Desperté en un lugar que no reconocía.Me costó un par de parpadeos poder enfocar la vista, restregué ambos ojos antes de suspirar y quité los mechones rebeldes de la cara.
Me despoje de la manta que cubría mi cuerpo del frío de la mañana. La pereza se disipó al notar que llevaba puesta una camiseta que me quedaba enorme. Ostras. Me había acostado con alguien.
Lo que me faltaba, tendría que hacer la caminata de la vergüenza.
Eché un vistazo a la habitación, no tenía muchas cosas, lo que dificultaba identificar aún más a quién pertenecía. Me senté rascándome la cabeza ideando mi escape por la ventana.
La puerta se abrió.
Kaleth pasó por debajo del marco con un montón de ropa en sus manos.
— Me temía que si no despertabas tendría que hacerlo yo — comentó sin bajar la mirada —. Litzy dijo que podía recibir una patada.
Estaba tan perdida que no le contesté.
Lo vi colocar el montón de telas sobre la mesita de noche que se encontraba junto a la cama con sumo cuidado de no desdoblarla. Por más que intente entender cómo es que acabé con el británico no logré juntar el rompecabezas. Menos comprendí en donde se habían metido JJ y Litzy.
Aunque no me quejaba, la verdad.
— Baja cuando estés lista — chasqueó la lengua dispuesto a salir del lugar —. Emmett y tú amiga hicieron panqueques.
— Kaleth — lo llamé antes de que desapareciera de mi vista. Al tener toda su atención me relamí los labios —. ¿En dónde estamos?
Por primera vez desde que lo conozco su usual rostro malhumorado se resquebrajó y por un breve segundo sus facciones se transformaron en consternación, incluso asustándome a mí.
Se aclaró la garganta recargándose en el borde de la puerta.
— Seguimos en Aguamarina, la casa es de un amigo de Emmett.
Entorné los ojos levantándome deprisa casi tropezando con mis propios pies.
— ¡La escuela!
— Son las seis de la mañana, aún hay tiempo.
Me calmé al escucharlo. Mi primera clase era hasta las nueve. Incluso tenía tiempo de sobra para darme un baño.
Aparte los mechones rebeldes de mi cara con un soplido y baje la vista hacia el montículo de telas.
Mi corazón se brincó un latido. Lo volteé a ver.
— ¿La guardaste? — esbocé una sonrisa que me hizo cerrar los ojos cuando él asintió —. Gracias, es mi flor favorita.
No tenía idea cómo es que la amapola que JJ había cortado para mi antes de la fiesta había sobrevivido tras tanto ajetreo. Pero el hecho de que haya tenido el considerado gesto de cuidarla me hizo muy feliz.
— ¿Recuerdas lo que te dije sobre agradecerme mucho?
Tuve que desviar la mirada para que no viera cómo mi cara se tornaba del color de una langosta.