Tuve que poner una expresión severa para que el individuo enfrente de mi me tomara un poco en serio.— Podemos hacerlo por las buenas, o por las malas.
La apunte con el dedo índice dándole más seriedad al regaño, termine bufando al ver como tan rápido dije aquello me dio la ignorada del siglo y siguió mordisqueando la sandalia de mi primo.
— Serán por las malas — murmuré entre dientes girando sobre mis talones.
Me adentre de nuevo a la casa en busca de la correa que había dejado hace unos minutos en el sofá. Regrese a la terraza marcando mis pasos en un intento por causarle algo de miedo. Cosa que no funcionó porque en cuanto sus ojitos cafeses observaron lo que traía entre mis manos no dudó en echarse a correr hacia la playa, conmigo detrás de ella.
– ¡Sizú, vuelve aquí!
Mi golden retriever saltaba de un lado a otro logrando esquivar mis brazos cada que me lanzaba hacia ella haciéndome tropezar más de una vez. Gruñí al recibir varios ladridos divertidos.
Jamás comprendería porque no le gustaba bañarse si casi todas las mañanas se metía a nadar al mar.
– ¡Llevas un mes sin bañarte, sin vergüenza!
Me volvió a ladrar corriendo por la orilla del océano mojándose sus patitas, alejándonos más y más de nuestra casa. Nos volvimos una mezcla de gritos y ladridos que llamaban la atención de los adolescentes que se encontraban por el lugar. Dejé de moverme a toda velocidad cuando las piernas me comenzaron a quemar, me limpié el sudor de la frente con el dorso de la mano respirando pausadamente para recuperar el aliento.
Sizú se detuvo al notar que ya no la seguía, se introdujo a las escasas olas que rodeaban mi parte de la playa salpicando agua por los aires. Enfurruñada con la idea de que tendría que esperar hasta mañana a que estuvieran mi mejor amiga y mi primo para que me ayudaran con mi bola de pelos dorada. Me dispuse a caminar de vuelta a la casa para hacerle una llamada a mi hermano en donde me quejaría por haber criado a un animal tan consentido.
— Que rápido te das por vencida — la voz a mis espaldas me hizo detenerme.
Kaleth se presentó en mi campo de visión junto a un canino de pelaje negro.
— Me cansé de insistir.
— Te veías muy decidida — señaló con la cabeza la correa.
— Fue antes de que me hiciera correr por toda la cadena de playas.
Suspiré viendo de soslayo a mi mascota. Solté un jadeo al verla salir moviendo su cola felizmente mostrando con orgullo lo que le colgaba en el hocico.
— ¡Suelta eso!
Di largas zancadas hasta llegar a su lugar, me incliné jalando el montón de algas que tenía entre sus dientes y ella se fue hacia atrás haciéndome caer en el agua salada. Escupí la arena que se había pegado a mi boca, hice a un lado mis mechones rebeldes de cabello y termine fulminando con la mirada a Sizú, la cual se cubrió los ojos con una patita fingiendo que no había pasado nada.
— Era bañarla a ella, no a ti — Kaleth extendió su mano hacia mi.
— Ya lo sé.
Unos momentos más tarde los dos estábamos en la terraza bañando sin ninguna dificultad a Sizú. Ni siquiera ocupamos la correa. Bastó con que Kaleth se colocara en el suelo para que mi hija perruna se la pasara lamiendo su cara completamente encantada. Aunque el chico de ojos verdes no estaba del todo contento se dejó querer sin rechistar.
Eran alrededor de las cinco de la tarde cuando Mowgli tomaba una buena siesta en el sofá con la lengua de fuera. Los rayos del sol se encontraban cubiertos por un par de nubes como aviso de que el atardecer saldría dentro de poco y la brisa salada se sentía cada vez más. El silencio que nos envolvía se tornaba cómodo al diluirse con el sonido de las olas chocando unas con otras.