12 | Aguamarina.

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Agosto se terminó como una botella de vino. Y con este el mes de prueba para los de primer año.

Revisé mi teléfono por quinta vez en el día mientras escuchaba atentamente como mis dos nuevas amigas me contaban que su grupito se había disuelto tras la partida de una chica del salón. Dos personas del grupo desistieron de Nautilus.

Aunque era lamentable que no se hayan convencido por quedarse aquí, yo solo podía pensar en los de la lista de espera. Hoy llegarían a ocupar sus lugares y quería morderme las uñas esperando a que cierta persona atravesará el marco de la puerta.

— Te vas a caer — advirtió la chica a mi lado al ver que su amiga se mecía en la silla.

— No lo haré.

Apenas pronunció aquello la gravedad jugó en su contra haciéndola caer de espaldas. El ruido atrajo la atención de todo el salón logrando que la susodicha se volviera roja como langosta.

— Te dije.

Entre risas la ayudamos a ponerse de pie con ella mascullando un sin fin de palabrotas.

— ¿Por qué no solo lo escribes en inglés? — cuestionó una morocha junto a su amiga paradas frente al pizarrón.

— Porque estaríamos generalizando.

— Las clases terminarán y tú seguirás escribiendo en todos los idiomas posibles.

Mis ojos viajaron hacia la superficie blanca en la pared, la palabra bienvenidos estaba escrito desde en alemán hasta en japonés.

— ¿Quién mierda está comiendo?

La voz de Dionne sonó tan potente que automáticamente todos en el aula señalamos al chico sentado al lado de la ventana comiendo tranquilamente atún. Mi amiga no dudó en dar largas zancadas hasta donde se encontraba y colocó sus manos en forma de jarra sobre su cintura.

— Largo.

— ¡Dionne! — Jack-Jack la regañó.

— ¡Apesta el salón!

— ¡Puedes pedirle que salga con educación!

Dionne tomó un respiro hondo cerrando los ojos.

— ¿Puedes comer afuera? — sintió la mirada acusadora de Jacklin —. Por favor.

— No.

Ese monosílabo bastó para que las voces se elevarán hasta el cielo mezclándose en un montón de abucheos.

Podíamos entender a Dionne, parecía que todos los días el chico despertara con ganas de traer la gastronomía más apestosa de cada país. Ya estábamos hartos de eso.

— ¡Silencio! — una voz desconocida sobresalió marcando pausas logrando su objetivo.

— ... que te decolores la axila.

Las miradas cayeron en Malúi, la observaban atónitos por no entender la relación de su comentario con el dilema principal. La rulosa parecía querer cambiarse de nombre y largarse a otro país lo más pronto posible muerta de la vergüenza. Me sentí tan mal por ella que preferí desviar la atención del grupo hacia mí, apenas lo pensé cuando golpeé mi pecho y solté el eructo más largo del mundo.

Nautilus.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora