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Mirabas entrenar al hombre moreno, siempre tan serio, solo los tontos se apresuran en el amor, pero no podías evitar seguir enamorándote de el. No decía nada de su vida privada, agradecías eso realmente.
— Cariño, ¿Seguro deseas que envié las fotos y noticia a la prensa? —El dejo de entrenar para voltear a verte, ambos se habían casado hace un mes casi.
— Si te incomoda no lo hagas —Se quito los guantes para bostezar, lo veías tomar agua atentamente, tu vista se dirigió a el sobre en tus manos, lo sellaste segura, lo ibas a enviar en anónimo.
El era el mejor boxeador del mundo, siempre fue un hombre romántico, claramente a su manera. Ambos caminaban de la mano por las calles en la noche, hablaban de lo que harían estos meses, ya que un ex contrincante de tu esposo pidió una revancha.
— Viajaremos en dos semanas.
— ¿Pero no debes ir en dos meses? —Cuestionaste curiosa, el rio al verte ladear la cabeza con esos ojos tan expresivos.
— Seguiré entrenando allí, pero serán como unas vacaciones para nosotros, la prensa ya sabe, no te sorprendas si muchos reporteros nos sofocan.
— Entiendo —El revolvió tu cabello, bufaste un poco dándole un codazo, el comenzó a reír, sabia que no te gustaba que te revuelvan el cabello.
Tomo tu muñeca para depositar un beso en tu mejilla, dejaste de quejarte para sonreír al instante. Fiera domada, siguieron hablando en el trayecto de su cita, siempre fue así, el adoraba los planes simples y sencillos, tu casi igual, te sentías atraída por lo nuevo, saltar en paracaídas o cosas así, aun recordabas aquel regalo de aniversario.
Tu lo mirabas emocionada mientras mostraba las entradas para tirarse en paracaídas, el no parecía convencido, pero por ti haría lo que sea. Ambos se colocaban las protecciones, oían las instrucciones que le daban para que se lancen, ambos subieron al avión, el miraba la altura a la que estaban, ¿Por qué su esposa es así de loca? la amaba, pero no se sorprendería si le pidiera lanzarse a un estanque con tiburones o algo así, piensa que tiene muchas vidas.
— Vamos mi amor.
El no se lanzo, miraba mucho hacia abajo, sonreíste y lo empujaste, tomándolo desprevenido. Se escucho un grito, reíste para lanzarte.
— ¡Ya te vamos San Pedro!
Mirabas a tu esposo comer un helado, saliendo de tus pensamientos, semejante hombre era tuyo. Y pensar que lo tienes domado y hace lo que tu quieras, menos nadar con tiburones o cocodrilos, aun recuerdas esas vacaciones en una isla.
Ambos iban en un yate, veías las diversas actividades para hacer en un folleto.
— Bailes, bla, bla, nadar con tiburones, cocodrilos o delfines —Tu esposo se tenso al oírte, volteo a verte y sonrió algo nervioso.
— Cariño, no creo que puedas, se debe agendar cita y...
— Aquí dice que no, viene incluido.
El te acompaño, prefirió nadar con delfines, tu lo veías inquieta, no te gustaban, eran malos, cuando el termino espero que te unieras, tu negaste indicándole que deseabas nadar con tiburones, los cocodrilos no estaban disponibles.
— Que me ves tanto... —Cuestiono viéndote, parecías ida.
— Nada mi cielo, te amo.
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