CAPITULO X. EL FALLIDO ESCAPE

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La propiedad de los Garner evocaba los jardines de ensueño que se describen en las novelas victorianas que Keira gustaba leer en sus tiempos libres. Los árboles frondosos cuyas ramas fuertes servían de soporte para columpios y sus hojas daban sombra al que la necesitara. Era un ambiente tan acogedor y... aún así era imposible sentirse bienvenida después del desaire del día anterior.
—Matt está equivocado si cree que pienso seguir su juego de ser servidumbre —dijo a Jeanette mientras caminaban por el jardín—. No hay nada de malo en trabajar como niñera o institutriz, pero es que no veo el sentido a mentir sobre quién soy realmente.
—Oh, Keira —respondió Jeanette con miedo a que hiciera algo imprudente—. Ahora que has conocido al señor Garner, puedes comprobar que es diez veces más arrogante que lo que la gente cuenta. Lo mejor es no darle ningún motivo para que se moleste. Ya es muy viejo y un altercado podría alterarlo sobremanera. Además de que podría arruinar tu carrera con solo hacer llamar la prensa.
—Eso es lo que me temo —dijo Keira con desánimo—. Matt me puso entre la espada y la pared. Si peleo por mi lugar, me arriesgo a perder mi profesión, pero si sigo callada, no soportaría volverme su burla...
Matt llegó acompañado de Greta.
—Greta las estaba buscando —dijo Matt.
—Creo que el tiempo está perfecto para ir por un helado —dijo Greta muy alegre—. Deberíamos ir para luego presentarles la ciudad.
—Nada nos encantaría más —dijo Keira, ideando un disparatado plan, pero que de ser bien ejecutado podría funcionar—. Dime Greta, ¿está muy lejos? —preguntó— porque no creo que quepamos todos en el coche.
—Puedo poner al pequeño Jim en mi regazo —sugirió Jeanette.
—Tenemos múltiples coches, Keira, no hay problema en usar dos.
—No creo que a tu padre le agrade mucho la idea de que una simple criada como yo ande en coche con mis superiores —objetó Keira—. Prefiriría caminar para estirar mis piernas, o, a lo mucho podrías prestarme una bicicleta.
—¡Cómo podría yo hacer tal desaire a un invitado de mi hermano! —exclamó Greta—. Irás con nosotros en el coche.
Keira estuvo a punto de aceptar, ¿por qué no ver el lado bueno de aquel viaje? Pero con una mirada algo nerviosa, Matt declaró:
—La verdad es, hermana, que cuando a la señorita Bullet se le ocurre una idea, es muy difícil (por no decir imposible) que la puedas hacer cambiar de parecer. Y a mí también me apetece estirar mis piernas, así que ella y yo podemos ir en bicicleta. No, no, no insistas, Greta, yo la guiaré a la heladería y nos reuniremos todos. Ven, Keira, vamos al garage por nuestras bicicletas.
Con una seña le indicó que lo siguiera, y habiéndose apartado de los demás, Keira le reprochó:
—Pretendía andar sola, pero ahora no puedo hacerlo.
—¿Dejarla sola en un lugar desconocido? No sería muy caballeroso de mi parte. Además, ¿cómo pretendías llegar si no conoces el camino a la heladería?
La dejó sin palabras. No quería que sospechara del plan que pasó por su mente, pero, ¿cómo lograría quitárselo de encima para escaparse de aquel lugar?
Se subieron a las bicicletas, y por todo el camino Keira fue analizando todo el recorrido en busca de algun medio de escape. No tenía el suficiente dinero para rentar un carro. Tampoco tenía conocidos en el área que la pudieran recibir... ¡Y de pronto escuchó el silbido de un tren que anunciaba su partida!
—¿Qué fue eso? —preguntó con una sorpresa un tanto fingida.
—Es el tren. La estación debe de estar a pocas cuadras.
Apenas respondieron y doblaron hacia una calle con cruces de vía de tren y del lado izquierdo una estación un tanto pequeña pero con demasiada gente. Todo lo que tenía que hacer Keira era memorizar el camino desde la heladería y tomar un tren a casa.
Keira tuvo suerte que la heladería no quedaba a más de cinco cuadras de la estación.
Matt interrumpió sus pensamientos:
—¿Por qué has hecho esta escena de no querer subir al coche? Tú nunca te pondrías en un nivel inferior a nosotros.
—Jeanette me ha hecho darme cuenta del impacto que tiene tu padre en mi carrera si lo hago molestar. A veces, sólo a veces está bien doblegarse.
—Ésta no es la Keira irreverente que no miedo a enfrentarse a mí en San Francisco.
—Tú tampoco eres el malcriado orgulloso que llegó a la orquesta —contestó con una amplia sonrisa—, bueno, solo un poco. Y ahora que he conocido a tu padre, descubrí que no eres ni una pizca de orgulloso que él.
—Por fin llegaron —dijo Greta en la entrada de la heladería.
—¿Qué sabor elegirás, Keira? —le preguntó Matt.
—De fresa, por favor, vuelvo en un momento.
Hizo como si iba al tocador, pero se perdió entre la gran multitud de gente, pues aquella heladería era un punto muy concurrido por los visitantes y los residentes de aquella ciudad.
Se subió a la bicicleta y pedaleó tan rápido que casi choca desastrosamente con otro ciclista. Llegó a la estación y:
—¿Cuándo sale el próximo tren a San Francisco?
—El tren a San Francisco salió hace veinte minutos —el trabajador miró el reloj—. Son las 9:54 a.m, deberá esperar hasta las 1:40 p.m.
—¡No puedo esperar tanto tiempo! —Exclamó con frustración: ¡La encontrarían!
—No hay nada que pueda hacer —respondió, encogiendo los hombros.
¿Cómo podría esconderse por tanto tiempo? La estación era muy pequeña y sin mucha gente, pues ya se habían subido al tren anterior. No había más remedio que esperar.
Mientras Keira esperaba impacientemente en la estación, sus amistades estaban buscándola con fervor por todo el parque y la heladería. Greta estaba comenzando a tener sus ojos llenos de lágrimas al pensar en que Keira huyó porque no fue buena anfitriona o por las hostiles palabras de su padre.
Matt no soportaba ver a su hermana en ese estado y la convenció de que tal vez se regresó a la propiedad de los Garner porque se aburrió. Greta lo consideró una posibilidad y acompañada de Jeanette con su hijo salieron de regreso a con el señor Gardner.
Ya que habían recorrido la ciudad, para Matt no era un misterioso el dónde estaba Keira. Y dió con ella en la estación antes de que se marchara. Para este encuentro, restaban cuarenta minutos para que el tren volviera a pasar.
Apenas se dirigió a las bancas del exterior, se encontró a Keira intentando cubrirse con una pañoleta para pasar desapercibida. Matt se sentó a un lado de ella y se sinceró:
—Pido las más sinceras disculpas de parte de mi padre...
—Nada esto habría pasado si me hubiera quedado en mi casa...
—Pero no te quedaste. No dejes que un señor con pensamientos del siglo pasado te íntimide.
—No me íntimida en lo más mínimo —atajó—. Yo no estaré donde me denigren, eso es todo.
—Estás huyendo. Eso es lo que estás haciendo. Señorita Keira Elizabeth Bullet, no sabía que tuvieras tan poca valentía.
—Valentía y valor son algo que me sobran y por eso decido marcharme.
—¿Serías capaz de dejar a Greta triste porque te fuiste?
—Diles que recibí un telegrama de mis padres y que decidí marchar enseguida o que no me siento bien. Inventa lo que deseas. O que lo invente Jeanette porque se supone que soy su niñera.
Matt no se hacía a la idea de dejarla ir, así que puso sus sentimientos sobre la mesa. Si eso no la detenía, entonces podía dejar que se marchara.
—Si supieras, Keira, que no te puedo dejar ir. Se lo reprocharía a mi padre hasta que la lengua me fallara y abandonaría Hanford en este instante contigo, aunque con destinos diferentes...
Keira hizo una mueca de confusión y él prosiguió con su declaración de amor:
—Si te dejo ir, se va toda la felicidad que me has brindado estos meses. Felicidad que creía olvidada como mi sueño de ser relojero. Tal vez no pude cumplir esto último, pero dime, si puedo seguir formando parte de tu vida, no como tu compañero de trabajo, sino como los confidentes que nos hemos vuelto y los enamorados que me gustaría que nos volviéramos.
De golpe, Keira recibió una dósis de lo que añoraba escuchar de su boca hace tiempo. Palabras de aprecio, admiración y ternura. Ella tenía el don de la facilidad de palabra, pero en ese instante él se las robó. No había nada más que decir. Él le ofreció su brazo para llevarla de nuevo a la mansión Garner. Ya miraría lo que haría con el señor Garner.

La Sinfonía de tus ojos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora