El Missing Millon tardó una semana y cuatro días en llegar a la Isla de Capri. El gran barco bordeaba la costa de la isla con el Capitán Victam al timón. A lo lejos, se pudo ver un enorme agujero negro, una entrada.

_ ¡Anclen el Millon, caballeros! Llegamos. _ ordenó el líder al timón.

Toda la tripulación se embarcó en varios botes para ingresar en la enorme cueva.

Al llegar, los marineros quedaron maravillados por la inmensidad de aquel paraje natural. En su interior, se podía ver una pequeña playa de arena blanca rodeada de varias palmeras. La luz entraba por algunos agujeros en la parte superior, pero la mayor cantidad de luz provenía de la entrada, donde los botes habían entrado y se habían detenido en el agua. Los hombres allí presentes contemplaban la vastedad del lugar.

El Capitán Victam cerró los ojos y empezó a respirar profundamente. Su tripulación se sorprendió al ver esta reacción, ya que esperaban que diera alguna orden o comenzara a explicar algún enigma oculto dentro de la cueva, como solía hacer. Sin embargo, él seguía sentado, meditando en paz con los ojos cerrados. Así que, sin otra opción, decidieron seguir su ejemplo.

Kidd había estado practicando su meditación durante meses y lograba entrar en un estado profundo en pocos minutos. Sin embargo, dentro de la cueva, le resultaba difícil alcanzar una relajación total. Después de todo, esta era su primera aventura junto al Capitán Victam, y cada ruido o sensación en el ambiente lo distraía. Le pasó cuando vio a uno de sus compañeros de cubierta bostezar, cuando escuchó a Barry hablar solo sobre criaturas peligrosas y varias veces cuando las gotas caían desde la parte superior de la cueva hacia el agua, donde los botes estaban anclados. Aun así, siguió intentándolo, y esta vez parecía que todo iba bien. Se había acostumbrado al entorno de la cueva y lograba relajar su cuerpo y ser consciente de todo lo que lo rodeaba.

Dentro de su trance, logró escuchar un sonido fuera de lo común, un sonido de agua. No eran las gotas ni los botes tambaleándose, era diferente. Así que decidió abrir lentamente uno de sus ojos y pudo ver una extraña mancha en el agua. Le despertó la curiosidad, ya que estaba casi seguro de que esa mancha no estaba allí cuando llegaron. La mancha comenzó a hacerse más grande y emergió a la superficie, revelando una hermosa cabellera rojiza seguida de un rostro de mujer con ojos verdes y pecas.

_ Por dios... _ susurró Kidd asombrado.

Barry abrió sus ojos cansados, ya que estaba claro que no estaba meditando, sino durmiendo. Miró al joven y luego al rostro de la mujer que estaba en el agua.

_ ¡Oh no! ¡Te lo dije!... _ dijo Barry desesperado con sus ojos bien abiertos e intentando sentarse en el bote _. Criaturas peligrosas...

_ ¿Eso crees? _ le contestó Kidd frunciendo el ceño y con una pequeña sonrisa observando mejor al rostro de la mujer que lo miraba fijamente.

El Capitán Victam abrió sus ojos con determinación y observó la situación. Del agua emergieron numerosos rostros femeninos que miraban a los marineros. Muchos de ellos se asustaron y se alejaron de las criaturas, mientras que otros las observaron detenidamente, permaneciendo alerta ante cualquier posible amenaza o ataque, pero sin mostrar hostilidad.

Sin mover la cabeza, los ojos del Capitán Victam se fijaron en el rostro de la mujer de pelo rojo que se acercaba lentamente a Kidd, moviendo su cabeza mientras analizaba sus ropas y el interior del bote en el que se encontraba con Barry.

_ ¿Dónde están sus armas? _ preguntó la mujer.

_ No tenemos armas... _ le contestó el muchacho decidido.

_ ¿Piratas sin armas? _ volvió a preguntar ella.

_ No somos piratas. _ dijo Barry.

Kidd miró a Barry rápidamente con el ceño fruncido, pero volvió a concentrarse en la mujer de pelo rojizo.

_ Simplemente no tenemos armas... _ volvió a contestar el muchacho.

El Capitán Victam no emitió ni una palabra durante la conversación entre Kidd y la mujer. Simplemente esperaba, observaba y miraba la situación con el ceño fruncido, tratando de encontrar de alguna manera el significado de por qué estaban allí. Observó las intenciones de los rostros de las mujeres que miraban a los marineros y notó que eran completamente pacíficas. Aun así, no lograba entender cuál era el mensaje, la señal o el motivo detrás de su presencia en esa inmensa cueva en la Isla de Capri. Sus ojos seguían explorando y fue en ese preciso instante cuando lo vio.

El rostro sumamente bello de una mujer. Mirándolo fijamente, quizás hacía varios segundos, solo a él.


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