba por debajo, a los coches pasar en la calle y a la gente caminando en la acera.
Escribió la carta a su padre, haciéndole saber los detalles de llegada. Así como le escribió otra carta a su hermana, hablando de lo mucho que le gustaría Elizabeth, Jeannette y su hijo.
Volvió a llamar a la ama de llaves para que llevara la carta a la oficina de correos para acelerar el proceso de su llegada. La despidió, cerró la puerta y como por impulso, se asomó a la ventana abierta. Estaba comenzando a chispear y estaba por cerrar la puerta, cuando divisó una figura delgada sosteniendo un estuche. Apareció de entre los edificios y se detuvo enfrente de su casa. Ella sintió su mirada, volteó hacia arriba y le exclamó:
—¿Puedes abrir antes de que me alcance un chaparrón? —señaló con la cabeza hacia la las nubes de lluvia que se aproximaban.
—Es que creí que venían contigo —dijo él entre risas. Cerró la ventana y bajó corriendo para ser él quien abriera la puerta y la recibiera.
Un maratonista le quedó corto en términos de velocidad. Fue a la cocina con prisa y le dijo a la cocinera:
—Prepare café y añada un plato más para cenar.
Ahora sí, abrió la puerta y la invitó pasar.
—Creí que hoy no habría ensayo... —dijo él, tanteando el terreno, temeroso de que volviera a alterarse.
—Cuando no tienes contactos, ni fortuna, lo mejor para tu carrera es permanecer profesional en cualquier situación —dijo ella, con una seriedad un poco fingida—. Más que ensayar, quiero platicar con calma frente a la chimenea, sobre mi hermano Alfred. El señor White lo conoció, pues era Alfred quien fue llamado a unirse a la Orquesta.
Matt la miró con un poco de confusión. El señor White nunca le había platicado de Alfred. Y él tampoco recuerda haber conocido a un Alfred. Desde luego ese tal Alfred era más joven que él si se fue a la Guerra siendo menor de edad. Matt tenía más de veinte años cuando la Guerra comenzó. Pero estaba muy seguro de nunca haber escuchado sobre un Alfred George Bullet.
Pidió a Elizabeth que se sentara. El café no tardó en llegar y Elizabeth sacó más cartas de su estuche.
—Pregunta cualquier cosa sobre él —dijo ella.
—¿Por qué dijiste que él sacrificó su vida para que tú estés trabajando en la música?
—Verás, son varias razones. Todo comienza desde que él nació varón y yo no. Mi familia solía ser adinerada, pero con La Depresión mi padre lo perdió casi todo, salvo unos pocos ahorros que serían para enviar a Alfred a Europa para que estudiara música. Así como hicieron contigo, mis padres también querían que mi hermano comenzara su carrera musical en Londres. Pero, aunque ambos fuimos instruidos en el camino musical, la verdad es que a él le atraían otros temas. Entre esos temas, todo lo referente a los barcos y el mar. Él soñaba con ser dueño de su propia embarcación. Desde luego mis padres no lo aprobaban, ya sabes, por la imagen tan desaliñada y la fama de borrachos que tienen. Pero lo desaprobaban aún más, porque el convertirse en marinero en un tiempo tan turbio como lo fue el ataque a Pearl Harbor, le aseguraba la muerte.
>>Y te has de preguntar, ¿Qué tiene todo esto con el sacrificio que mencioné? Has de ver, que gracias a La Depresión nos fuimos en bancarrota. El único futuro asegurado era el de Alfred, quien si no hacía una carrera no podría sostener un hogar, porque nuestra herencia se redujo a casi nada. En cuanto a mí, por ser mujer, mis padres supusieron que a los dieciséis años me casaría y no necesitaría una carrera para sobrevivir. ¡Qué equivocados estaban! Yo estaba que lloraba todas las noches porque quería estudiar en Europa tanto como mi hermano quería ser marinero.
>>Y Alfred no era ajeno a esas peleas que tuve con mi madre cada vez que yo intentaba convencerla de que no me buscara pretendientes, pues yo no pensaba casarme. Un día, escapé de casa a los quince años. No soporté más el día que el señor White fue dar una clase al Conservatorio de San Francisco. El señor White quedó fascinado con el talento de mi hermano para la flauta y le invitó a qué cuando terminara de estudiar, se uniera la Orquesta Sinfónica de San Francisco.
>>Cuando escuché a mi madre presumiendo esa noticia a sus amigas, hice mis maletas, caminé a la estación de tren dispuesta a irme hacia Arizona con mis tíos. Tenía quince años, no sabía lo que el futuro nos traía como nación. Aún así, estaba llorando en la banca, esperando que tal vez, pudiera cumplir mi sueño en Arizona. Cuando me encontré con Alfred, y me dijo: «Regresa a casa. Sería difícil para nuestros padres perder a sus dos hijos en el mismo día. Así como lo escuchas, me voy a Europa, pero no para estudiar música. Me enlistaré con un nombre falso. No pude conseguir la aprobación de mis padres. Pero eso no importa. Después de Pearl Harbor, Estados Unidos no piensa quedarse con los brazos cruzados, así que reclutará a todos los que pueda. Usa el dinero destinado a mí para que estudies y cumplas el sueño que tanto has defendido. Con el llamado a los hombres para servir, tal vez sea más fácil que te acepten en una orquesta. Busca al señor White de la Orquesta Sinfónica de San Francisco, pídele que te deje audicionar en mi lugar. No te rechazará, siempre y cuando ya hayas terminado tus estudios. ¡Adiós!».
Matt quedó maravillado al oír la historia de Alfred. Era tan similar a la suya. No pudo identificarse más, y aún así, no pudo evitar sentirse apenado. Alfred luchó hasta la muerte por su país, en cambio él regresó arrepentido a su casa.
—Y tu hermano, ¿Tuvo tiempo de casarse o...?
—Él era muy tímido y reservado con las mujeres —comentó ella—. Sin embargo, conoció a una mujer antes de dejar Londres. Deja te leo de ella en esta carta:

«¡Lily es la mujer más exquisita que podrías conocer! Su energía puede asustarte al inicio, pero su plática tan avivada ha calmado un poco mi angustia de dejar Londres. La conocí cuando, por mera casualidad caminaba por las calles a modo de despedida. No supe dar con los demás y me perdí. Tuve suerte de que ella, Lily Montgomery, estuviera en mi rescate. No solamente me guió a mi senda, sino que me acompañó. Ya tenemos más de una semana charlando y escribiéndonos. Mas no he tenido el valor de decirle que me marcho en quince días. ¡Aún desconozco lo que se trama, pero en caso que no regrese, haz el favor de escribirle a su dirección, M... Street...»

—¿Le escribiste? —preguntó Matt, lleno de curiosidad.
—Hay una mancha en la carta que no me deja leer bien el nombre de la calle —dijo ella con desánimo—. Aunque lo tuviera, no creía tener el valor de hacerlo. Además, qué tanta razón tuvo mi hermano, esta fue la última carta que recibí, la que leíste la otra vez, ¿Recuerdas?
—Si esta pregunta es muy dolorosa la puedes omitir. ¿Qué tan seguros están de su muerte?
—Es definitivo —respondió con los ojos asomándose en lágrimas—. Estuvo desaparecido por bastante tiempo, pero después fue encontrado. Yo me negaba a que fuera él, pero cuando lo examinaron y encontraron un diminuto barco de juguete que papá talló en su niñez, no había lugar a dudas que se trataba de mi único hermano, Alfred George Bullet. Desde ese día, mi madre creyó volverse loca y enferma de los nervios. Mi padre se refugió en sus libros y clases de historia. Y yo..., Me refugio en el trabajo que pudo haber sido de él si no hubiera rechazado los planes que tenían para él.
—A veces —dijo él—, nuestros padres quieren decidir nuestra vida por nosotros. Y nosotros, jóvenes inexpertos, creemos que lo hacen porque quieren vernos infelices, sin saber que su motivo es la seguridad. Ellos vivieron la otra Guerra, vivieron la Depresión y lo último que quieren es que suframos su misma inestabilidad del pasado. Pero nos damos cuenta muy tarde.
—Yo creo que Alfred, si estuviera vivo, volvería a hacer lo que hizo —dijo Elizabeth con determinación—. Porque para muchos, estar muerto en vida, es peor que la muerte en sí.

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