Veía a las personas pasar de un lado a otro ensimismados en sus mundos. Los descartaba rápidamente al no ser mis objetivos del día. Volví a meter los dedos en el empaque de Cheetos envolviéndome de polvo naranja y me lleve un puñado a la boca sin despegar mis ojos de la zona principal de la universidad.Consciente de que estaba hundiéndome en una búsqueda a ciegas seguí con la labor. No perdería nada más que mi tiempo. Cosa que me sobraba.
— Fotocopiadora — saludó sentándose a mi lado sin lograr asustarme.
— Te imaginaba en casa — mencione masticando la fritura negándome a verlo.
— Fui a la biblioteca — explicó chasqueando su lengua —. ¿Qué haces aquí?
— Busco.
— ¿Qué buscas? — preguntó con exasperación.
— Algo.
— Mira que con esas contestaciones a veces me pregunto cómo es que me...
— ¡Ahí están! — chillé interrumpiéndolo.
Me levanté de sopetón localizando a dos de los individuos que tuvieron la dicha de arruinar mi primer beso con Kaleth la semana pasada.
— Pon tu cara — le ordené al británico.
— ¿Cuál cara? — ladeó la cabeza.
— Esa, la de asesino.
Arrugó el entrecejo remarcando su mandíbula con los ojos entrecerrados sin entender una palabra de lo que decía.
— Perfecto — casi aplaudo.
Con mayor seguridad entrelace mis dedos con los suyos arrastrándolo conmigo acercándonos a los dos chicos, y le toque el hombro al más fortachón con la punta de mi dedo índice. Si no fuera porque Kaleth estaba a mis espaldas estaba segura de que ya estaría en la otra punta del océano nadando lo más rápido que podía por la mirada que me echo, como si decidiera seriamente si matarme con un arma o sus propias manos.
— ¿Qué quieres? — preguntó con brusquedad.
— Necesito hablar con ustedes — ignore el nudo que se me formó en la boca del estómago.
No estaba acostumbrada a que me hablaran así.
— Largo de aquí.
— ¡Oye! — solté un manotazo deteniendo su empujón —. Me deben doscientos dólares.
La risa ronca que dio me provocó un dolor de cabeza.
— ¿Ah, sí? ¿A ti y a cuantos más?
Me encogí de hombros.
— Pues la verdad no sé en cuantas fiestas te agarres a golpes con él y le tumbes el librero al dueño de la casa — el tono sarcástico que utilice lo molestó visiblemente.
Sus fosas nasales se agitaron, los dientes se le apretaron, las venas de sus ojos se acentuaron, y faltaba poco para que comenzará a bramar como toro.
Se me daba bien irritar a la gente.
— Es tu culpa por armar una fiesta — el chico enfrente de él aportó por primera vez unas palabras.
— Eso no les da derecho a destruir propiedad ajena.
— Pero si que abres camino para que suceda.
Mi buen humor del día se resquebrajó un poquito. El plan inicial era dialogar con ellos con tal de llegar a un acuerdo mutuo. Uno en el que no tuviera que tomar medidas extremas, así que desviando mis ojos de los bolsillos de sus bermudas explaye una sonrisa guardando la calma.