𝐋𝐈𝐌𝐄𝐑𝐄𝐍𝐂𝐈𝐀| Estado mental involuntario que resulta de una atracción romántica hacia alguien en el que se siente una necesidad obsesiva de ser correspondido.
─✦ ¿Alguna vez te arrepentiste de algo en tu vida?
─✦ Déjame contarte esta histori...
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El débil golpe en la puerta la sobresaltó. Se miró en el espejo, buscando alguna señal de que su rostro aún reflejara el miedo que la había invadido segundos atrás. Afortunadamente, la sombra de pánico había disminuido, dejando un brillo de determinación en sus ojos. Suspiró, intentando calmar los latidos acelerados de su corazón.
La puerta se abrió.
Su plan, tan cuidadosamente elaborado, se desmoronó como un castillo de arena. La melodía del pestillo abriendo la puerta era el canto de cisne de su estrategia. No podía ser. ¿Satoru había abierto la puerta? ¿Era posible que su ingenio, tan astuto como el de un zorro, le hubiera fallado tan miserablemente?
El sonido de pasos acercándose al baño congeló su sangre. Un nudo de terror se formó en su garganta, apretando su respiración. Satoru, descubierto, se encontraba en una situación desesperada según Hino. Ahora, ella debía actuar con la mayor astucia.
─¿Dónde está? ─Hino salió disparada del baño, su mirada inquieta revoloteando entre Suguru y Satoru. Los ojos marrones de Suguru la escudriñaron de arriba abajo, su mandíbula se tensó al comprender la situación. Ella se encogió, presa de los nervios, esperando que él no...
─¿Qué ocurre? ─respondió.
─Nuestra estancia se ha extendido un par de días más, permaneceremos aquí hasta nuevo aviso. ─ella suspiró con alivio, él parecía no haberse dado cuenta de nada. ─La comida se está enfriando, ¿bajan a comer?
─Ya lo he hecho. ─el albino la observó, sus labios húmedos, la mirada intensa. Ella entendió la insinuación, la picardía en sus ojos. Suguru, con un gesto rebelde, se aferró al marco de la puerta, incómodo ante la pesada broma.
─Entonces no bajes. ─el roce de sus miradas, fugaz y cargado de tensión, se disolvió en el aire cuando Geto se esfumó por la puerta. El tono que había empleado, frío y cortante, resonó en el silencio que quedó.
─¿Se habrá dado cuenta? ─susurró, y el ojiazul se encogió de hombros con indiferencia.
─Tal vez. ─sonrió ladino.
Se acercó a ella, la puerta se cerró tras él con un suave chasquido, aislando el espacio a su alrededor. Ella se quedó allí, inmóvil, sus brazos cruzados sobre su pecho, observándolo. El chico levantó su barbilla, la mirada intensa, y con un movimiento rápido, su mano se posó en su nalga, propinándole una sonora cachetada antes de estrujarla con fuerza, sin nada que lo detuviera.
La mano subió hasta la parte baja de su espalda, tirándola hacia él con una fuerza irresistible. Yumeko reaccionó instintivamente, rodeando su cuello con sus brazos, la cabeza inclinada hacia atrás, disfrutando del contacto. Mientras sus cuerpos se unían, sus ojos recorrieron sus rasgos marcados, la mirada penetrante, la boca ligeramente abierta. Su cuerpo se pegó al suyo, sintiendo el bulto bajo sus pantalones a través de la tela. La camiseta larga que llevaba la protegía, ocultando la evidencia de su deseo.